Capital sin Reservas

La economía de la bella durmiente conectada a un respirador artificial

Los dulces sueños del Plan Presupuestario enviado a Bruselas se transformarán en la peor de las pesadillas cuando la triste realidad despierte a España convertida en el enfermo de Europa.

Las dos responsables de la política económica han relatado una verdadera nana infantil con ese Plan Presupuestario enviado a Bruselas para cubrir el expediente
Las dos responsables de la política económica han relatado una verdadera nana infantil en el nuevo cuadro macroeconómico enviado a Bruselas.
La Moncloa

Los grandes despachos de abogados, sobre todo los especializados en derecho laboral, guardan celosamente desde hace varias semanas en archivos clasificados los primeros expedientes de regulación de empleo (ERES) que vienen siendo encargados por sus principales clientes corporativos. La reputación de estas empresas, incluyendo algunos ilustres inquilinos del Ibex, impide que todavía nadie se atreva a esgrimir públicamente la adopción de mecanismos legales claramente orientados al ajuste de sus plantillas, so pena de quedar estigmatizados por un Gobierno que está decidido a mantener la economía española en coma inducido todo el tiempo que sea necesario. Pedro Sánchez y sus asesores de cabecera están convencidos de que la magnitud universal de la pandemia ha desterrado definitivamente a los temibles hombres de negro y espera que el rescate que a la larga necesitará España surta efecto mediante el beso, consentido por supuesto, de algún príncipe azul europeo o su equivalente, rojo y republicano.

Las fantasías animadas con que el jefe del Ejecutivo parece solazarse en su torre palaciega de marfil contrastan con la vida incierta y temerosa de los agentes productivos y sociales, agotados de tentarse la ropa ante la hecatombe de una economía peligrosamente instalada en el farolillo rojo de los países desarrollados. El Plan Presupuestario ha sido elaborado exclusivamente para cubrir el expediente con Bruselas y no habilita certidumbres sobre el futuro de los nuevos estímulos que será necesario llevar a cabo también a lo largo del próximo año. El Gobierno se llena la boca con su constante garantía de escudo social pero luego se muerde la lengua a la hora de definir y cuantificar las medidas de liquidez o los créditos ICO para 2021 y tampoco desvela si ampliará a partir de enero el desarrollo de los célebres ERTES configurados como el limbo de los futuros parados.

La destrucción del tejido empresarial queda patente en los datos de la Seguridad Social que evidencian la desaparición de casi 65.000 empresas en los primeros ocho meses de 2020. Todo ello teniendo en cuenta la cataplasma adoptada por el Ministerio de Justicia para retrasar hasta el próximo enero la presentación a mansalva de concursos de acreedores, lo que está embalsando un volumen insospechado de insolvencias en multitud de compañías zombis que más pronto que tarde tendrán que formalizar ante el juzgado su declaración de quiebra. Como decían hace unas semanas desde la planta noble de la CEOE, el Ministerio de Trabajo nos pide que no haya despidos pero lo que no puede impedir es que muchos empresarios echen el cierre si no disponen de un marco seguro y eficaz de ayudas para sobrevivir a la crisis.

La acumulación de una ingente deuda es el peor acto de irresponsabilidad moral que un sirviente público puede legar a las generaciones futuras

En medio de este desolador panorama las ministras Calviño y Montero vienen relatando su nana infantil, un cuento motivador de dulces sueños que se transformará en una historia para no dormir cuando el chapuzón de realidad despierte de golpe y porrazo a la bella durmiente que ahora ronca conectada a un respirador artificial. Los recientes informes de la OCDE, el FMI y, en general todos los observadores neutrales de carácter supranacional, advierten de forma clara y meridiana sobre la amenaza de que España quede descolgada en el proceso de recuperación económica. A nivel doméstico es significativa la reacción de la Airef con su aval descafeinado y cargado de salvedades a ese brindis al sol que se sustancia, es un decir, en el cuadro macro presentado al alimón por las dos máximas responsables de la política fiscal y presupuestaria.

La economía española sobrevive con los esteroides suministrados en cantidades industriales por el Banco Central Europeo (BCE) dentro de una estrategia monetaria global pero que está generando un pernicioso exceso de confianza en nuestros gobernantes. No conviene olvidar que, mientras no se diga lo contrario, los cheques en blanco de Fráncfort tienen fecha de caducidad programada a partir de junio de 2021, aunque eso tampoco parece inquietar a esa sociedad limitada formada por Pedro Sánchez y asociados. El Gobierno se siente motivado por la carta de libertad concedida desde Bruselas para gastar a espuertas y no ha reparado en que esta extraordinaria política expansiva va a definir el grosor de la soga que hipotecará el futuro de cada Estado miembro de acuerdo con su nivel de deuda pública. En el caso de España, ya se sabe, un agujero negro del 120% del PIB que perdurará hasta mediados de la década.

La visión cortoplacista de los políticos miopes que manejan el aparato del Estado no alcanza para anticipar medidas estructurales de calado más allá de las que vengan impuestas desde el exterior, una vez que Bruselas imparta la orden de romper filas dentro de la Unión Europea. España viene jugando con fuego desde hace tiempo en un constante ‘so y arre’ donde la política reformista y la ortodoxia fiscal es abortada sin solución de continuidad para dar paso a teorías anticíclicas en defensa de un mayor gasto y déficit público destinados a fidelizar un clientelismo electoral. En la batalla de la hormiga y la cigarra, la demagogia social se decanta favorablemente por arrojar dinero a los problemas como si no hubiera un mañana, en lo que podría entenderse como el más depravado acto de irresponsabilidad moral que un sirviente público pueda legar a las generaciones venideras.

España se ha alejado peligrosamente de los niveles de convergencia con los países desarrollados y lleva camino de convertirse en el enfermo de Europa

La encomiable ansiedad, no exenta de frustración, por alcanzar niveles de convergencia con los países de nuestro entorno ha pasado tristemente al olvido ante el desastre económico que está provocando la insufrible crisis sanitaria. España ha perdido este año cinco puestos en el escalafón mundial de riqueza por habitante, superado por países como Chipre, Eslovenia, Lituania o la República Checa. Muy lejos quedan los falsos aires de grandeza cuando Zapatero presumía de un 'sorpasso' a Italia que, en realidad, nunca llegó a producirse a tenor de los datos oficiales de Eurostat, la oficina estadística de la Unión Europea. Las ambiciones ahora son bastante más prosaicas porque el Gobierno se complace con salvar las apariencias para que nadie pueda apreciar la deriva de España como el enfermo de Europa en la nueva era del coronavirus.

Mantener la pose sin mirar más allá de la perpendicular que cruza la nariz es la única motivación que impulsa a Pedro Sánchez en su narcisista manual de resistencia. Una misión válida, como se ha demostrado, para liderar el bloque partidista y monolítico que representa el actual PSOE y suficiente incluso para soportar la levedad de esa inestable cohabitación con Podemos. A menos que la demolida moción de censura permita al Partido Popular arrinconar o fagocitar  a Vox en beneficio de una verdadera alternativa de gobierno, el jefe del Ejecutivo seguirá retorciendo las leyes mediante el ejercicio de esa autocracia que la analista de The New Yorker, Masha Gessen, utiliza como término para definir la tipología de Donald Trump en EE.UU: “El gobernante que quiere estar a cargo de todo sin límite alguno, y sin supervisión”. Está visto que los extremos, y los populismos, se tocan. Por una vez quien a su padre se parece ninguna honra merece.   

Mostrar comentarios