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Comienza la temporada de elecciones: de Madrid a La Moncloa

Los comicios del 4-M son una estación de paso en el actual ciclo político de la Comunidad de Madrid, pero pueden constituir el transbordo directo para llegar desde la Puerta del Sol hasta el Palacio de la Moncloa.

Los candidatos a la Presidencia de la Comunidad de Madrid posan con mascarilla antes de emprender una campaña electoral a cara de perro.
Los candidatos a la Presidencia de la Comunidad de Madrid posan con mascarilla antes de emprender una campaña electoral a cara de perro.
EP

Las elecciones autonómicas que este martes se celebran en la Comunidad de Madrid pueden suponer un punto de inflexión en la deriva de la disruptiva política nacional instituida a raíz de la moción de censura de junio de 2018. Con el mismo carácter sobrevenido de la iniciativa parlamentaria que hace tres años permitió a Pedro Sánchez desbancar a Mariano Rajoy de la Presidencial del Gobierno surge ahora una nueva consulta popular que para nada estaba en la agenda de la legislatura, lo que ha generado un escenario de batalla imprevisto pero trascendental para calibrar las expectativas de poder de cada una de las formaciones en liza. Nada será igual después de las que podrían considerarse las ‘elecciones del siglo’ en esta España plebiscitaria e incapaz de reafirmar un modelo de convivencia democrática si no es a partir de una confrontación permanente en las urnas.

El 4-M adquiere esta vez connotaciones realmente épicas para el devenir de una legislatura marcada a fuego por una plaga sanitaria que, unida a la tendencia de crisis económica sufrida desde el año 2008, ha puesto de relieve la levedad de las principales instituciones del Estado a la hora de responder a las necesidades más perentorias de los ciudadanos. En un ambiente de prolongada tribulación y no exento de crispación social, la caja de resonancia que, por suerte o por desgracia, representa la Comunidad de Madrid para el conjunto de la nación concede una significación especial a los próximos comicios autonómicos. Unas elecciones que se presentan claramente polarizadas para los partidos políticos con aspiraciones de gobierno pero que, además, van a resultar determinantes para la supervivencia de fuerzas emergentes en claro peligro de extinción.

Teniendo en cuenta el precedente de las fallidas mociones de censura en Murcia y en Castilla-La Mancha, la convocatoria electoral de Madrid anticipa un reagrupamiento del centro derecha que se extenderá previsiblemente a muchas otras comunidades autónomas hasta desembocar en el Parlamento de la Nación. La caída al vacío de Ciudadanos, ellos se lo han buscado, supone que el voto de las fuerzas opositoras al régimen de Pedro Sánchez y sus aliados estará mucho menos dividido, lo que se traducirá en más escaños para el conjunto del Partido Popular y Vox. De ahí que los estrategas de la campaña socialista se afanen por recordar una y otra vez la célebre foto del tripartito de Colón, en esa tradicional apelación al miedo que tantos réditos políticos ha propiciado a la izquierda en nuestro país desde principios de la Transición.

El reagrupamiento que la caída al vacío de Ciudadanos va a producir en el voto de centro-derecha supone un punto de inflexión en la política nacional para todo lo que pueda restar de legislatura

El fantasma de una ultraderecha capaz de fagocitar al PP será previsiblemente invocado a poco que Isabel Díaz Ayuso necesite los apoyos del grupo que encabeza Rocío Monasterio para revalidar su mandato presidencial hasta 2023. No se olvide que estos comicios, aunque suponen un aldabonazo para el futuro del país, no dejan de ser una estación de paso dentro del vigente ciclo electoral madrileño que finaliza dentro de dos años. Por eso mismo, el PSOE y sus satélites de Podemos y Más Madrid podrán restañar una eventual derrota intensificando su acecho político con el fin de buscar una revancha para la que tampoco han de esperar mucho tiempo. Pero también por esta misma circunstancia cronológica es lógico pensar que el respaldo de Vox a la candidata popular no implicará la entrada de la formación que dirige Santiago Abascal en el nuevo Gobierno regional de Madrid.

La última semana de campaña ha enturbiado si cabe todavía más las posiciones de los dos grandes bloques contendientes con ese enfrentamiento directo entre los partidos colocados a ambos extremos del mapa político madrileño. Vox ha entrado al trapo de las provocaciones lanzadas desde Podemos en un intento postrero de retomar el pulso de unas encuestas demoledoras para los intereses de Pablo Iglesias. El Partido Popular ha sacado rédito a la bronca situándose al margen de la pelea de gallos, lo que puede facilitar un importante trasvase de votos indecisos a la candidatura de Isabel Díaz Ayuso en detrimento de las opciones socialistas de Ángel Gabilondo. Estas expectativas acercan a la presidenta regional a una mayoría absoluta que, en el peor de los casos, tendrá que ser corroborada con el apoyo explícito de Vox, cuya prioridad no es otra que impedir un gobierno tripartito de izquierdas en Madrid.

Si la encuesta definitiva y verdadera del próximo martes ratifica la media de los resultados demoscópicos que se han venido observando a lo largo de estas últimas semanas, incluyendo por supuesto el más interesado del CIS de Tezanos, es previsible que Pedro Sánchez tenga que enfrentarse en adelante al doble desafío de una derecha galopante en Madrid y un nacionalismo con renovados aires de secesión en Cataluña. El acuerdo entre ERC y Junts se está haciendo de rogar, pero eso no hace sino incrementar las tensiones que su materialización efectiva provocará en la gobernabilidad de España, dadas las perniciosas influencias que padecerá la Generalitat a manos de ese gobierno paralelo en el exilio que dirige Puigdemont desde Waterloo. Un ambiente político endemoniado que además se conjuga con unas perspectivas económicas cada vez más exigentes para un Gobierno instalado en una incompetente zona de confort.

El Gobierno de Sánchez deberá enfrentarse a un panorama político endemoniado y a una situación económica que puede complicarse de manera drástica en menos de un año 

La pandemia ha salvado la cara del Gobierno socialista al extender por toda Europa el hedor de una recesión a la que España estaba abocada de antemano. La moción de censura de hace tres años no representó solamente un vuelco de poder, sino que descabalgó de manera abrupta toda la estrategia de ajustes y reformas que el antiguo Partido Popular había repercutido sobre las espaldas de la clase media trabajadora. Los enormes esfuerzos emprendidos desde 2012 sólo sirvieron para que Sánchez tomara la Moncloa sin otra misión que cambiar la agenda económica en aras de un adoctrinamiento social acompasado con la laxitud de los tiempos modernos. El coronavirus no ha hecho sino agudizar la hoja de ruta legitimando ese comité de salud pública que emana directa y exclusivamente del Ejecutivo para controlar la vida, los movimientos y las decisiones de los ciudadanos.

El programa de vacunación, con el final del estado de alarma, supondrá el principio del fin en las relaciones de vasallaje a las que se ha acostumbrado el presidente del Gobierno. Las mascarillas seguirán recordando que la crisis sanitaria no ha terminado pero la inmunidad de rebaño, al margen de la indignante calificación, dará lugar a una desescalada que obligará a nuevos esfuerzos de reconstrucción económica. El efecto champagne derivado de una inicial euforia consumista se desvanecerá tan pronto como el Banco Central Europeo (BCE) empiece a recuperar las viejas costumbres en busca de una estabilidad monetaria en la zona euro, algo que está previsto para dentro de un año. Será entonces cuando Sánchez tenga que despojarse del antifaz que esconde su engañosa política económica y dar respuesta a las exigencias de Bruselas. Eso o volver como la burra al trigo a convocar elecciones antes de que la derecha le coma la tostada desde la Puerta del Sol o sus cuates de ultraizquierda le incendien las calles hasta el Palacio de la Moncloa.

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