OPINION

Dinamita económica para un 10-N cargado por el diablo

Sánchez necesita un golpe de timón para consolidar su poder el próximo 10-N. / EFE
Sánchez necesita un golpe de timón para consolidar su poder el próximo 10-N. / EFE
EFE

Las elecciones y los referéndums los carga el diablo. Eso decía Mariano Rajoy para aseverar ante sus más fieles colaboradores la necesidad de exprimir las legislaturas hasta la última gota. El expresidente recordaba también la terrible experiencia de David Cameron, cuando el entonces premier británico se contoneaba en las cumbres de jefes de Estado y Gobierno comunitarios garantizando a todos los mandatarios que el Reino Unido nunca saldría de la Unión Europea ya que el Brexit no lograría jamás una mayoría de votos en una consulta popular. Lo que resta de la historia es por todos conocida y de la que falta por relatar mejor no pensarlo, a la espera de que algún milagro cambie el rumbo de los acontecimientos.

A Dios gracias y a pesar de las tentaciones populistas que amagaban con la misma o parecida idea, en España no parece que se pueda plantear un referéndum de ruptura con Europa. Eso sí, Pedro Sánchez también va a necesitar algún que otro sortilegio al estilo Tezanos para calmar las tensiones de los barones socialistas que empiezan a pronosticar un fiasco electoral. Entendiendo como tal un resultado equivalente al cosechado el 28-A, que pondría de relieve el viaje a ninguna parte de la convocatoria forzosa del 10-N y, lo que es peor, un escenario estremecedor para dotar al sufrido Estado español de un Gobierno con contrato fijo y permanente.

Paradojas del destino, la estabilidad que tanto defendió en vida política Rajoy se perdió en España el mismo día en que el expresidente antepuso su santa voluntad por encima de la gobernabilidad del país para no pasar a la posteridad como un corrupto confeso. O quizá también para mantener su militancia diletante ante las distintas corrientes enfrentadas que encabezaban Soraya Sáenz de Santamaría y María Dolores de Cospedal. Todos y todas se han perdido para la causa del principal partido de la derecha en España, que una vez superado el duelo de la moción de censura se las prometía muy felices en el balneario de esa oposición tranquila a un Gobierno socialista en precario, que es donde el Partido Popular ha forjado históricamente su paciente asalto al poder.

Los vaticinios preelectorales inducen a pensar que, salvo que la sentencia del procés en Cataluña ofrezca una oportunidad para un golpe de timón, el PSOE no podrá cantar victoria con muchos más escaños de los 123 que su jefe filas ha estado exhibiendo durante la fallida legislatura como si tuviera un certificado de mayoría absoluta. El problema es que ya no hay tiempo que valga porque después de un año entero discutiendo sobre galgos, podencos y demás zarandajas los tambores de la crisis están tocando a rebato y el futuro inmediato no permite más juegos a la contra por parte de políticos oportunistas que solo saben cimentar su estrategia en el desgaste del adversario. Esperar el fallo del contrario no sirve cuando las circunstancias económicas empiezan a escocer en los bolsillos y no hay algoritmo que resuelva la compleja ecuación de llegar a final de mes.

El enfriamiento económico reconocido en las estadísticas oficiales y admitido a regañadientes por Pedro Sánchez es el preludio de una recesión, un cambio de ciclo como dicen los más eruditos, que, a diferencia de la padecida hace diez años, viene caracterizada por un deterioro de oferta y no de demanda como ocurrió entonces. Esta peculiaridad significa lisa y llanamente que la terapia necesaria no puede sustentarse con el socorrido recurso de arrojar cantidades ingentes de dinero a los problemas, quemando la pólvora del rey en un alarde de generosidad interesada. La nueva situación económica a la que se enfrenta España exige, y no es poco, nuevas reformas estructurales, de esas que no compran votos en unas elecciones, pero que afianzan la productividad y aseguran la elasticidad del empleo creando mayor número de puestos de trabajo con menores tasas de crecimiento.

El PP ha empleado esta fórmula cuando le ha tocado bailar con la más fea en sus anteriores responsabilidades de Gobierno y por eso su nuevo y joven líder ha decidido sacar lustre a ese valor en desuso que es la experiencia. La designación de Elvira Rodríguez como presumible portavoz económica del partido y del futuro grupo parlamentario es, sin duda, la decisión más relevante que podía adoptar Pablo Casado si verdaderamente quiere que la economía se convierta no sólo en la estrella del debate electoral, sino en el principal asunto de una legislatura que tiene pinta de resultar decisiva para el desarrollo de todo el país y el consiguiente bienestar de los ciudadanos.

La sentencia del Joker: tendrán lo que se merecen

A buen seguro que esta vez España se juega todavía más si cabe que hace siete meses cuando todo el mundo aseguraba que las elecciones de abril serían las más trascendentales de la historia democrática, sólo comparables a las primeras de junio de 1977. Los políticos no debían de creer lo mismo o, por lo menos, sus ambiciones no se han compadecido después con ese sentir de preocupación general. De ahí el temor reverencial a una elevada abstención que aparece ahora legitimada como voto de castigo a los actos y desvaríos de aquellos mismos que se llenan la boca reclamando el sufragio en las urnas como si fuera un patrimonio de su exclusivo y pleno dominio.

Las barbas del vecino portugués se han puesto a remojar con una desafección del 45% en las elecciones legislativas del pasado domingo. Un dato aleccionador donde los haya y que debe prevenir al más pintado para entender que los resultados del 10-N pueden dejar malparados a la mayor parte de los contendientes, a unos porque no van a mejorar en nada lo que ya tenían y a otros porque pueden quedar por debajo de lo que esperan. De alguna manera todos han decidido llamar de nuevo a la puerta del elector y se arriesgan a recibir ahora lo que merecen como dice el Joker con su sentencia más despiadada y vengativa.

Para mayor agravante, en esta ocasión no cabe otra alternativa que formar Gobierno cueste lo que cueste, un precio que siempre castiga al que más tiene por cuanto que también es el que más tiene que perder. Ese es el gran hándicap del PSOE y la ventaja competitiva que ha motivado al Partido Popular para emitir su factura electoral poniendo en valor la cuestión económica como eje de la inminente campaña y preparación artillera de la futura legislatura. Sánchez ha recogido el guante y promete entrar al trapo con todo lo que eso implica. En momentos de incertidumbre los ataques de furor económico pueden resultar especialmente dañinos. Si las elecciones las carga el diablo, no digamos ya la economía, que, utilizada como arma arrojadiza, puede convertirse en un verdadero infierno.

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