Capital sin Reservas

El gobierno corporativo (napoleónico) en los tiempos del Covid

La crisis económica ha puesto en guardia a los grandes dirigentes del Ibex que están protagonizando una extraordinaria concentración de poder en contra de los principios básicos del buen gobierno corporativo.

Cuadro de Jacques-Louis David que ilustra la coronación de Napoleón en la catedral de Notre Dame
Cuadro de Jacques-Louis David que representa la coronación de Napoleón en la catedral de Notre Dame de París.

Más allá de los testimoniales objetivos ASG, esos que priman la defensa de intereses ambientales, sociales y de buena gobernanza como propósitos básicos de las sociedades cotizadas, la nueva normalidad impuesta por decreto en España está provocando una cierta involución hacia procedimientos que hasta no hace mucho se entendían arcaicos en el modo y manera de gestionar las grandes empresas del Ibex. La entelequia de poder que se presumía detrás del selectivo índice del mercado de valores se ha desvanecido ante el creciente intervencionismo de un Estado presto y dispuesto para controlar todas las libertades ciudadanas. La iniciativa privada ha perdido su influencia en el escenario público y los principales dirigentes corporativos del país han emprendido la huida hacia sus cuarteles de invierno con el fin de reforzar sus dominios como amos y señores de sus respectivos imperios empresariales.

Como hombres de negocios precavidos por naturaleza, nadie dentro del distinguido club bursátil quiere asumir riesgos innecesarios que pongan en cuestión su más absoluta jerarquía dentro de sus organigramas de dirección. En prevención de lo que pueda ocurrir cuando se despeje el panorama, los más conspicuos gerifaltes se han vacunado de cualquier complejo y están apuntalando sus plenas funciones ejecutivas sin guardar el mínimo recato a las apariencias de lo que hasta ahora se consideraban principios modernos y ortodoxos de gerencia societaria. En medio de la gran pandemia, la máscara del buen gobierno corporativo ha dejado de ser un reclamo para atraer a los inversores institucionales y se ha convertido en un elemento de protección personal, donde cada cual trata de ponerse a buen recaudo ante las inclemencias de los tiempos que están por llegar.

La división de poderes constituyó hasta poco antes de la pandemia una de las mejores cartas credenciales presentadas por las grandes empresas del Ibex para hacer el caldo gordo a la comunidad financiera internacional. No tanto por convicción y mucho menos por devoción, sino más bien alertados por las tendencias importadas del mundo anglosajón, quien más y quien menos asumió como un mal necesario la separación de funciones en los puestos de mando de los grandes emisores bursátiles. Los plenipotenciarios presidentes decidieron que había llegado el momento de hacer un alarde de confianza en favor de aquellos meritorios sobradamente preparados para interpretar el papel de consejero delegado, a cambio de que no se lo creyeran demasiado. Todo ello ha dado lugar a una prole de directores de operaciones elevados a las más altas dignidades gerenciales pero que realmente nunca han sido considerados como primeros ejecutivos ni fuera ni dentro de sus propias empresas.

Con la gran excepción de Ana Botín, el BCE ha impuesto la mano dura en el sector financiero español para que los presidentes cedan el puesto real de mando a sus consejeros delegados

El Banco Central Europeo (BCE) decidió hace tiempo acabar por las bravas con la impostura en el sistema financiero español, provocando no pocas tensiones dentro del sector bancario en España. Francisco González tuvo que aceptar a regañadientes la inicial promoción de Carlos Torres como CEO oficial del BBVA, una decisión forzada y de la que FG se viene arrepintiendo desde antes incluso de abandonar la entidad. En el Sabadell a Josep Oliu le han pasado al cobro la misma factura desde Fráncfort, aunque está por ver si César González Bueno consolidará su mando en plaza tras el desgaste del ajuste que le ha sido encomendado como primer timonel del banco catalán.

En la nueva CaixaBank, José Goirigolzarri ha cedido el timón al consejero delegado Gonzalo Gortázar como no podía ser de otra manera. No obstante, el nuevo organigrama de la entidad fusionada consiente que el máximo responsable de la antigua Bankia mantenga el apellido de ejecutivo, lo que ha facilitado que su retribución prácticamente se vea triplicada en relación al salario que percibía hasta ahora en la entidad nacionalizada. Respecto a la otra fusión de Unicaja y Liberbank la mano dura del supervisor ha propiciado un acuerdo de gobierno corporativo que obligará al consejero delegado, Manuel Menéndez, a caminar con pies de plomo si pretende heredar dentro de un par de años los poderes ejecutivos que ahora ostenta su tocayo Manuel Azuaga en calidad de presidente.

El único verso suelto al que todavía no han puesto en rima los supervisores, en su mayoría italianos, del BCE es el Banco Santander. El fiasco padecido con Andrea Orcel, aparte de otros muchos avatares que deberán sustanciarse en los tribunales, ha dejado a la intemperie el liderazgo de José Antonio Álvarez como consejero delegado. Está claro que dentro del primer grupo bancario del país los pantalones los lleva Ana Botín, lo que no deja de ser una estupenda credencial de esa diversidad de género que tanto se echa de menos en las cúpulas ejecutivas de la mayor parte de empresas del país. Pero con todo y con eso lo cierto es que el CEO del Banco Santander aparece a los ojos de los analistas internacionales como un directivo de quita y pon, si se apura incluso un poco cansado de cumplir escrupulosamente con un guion que limita sus funciones como si se tratase de un mero y fiel encargado de ejecutar las decisiones que le vienen impuestas desde arriba.

ACS concentrará de nuevo todo el poder en Florentino 'Superstar'. A lo mejor alguien se creyó de veras que el antiguo CEO, Fernández Verdes, sería algún día primer ejecutivo del grupo.

Está visto que donde hay presidente ejecutivo no manda marinero disfrazado de consejero delegado. En las grandes compañías del Ibex se puede decir que el hábito no hace al monje por mucho que se quiera vestir de faralaes a esos supuestos CEOs que, en la práctica, tienen limitadas sus atribuciones a las de un mero director general de operaciones. Algunas entidades han llegado a imprimir por anverso y reverso las tarjetas de visita de los miembros de la alta dirección a fin de mostrar en castellano y en inglés que sus ilustres consejeros delegados no dejan de ser lo que un buen entendedor anglosajón traduce como COO (Chief Operating Officer). Una anomalía propia de una jerga que induce a un engaño plenamente aceptado con el consentimiento implícito de la CNMV y sus sucesivos códigos de gobierno corporativo, en los que se otorga plena discrecionalidad al presidente para que pueda prescindir a conveniencia de esa figura, ciertamente descafeinada, del consejero delegado.

Algo de esto es lo que acaba de suceder con el dimisionario Marcelino Fernández Verdes, el hombre que pudo reinar en ACS si es que alguien que no fuera el propio interesado pensó verdaderamente que Florentino Pérez estaba apuntando a un plan de sucesión dentro del grupo constructor y de infraestructuras. El  inmarcesible paladín de la abortada Superliga europea de fútbol ha dado un paso atrás en sus propósitos de buen gobierno corporativo dentro de ACS. En la próxima junta de accionistas convocada para primeros de mayo Pérez Superstar asumirá los poderes del que se suponía estaba llamado a ser su delfín, de manera que a partir de ahora incorporará las labores del consejero delegado a sus consabidas funciones de presidente ejecutivo. Los observadores más ingeniosos recuerdan que también Napoleón se autocoronó emperador de Francia en 1804 y todo el mundo se rindió a sus pies.

La verdad es que no hace falta irse dos siglos atrás en el túnel del tiempo para comprobar las dotes de autoridad que cautivan a los más afamados próceres de la actual generación empresarial. Con independencia de filias y fobias, si en algo parecen estar de acuerdo los señores del Ibex es en no dejar resquicios a falsas interpretaciones que puedan desvirtuar el ejercicio de su omnímodo poder. En los actuales momentos de confusión e incertidumbre económica ni las más acérrimas rivalidades que todavía perduran dentro del mundo español de los negocios sirven para distinguir alguna diferencia sustancial en la cabecera gerencial de las más importantes sociedades cotizadas. La regresión de ACS no hace sino reforzar el modelo de gobernanza que su némesis de Iberdrola viene exhibiendo desde años. En cuestión de gobierno corporativo no hay motivos para engañarse: florentinos y galanes son tales para cuales.

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