OPINION

El multipartidismo engañabobos y su gran mentira económica

Pablo Casado, Pablo Iglesias, Pedro Sánchez y Albert Rivera
Pablo Casado, Pablo Iglesias, Pedro Sánchez y Albert Rivera
Atresmedia

Está claro que el multipartidismo sólo está sirviendo en España para desestabilizar la acción política, impidiendo el desarrollo ordinario de la vida parlamentaria y bloqueando cualquier iniciativa para la formación de un Gobierno mínimamente estable. Es cierto, podrán decir los más fervorosos defensores de las fuerzas emergentes, que el debate público ha adquirido de un tiempo a esta parte nuevos y elevados horizontes hasta ahora insospechados, pero también es verdad que el centro de gravedad de las grandes discusiones que ocupan a los partidos políticos sigue girando sobre cuestiones cada vez más superfluas para el nivel de preocupaciones cotidianas que asaltan la tranquilidad de los ciudadanos.

La paradoja de esta anomalía que amenaza con incrustarse de modo estructural en la vida del país reside en que, mientras tanto, cuando la confrontación alcanza a las verdaderas cosas del comer, lo que impera es un bipartidismo de ideas económicas impregnado por las dos corrientes tradicionales que representan la socialdemocracia profunda y cañí enfrentada con el capitalismo más salvaje e irredento. La distribución equitativa de la riqueza, como finalidad esencial del buen administrador público, está supeditada al reparto avaro del poder, evidenciando la cruel disfuncionalidad de unos dirigentes obsesionados con alcanzar la cima política a costa de unas promesas que luego terminan pagando los sufridos contribuyentes.

Después de cuatro años de limbo parlamentario, con el amenazante tic-tac de unas nuevas elecciones generales a la vuelta de la esquina, los administradores regionales acomodados en sus respectivos asientos autonómicos han puesto sus miras en Hacienda a ver si alguien con capacidad interventora era capaz de habilitar los caudales necesarios que faculten su ejercicio soberano de poder. El Gobierno de cartón piedra que funciona bajo mínimos desde hace meses ha sentido como si le metieran la mano en la caja y ha cerrado de golpe y porrazo la ventanilla para contener las presiones de esa legión de manirrotos que sólo reconocen la paternidad responsable del Estado cuando se trata de obtener la paga con que financiar su inconmensurable gasto público.

La controversia provocada a raíz de la chapucera actuación de la ministra María Jesús Montero, apelando a un informe inexistente de la Abogacía del Estado para blindar el tesoro público, ha inflamado los ánimos en esta nueva y complicada rentrée política, evidenciando el deteriorado estado de relaciones económicas que subyace detrás de una estructura administrativa claramente inmanejable desde el punto de vista fiscal. Pedro Sánchez no quiere soltar prenda en estos momentos de tanteo  y pretende reservarse el talonario para nutrir las ofrendas de su incipiente campaña electoral. La financiación autonómica seguirá arrumbada como la lacra secular de una gestión económica velada tras las cortinas de humo de múltiples debates de salón, donde la demagogia rampante obstaculiza cualquier solución eficiente a problemas verdaderamente reales y realmente interminables.

La triste experiencia del Partido Popular

El multipartidismo lacerante que se ha instalado en España, una especie de pressing catch a cuatro, con Vox luchando para no ser el quinto malo del combate, es la peor terapia con la que se puede afrontar la inestabilidad económica que asoma por el horizonte. La triste experiencia de los últimos gobiernos del Partido Popular han demostrado el destino que espera a todos aquellos que tratan de arreglar por la tremenda los desequilibrios estructurales que padece la economía nacional. Intentar agarrar el toro de la crisis por los cuernos conduce directamente a la enfermería y de ahí al tanatorio político porque el dolor del ajuste siempre será más intenso que el alivio de la recuperación.

De ahí que nadie se atreva a torear de frente y al natural a esas vacas flacas que mugen ahí afuera pero que pronto empezarán a invadir los sembrados de una economía que lleva tiempo sin recibir las simientes indispensables para garantizar una cosecha sostenible. El Consejo General de Economistas se ha dado con un canto en los dientes después de fijar en tres décimas el deterioro que la falta de Gobierno está provocando en el crecimiento del Producto Interior Bruto. Con todo y con eso lo peor está por venir dada la incertidumbre que supone afrontar en estas maltrechas condiciones los huracanados vientos de cara que se barruntan tras el Brexit duro, la frivolidad proteccionista de Mr. Trump y su guerra fría con China y el brusco frenazo de Alemania en su triste papel de locomotora gripada de Europa.

Las alforjas con que Mariano Rajoy llenó las expectativas de recuperación a lomos de una cura de caballo para la economía doméstica de muchos españoles se han convertido en el último año en un saco roto que va desgastando paulatinamente la despensa de España, SA. Los extraños y a veces siniestros pactos políticos que han configurado buena parte de los gobiernos regionales no han hecho sino aumentar el número de deudos y estómagos agradecidos a los que pagar una determinada cuota de poder. A medida que nuevos comensales se suman al convite más grande se necesita la tarta de cargos públicos y, por ende, mayor es el coste improductivo de ese erario público lastrado con una deuda continua y creciente que a día de hoy supera los 1,2 billones de euros.

Endulzar el oído del contribuyente

El Estado central y sus 17 reinos de taifas deben el equivalente a todo un año de la producción nacional del país, una referencia escalofriante sobre la que ningún político sujeto a su poltrona se atreve a construir un relato mínimamente creíble. La fragmentación parlamentaria ha transformado el Congreso de los Diputados en un gallinero donde todo el mundo trata de pavonearse pero sin dejarse ni una sola pluma en controversias de alto calado económico. Por eso es mejor desviar el disparo tirando por elevación con planteamientos teóricos que endulzan el oído del contribuyente sin reparar en el ruido consiguiente que producirá su ejecución práctica cuando vengan mal dadas.

Las izquierdas han olvidado las lecciones de su anterior etapa en el poder y se han dado de nuevo a la bebida del déficit y el gasto público galopante bajo el amparo de una política de tipos de interés totalmente borrachos. Las derechas, a los suyo también, se han decantado por un ilusionismo fiscal basado en una rebaja de impuestos sin límites que desafía la curva de Laffer y de cualquier economista ortodoxo que se precie. Ante una sociedad incrédula y espantada parece que el único remedio consiste ahora en comprar votos, ya sea disparando el SMI o recortando el IRPF. Cada loco con su tema que diría el clásico, porque más allá de la sopa de letras que alimenta la política nacional lo único que realmente priva es el afán de poder a cualquier precio. Se acabaron pues las miserias. El que venga atrás que arree.

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