OPINION

El dilema de Sánchez: o cambio de Pablo…o giro a la izquierda

Pedro Sánchez tendrá que elegir entre Pablo Casado y Pablo Iglesias para llegar a un verdadero Pacto de Estado.
Pedro Sánchez tendrá que elegir entre Pablo Casado y Pablo Iglesias para llegar a un verdadero Pacto de Estado.

La factoría de trampantojos que gestiona el zar de La Moncloa, Iván Redondo, ha entrado en una espiral de frenesí productivo a fin de encontrar alguna vacuna que garantice la inmunidad del presidente Sánchez de cara a ese futuro inmediato que los más finos del lugar han dado en llamar la ‘desescalada’ del Covid-19. España no puede estar confinada para los restos, dado que ello supondría un reconocimiento implícito de manifiesta incapacidad para resolver la crisis sanitaria. El final del estado de alarma contra los virus de marzo entraña la declaración del estado de guerra contra la recesión, dando término a la tregua política que ha mantenido amordazado al Partido Popular como primera fuerza de oposición y máximo rival externo del líder socialista en sus aspiraciones por consolidar el poder.

Al igual que ha sucedido con el tráfago de actuaciones ministeriales decretadas para encarar la pandemia, los estrategas de Palacio no han podido sustraerse al síndrome de la improvisación que ha contagiado a todo el Gobierno desde que España pasó de una temeraria normalidad a la más absoluta emergencia nacional. La primera ocurrencia para perfumar de incienso la figura del gran jefe fue situar su esbelta figura en la primera fila de la manifestación contra Bruselas, haciendo alarde de victimización al lado de Italia para reclamar un socorro estilo Segunda Guerra Mundial. Los grafiteros que embadurnan la política socialista con sus diseños de salón no tuvieron otra idea que apuntar de lleno a un nuevo Plan Marshall que, como es sabido, pasó en España más bien de largo y que se antoja realmente inviable con Donald Trump entonando el estribillo del ‘First America’ desde la Casa Blanca.

La burocracia comunitaria, siempre al tanto de la realpolitik que ordena e interesa a Alemania, interpretó la reivindicación de Sánchez y su homólogo Giuseppe Conte al modo de un 'Plan Merkel', una iniciativa que dejaba en evidencia a la tía Angela como el Papa Francisco denomina cariñosamente a la canciller germana. Alguien entre los más avispados de la delegación española debió alertar al presidente sobre la inconveniencia de un eslogan político que, aparte de generar el inmediato rechazo de los países del norte de Europa, sólo servía para inflamar la trasnochada eurofobia de sus socios preferentes de legislatura en un claro beneficio de inventario para el amigo Iglesias. La conclusión es que ningún portavoz oficial ha vuelto a mencionar el célebre Plan Marshall y ahora la cantinela que se lleva son, cómo no, los socorridos Pactos de la Moncloa.

Los dos acuerdos paralelos suscritos a finales de 1977 por las fuerzas parlamentarias y por los agentes sociales otorgaron carta de naturaleza a la denominada estrategia de consenso que tanto se echa de menos en nuestros días. Al mismo tiempo facilitaron un drástico ajuste económico en el que, como ha sido tradicional en la España democrática, las clases medias tuvieron que asumir la más importante abdicación de progreso ante la escalada de una inflación galopante que alcanzaba niveles superiores al 25%. El aldabonazo de la crisis del petróleo de 1973 había sacudido la economía del país, pero la levadura que realmente y a la postre facilitó el cuajo de las negociaciones fue la convicción de sus promotores en la urgencia de un cambio de régimen como el que finalmente abonó el terreno para la Constitución de 1978.

Los perfiles históricos de aquella época se parecen como un huevo a una castaña a las circunstancias actuales, donde precisamente la turbación social de una crisis universal sobrevenida desaconseja cualquier desviación perversa para propiciar una mudanza en el modelo y en la organización del Estado. Los inductores de lo que podría derivar en unos eventuales y nefandos ‘Pactos de la Moncloaca’ deberían analizar con cuidado a quién o quiénes favorece en estos momentos un cambio de régimen y la consecuencias que puede deparar en contra de la cohesión social y la vertebración nacional que se proclaman. El Gobierno no ha tenido más remedio que invocar a Santa Bárbara apelando a un programa de unidad y sería indeseable que intereses bastardos trataran de aprovechar la tormenta que se divisa por el horizonte.

La Mesa de Reconstrucción: ¿cónclave o aquelarre?

La tentación de sacar rédito político en un terreno embarrado no es oficio de buenos gobernantes o, por lo menos, esa es una de las primeras lecciones que deberían asimilar los políticos de toda especie y condición ante la magnitud de una catástrofe que se antoja trágicamente insondable. La Mesa de Reconstrucción a la que alude Sánchez refleja un sentimiento más moderado y acorde con la situación real que cualquier otro enunciado de cartón piedra ilustrado con batallitas del abuelo Cebolleta. Pero el jefe del Ejecutivo, como impulsor del cónclave y empezando por sí mismo, ha de tener muy en cuenta las credenciales de los partícipes, incluyendo las motivaciones doctrinales, las oportunistas ambiciones y la disposición de renuncia de cada cual, no vaya a ser que aquello termine derivando en un verdadero y peligroso aquelarre.

La mano tendida de Pedro Sánchez al conjunto de grupos parlamentarios se interpreta en algunos medios económicos y empresariales como el susurro de un grito de socorro que viene a reconocer el fracaso del proyecto político que posibilitó su investidura hace poco más de cuatro meses. La fuerza del karma se ha cebado en la España irredenta y desnaturalizada de unos pactos fermentados en la soberbia de una pírrica victoria electoral mezclada con un insólito afán de poder. Acuciado por una tragedia que supera con creces su acción de gobierno, el líder socialista se ve abocado a actuar como utilitario rehén de unos aliados de conveniencia, cuya compañía supondrá un lastre insufrible de cara a la travesía por el desierto que le espera una vez se disponga el principio del fin del desconfinamiento.

Ninguno de los partidos nacionalistas, ni catalanes ni vascos, le van a sufragar el cheque en blanco que necesita para sacar los Presupuestos. Ni los de este año ni los del próximo 2021, de modo que la conducción de España en uno de los momentos más complicados de su historia contemporánea deberá orientarse sin la esencia que da origen y sustancia a todo Estado democrático, como es el control de las cuentas públicas. Puede que a Podemos esta contingencia le resulte un mal menor o incluso que favorezca sus objetivos populistas sin tener que enfrentarse a una referencia de carácter fiscal como ocurre en cualquier país moderno. Para el PSOE, dicha eventualidad es el preludio de un descalabro que se pondrá de manifiesto en cuanto la rígida economía nacional empiece a descolgarse de la recuperación respecto a otras naciones de nuestro entorno.

Entre la codicia de poder y el interés general

La opción de Pedro Sánchez pasaría entonces por un acuerdo con el Partido Popular para formar una mayoría estable que asegure el pilotaje de una nave a punto de entrar en la mayor de las turbulencias. Quizá la solución parezca una quimera a tenor del pedigrí que alumbra los antecedentes de la alta política nacional desde que la alternancia en el poder deformó los principios de la memorable Transición. Probablemente las negociaciones que se van a emprender en el Congreso de los Diputados solo iluminen un castillo de fuegos artificiales pero al menos contribuirán a otorgar un tiempo precioso que permita abrir los ojos al presidente del Gobierno en busca de un horizonte más despejado.

En los próximos meses, ahora es impensable, se podrá calibrar la verdadera agudeza visual de Sánchez y su capacidad para discernir la codicia política de ese interés general que a la luz de los políticos se antoja como el menos general de los intereses. El presidente del Gobierno está acorralado. Hasta el punto, dicen algunos, de ofrecer un tratado de emergencia nacional a Casado con la contrapartida de nuevas elecciones anticipadas. Otros aseguran que nada de eso porque en La Moncloa han aprendido a convivir en el equilibrio inestable con Iglesias y ya les va bien. Veremos a ver si el actual truchimán socialista se muestra dispuesto a girar a la izquierda que le reclama Podemos o prefiere cambiar de Pablo antes de que sea demasiado tarde. Motivos no le han de faltar. Se admiten las apuestas.

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