OPINION

El Gobierno del insomnio y el sueño de Doña Ursula

La nueva presidenta de la CE, Ursula Von der Leyen con Pedro Sánchez.
La nueva presidenta de la CE, Ursula Von der Leyen con Pedro Sánchez.

Ha corrido simplemente como un pequeño murmullo pero su eco resonó estos días atrás como un quejido en el silencio de las negociaciones que mantiene Pedro Sánchez con sus múltiples y ventajistas socios de legislatura. Algunos portavoces empresariales han empezado a lanzar las campanas al vuelo con el reclamo de nuevas elecciones como mal menor ante la amenaza de un Gobierno que consideran realmente inestable para sus intereses. Otros dirigentes corporativos, los más, se muestran esquivos ante la supuesta conveniencia de echar de nuevo los dados y aceptan el sino que depararon las urnas el pasado 10 de noviembre con la esperanza de que el Ejecutivo sea menos fiero de lo que pinta el pacto con Podemos y su consabida declaración programática de intenciones.

La comunidad financiera se divide así en dos grandes bandos. Los que están convencidos del diluvio que viene y prefieren pasar otra vez por la consulta de las elecciones, las quintas en cinco años que serían también las terceras en doce meses, y los que confían llana y simplemente en que el Gobierno no gobierne, ya sea por sus propias contradicciones internas o porque Bruselas se lo impida. La flamante y bisoña Comisión Europea de doña Ursula von der Leyen es el último y casi único clavo ardiendo al que se agarran muchos empresarios para mantener la buena cara ante los malos tiempos en un gesto que combina la resignación con el voluntarismo inmanente a muchos de los hombres de negocios en nuestro país.

La mayor parte de los empresarios de postín han demostrado su extraordinaria incompetencia para interpretar los asuntos de la alta política en clave económica. Los más pudientes y avezados han utilizado sus dotes, financieras por supuesto, para arrimarse a los poderes de turno en busca de una buena sombra donde cobijarse. Sin embargo, los análisis estructurales de situación han brillado por su ausencia y los que se han efectuado se han demostrado erróneos a la luz de los acontecimientos. Como botón de muestra cabe recordar el desastroso intento de forzar al Gobierno de Rajoy para pedir un rescate a finales de 2012, un episodio que provocó salpullidos entre las viejas glorias del Ibex, algunas de ellas repudiadas de Palacio con el mismo oprobio con que Jesús expulsó a los mercaderes del Templo.

Pensar ahora que los burócratas comunitarios van a sacar a España las castañas del fuego no deja de ser un ejercicio de posibilismo sólo comparable al que llevó a muchos dirigentes a esconder la cabeza bajo el ala hace diez años convencidos de que la crisis sería pasajera y terminaría amainando por arte de magia sin alterar el ritmo de sus apalancados negocios. Luego tuvo que aparecer el denostado Cristóbal Montoro para resolver el trance, poniendo fin a las penurias del sector privado a cambio de trasladar buena parte de sus deudas al erario público en lo que supuso la verdadera operación de socorro y salvamento financiero en España. Algunos de los que todavía pasean el palmito en los cenáculos del poder empresarial nunca terminarán de agradecer la inmolación del exministro de Hacienda, aunque eso es ya harina de otro costal.

Lo que ahora se ventila es la capacidad de resistencia que pueden oponer los agentes económicos ante esa coalición de gobiernos que tratan de formar el PSOE y Unidas Podemos con la complicidad necesaria de ERC y demás independentistas. Un panorama que ha superado los más negativos presagios que se barruntaban hace unos meses, cuando Pedro Sánchez no dormía de sólo pensar lo que podía deparar la entrada de Pablo Iglesias y sus ministras en Moncloa. El líder socialista se ha hartado de contar ovejas y ahora los que no pegan ojo son los empresarios por mucha valeriana al canto que trate de suministrar la vicepresidenta in pectore, Nadia Calviño, con su artificiosa Agenda del Cambio.

El pacto tácito de Calviño en Bruselas

Los empresarios no quieren chuparse el dedo ante el discurso oficial que enfatiza los grandes objetivos económicos de estabilidad presupuestaria, cohesión social y reformas estructurales; todo en el mismo saco y de una sola pedrada. Demasiado bonito para ser verdad, máxime si detrás de las bambalinas se viene pergeñando la formación de un Gobierno como si fuera el reparto de un botín. Por eso, y porque el pensamiento único identifica las nuevas elecciones como un remedio peor que la enfermedad, es por lo que no ha quedado otra ocurrencia que llamar a la puerta de Bruselas, a ver si alguno de los nuevos padres de la patria europea tiene a bien meter en cintura a sus hijos descarriados por España.

Quien no se consuela es porque no quiere aunque la verdad sea dicha no parece que el nuevo Ejecutivo comunitario tenga en estos momentos tiempo ni ganas para actuar como abogado de oficio en esos pleitos pobres y pordioseros con que se manejan los políticos de nuevo cuño en nuestro país. La cuestión española son pláticas de familia para una Comisión Europea que acumula mucha plancha atrasada. El desafío del Brexit, la cuasi recesión de Alemania, las tensiones sociales en Francia, la crisis institucional de Italia y la amenaza impertinente y constante de Trump establecen una agenda realmente angustiosa dentro de un código de prioridades inalcanzable para los que están obcecados en pedirle peras al olmo de Bruselas.

Más bien al contrario, Nadia Calviño ha encarrilado con las autoridades salientes europeas un acuerdo tácito que no tardará en ser revalidado por el recién nombrado colegio de comisarios y que limitará a un simple 0,1% el objetivo inicial que apuntaba a un ajuste del 0,65% en el déficit estructural de España. Los nuevos apóstatas han rechazado el dogma de la austeridad ante los riesgos de una desaceleración en el Viejo Continente, lo que favorece el margen de maniobra financiero y, por tanto, las aspiraciones de los cofrades del gasto que aparecen abrazados en el próximo Gobierno del insomnio. Por si acaso, el BCE de Christine Lagarde, al igual que con Mario Draghi, seguirá tupiendo su red monetaria de seguridad. El sueño de Europa como contrapeso de la política económica es un mero espejismo en la travesía por el desierto que se dibuja en el horizonte de España. La esperanza es lo último que se pierde pero, de momento, lo dicho. Felices pesadillas.

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