OPINION

El chairman del Gobierno del cambio y el CEO del cambio de régimen

La entente republicana de Iglesias y Junquera marca el signo de la legiislatura antes incluso de la formación del Gobierno
La entente republicana de Iglesias y Junquera marca el signo de la legiislatura antes incluso de la formación del Gobierno

Nuevo año, nuevo gobierno y, si se apura, nuevo régimen. Lo primero es extensible a todos los ciudadanos, lo segundo compete especialmente a Pedro Sánchez y lo tercero dependerá de la obsesión rupturista exhibida por los aliados preferentes de Podemos y sus cómplices necesarios de ERC. La formación morada y el grupo republicano no van a reprimir su planificada reingeniería social, encubierta tras la hiperlegitmidad moral que adorna históricamente a la izquierda en el ejercicio del poder. El PSOE se ha convertido en el caballo de Troya que cobija a los agentes más críticos con el actual orden constitucional bajo el disfraz de ese futuro Ejecutivo progresista que se dispone a dirigir los destinos del país durante los próximos cuatro años.

Pablo Iglesias está dejando que Oriol Junqueras le haga el trabajo sucio que consiste en marear la investidura de Pedro Sánchez, de manera que el aspirante designado por el Rey llegue a la Presidencia del Gobierno cautivo del preso de Lledoners y desarmado de todo liderazgo como primer ministro de la nación. El vicepresidente in pectore sabe que su verdadera capacidad de mando y control es directamente proporcional al esfuerzo y desgaste que está sufriendo su socio de legislatura para alcanzar ese acuerdo fermentado con el apoyo de la Abogacía General del Estado y que todo el mundo da por hecho con ERC. Cuantos más pelos en la gatera se deje ahora el candidato del PSOE más débil será después su manejo del poder y mayor su adicción y dependencia de Podemos.

El futuro Estado español, como ahora gusta decir, va a estar manejado a partir de 2020 por los mismos que depusieron del poder al Partido Popular en la célebre moción de censura de hace año y medio, cuando Mariano Rajoy se negó a dimitir por causas todavía no del todo esclarecidas. El expresidente ha conseguido blanquear su extraña inmolación mirándose al ombligo con su libro de marras sarcásticamente titulado ‘Una España mejor’. Como si los fríos datos estadísticos de una economía saneada a golpe de latigazos pudieran justificar las consecuencias de toda índole que se barruntan detrás de esa alianza tripartita, confusa y ocasional, pero obviamente decidida a desgarrar las estructuras institucionales del país para dar rienda suelta a su implacable ideario revanchista.

No son muchos, pero haberlos haylos, los que dentro del PP consideran que Rajoy les ha dejado igual de tirados que ya lo hiciera Aznar con sus pies sobre la mesa en la cumbre de las Azores de hace dieciséis años. En todo caso de nada vale llorar sobre una leche derramada que puede salpicar también la credibilidad de Pablo Casado a poco que el actual líder del partido se equivoque en el manejo de los tiempos políticos. La cúpula de Génova está convencida de que ahora lo que toca es esperar, jugar que se dice al fallo del contrario o provocarlo mediante una estrategia inequívoca de oposición parlamentaria en abierta competencia con Vox, sin duda alguna el rival potencial directo mientras dure la travesía por el desierto de la legislatura recién comenzada.

La misión principal que inspira a los populares consiste en desentrañar la mascarada que se cierne sobre la gobernanza de España, donde Pedro Sánchez corre el riesgo de convertirse en lo más parecido al típico chairman de las grandes corporaciones anglosajonas. O lo que es igual, un presidente limitado en sus funciones realmente ejecutivas y reducido a una labor de carácter institucional con los distintos públicos objetivos, especialmente con los agentes sociales, lobbies empresariales y demás grupos de interés que llevan mordiéndose las uñas desde que el PSOE y Podemos cerraron filas tras las elecciones del pasado 10 de noviembre. Una tarea ingrata aunque esencial para que el beneficio de la duda pueda superar el clima de desconfianza, con vientos de secesión, que carcome a los grandes poderes fácticos del país.

Las ocupaciones de Sánchez y la hoja de ruta de Iglesias

El jefe del Ejecutivo deberá además hacer horas extras para contener las ínfulas de la Comisión Europea sobre la gestión de las cuentas públicas, más si cabe ahora que la sentencia del Tribunal de Luxemburgo a favor de la inmunidad de Junqueras ha enardecido la pasión europeísta en los círculos políticos que apoyan la investidura del líder socialista. Sánchez no tiene más remedio que cuadrarse en primer tiempo de saludo frente a los funcionarios de Bruselas que, vestidos o no de negro, cuentan desde estos momentos con un especial ascendente para imponer en España la doctrina de la nueva fe comunitaria. Todo ello salvo mejor opinión del que está llamado a erigirse en consejero delegado, el verdadero CEO, del futuro Gobierno de la nación y que no es otro que el amigo Pablo Iglesias.

Las ocupaciones de Sánchez, intentando persuadir a tirios y troyanos, dejan el campo abierto al líder de Podemos para desarrollar en los próximos meses su anunciada agenda social de corte revolucionario, aunque solo sea para andar por casa. Con eso le vale y le sobra en su lucha por redimirse ante un electorado cultivado con la mies del resentimiento que generó la gran recesión de la pasada década. La subida de impuestos a las supuestas clases pudientes que ingresan más allá de 60.000 euros, la definición de una política activista de vivienda al estilo Ada Colau y la derogación a ultranza de la reforma laboral para devolver a los sindicatos el control de las relaciones laborales constituyen los pasos previos en la hoja de ruta diseñada de cara a derrocar el antiguo régimen.

A partir de ahí el dirigente podemita podrá ampliar el marco de sus anhelos a fin de ocupar las instituciones, tal y como pretendió en sus primeros y arrogantes escarceos con el PSOE hace ahora cuatro años. La judicatura, las fuerzas de orden público, los medios de comunicación y el CNI se mantienen entre los más claros y manifiestos objetos de deseo de Iglesias, al igual que la nacionalización de los sectores financiero y energético a partir de la consolidación de Bankia como banco público y de la creación de una empresa eléctrica estatal. El vecino de Galapagar sabe que el poder, como el dinero, es un activo que necesita ejercitarse para cobrar su más elevada tasa de rentabilidad y para ello se propone llevar a cabo el mayor programa de involución que haya conocido la democracia contemporánea es nuestro país desde el comienzo de la transición.

Frente a esta voluntad expresa y decidida de Podemos el presidente Sánchez ha esgrimido la carta de Nadia Calviño en calidad de lo que podríamos entender como la directora general de operaciones del nuevo Gobierno aliado. La actual ministra de Economía dotará a su cartera del rango de vicepresidencia en un gesto para la galería de Europa y que se supone actuará de placebo para mitigar las tensiones que se van a producir necesariamente dentro de la comunidad empresarial y financiera. Eso y Carmen Calvo como regenta del séquito de Moncloa en manifiesta recompensa por los servicios prestados. Si todo falla los más optimistas seguirán pensando que siempre nos quedará Bruselas pero, de momento, como diría el castizo, buen puñao son tres moscas.

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