OPINION

Investidura de ida y vuelta a la espera de que el Rey eche una mano en otoño

Pedro Sánchez y Pablo Iglesias en el Palacio de la Moncloa. | EFE
Pedro Sánchez y Pablo Iglesias en el Palacio de la Moncloa. | EFE

Pedro Sánchez invocó una verdad de Perogrullo cuando aseguró hace pocos días que la única opción alternativa a un Gobierno socialista sólo podía ser otro Gobierno socialista. Ambos, por supuesto, bajo su incontestable presidencia y el respaldo de esos 123 diputados que, en realidad, no sirven para garantizar un nuevo contrato de alquiler en el Palacio de la Moncloa. En el subconsciente del líder socialista y detrás de su arrogante posición latía, no obstante, la esencia de una táctica negociadora en virtud de la cual el PSOE traslada la carga de la prueba al resto de contrincantes políticos, desde el Partido Popular a Ciudadanos, incluyendo también a Podemos, con los que necesariamente hay que contar para la investidura del presidente del Gobierno.

Los dos principales asesores de cabecera con los que trabaja Sánchez en esta fase de escaramuzas postelectorales, como son el actual ministro de Fomento en funciones, José Luis Ábalos, y el aclamado jefe de Gabinete, Iván Redondo, han desplegado una especie de ‘road show’ entre los analistas de la llamada sociedad civil en un intento de poner a salvo a su jefe ante la inestabilidad política que se vive en España. En sus repetidos contactos de estos días con los distintos agentes económicos y sociales los emisarios socialistas manejan un relato adaptado a cada tipo de interlocutor, pero con un denominador común orientado a depurar responsabilidades a diestro y siniestro del complejo arco parlamentario de nuestro país.

En las reuniones con los sindicatos el reo de culpa es Podemos y el egotismo de un Pablo Iglesias en horas bajas que, a tenor del discurso socialista, parece dispuesto a morir matando si no consigue aposentarse en la mesa del futuro Consejo de Ministros. Cuando enfrente están los empresarios, el discurso se ceba en el PP y Cs y su batalla particular por liderar la oposición de esa derecha estigmatizada en su alianza con Vox. Los ideólogos socialistas se lavan las manos mientras se abrazan a una motivación suprema por la cual los perdedores de las elecciones estarían obligados a correr raudos en auxilio del magro vencedor.

Pedro Sánchez y Pablo Iglesias en el Palacio de la Moncloa. | EFE
Pedro Sánchez y Pablo Iglesias celebran hoy su Santo sin visos de acuerdo./ EFE

Con estos argumentos el PSOE trata de ganar tiempo evitando que los poderes fácticos señalen con el dedo a su jefe de filas ante el parón que está empezando a sufrir la actividad económica. En el cuartel general de Ferraz consideran que, transcurridos dos meses de las elecciones generales, la fruta no está todavía suficientemente madura y prefieren que sean otros los que agiten las ramas del árbol antes de que Sánchez se disponga a recoger todas las nueces. De ahí que los tiempos de espera se hayan dilatado para dar paso previo a la formación de gobiernos locales y autonómicos y que ahora, visto lo visto, se hayan marcado en rojo las fechas de unas eventuales nuevas elecciones para el mes de noviembre.

La sesión de investidura que esta misma semana será fijada para mediados de julio por la presidenta del Congreso, Meritxell Batet, debe entenderse como el partido de ida de una eliminatoria a doble vuelta que tendrá su contrapunto el próximo mes de septiembre. Será entonces cuando el PSOE eche el resto para aprobar la asignatura pendiente que supone, ahora sí, convertir a Sánchez en presidente electo del Gobierno español. La amenaza de convocar directamente a las urnas, como ha anunciado la ministra de Hacienda, María Jesús Montero, no es más que el postrero intento de doblegar la resistencia de Podemos con un farol gratuito que implicaría un riesgo tan innecesario como excesivo dada la fragmentación de un mapa electoral extraordinariamente embarrado.

El triunfo socialista de este último ciclo electoral se ha visto adornado por la imagen internacional de un pletórico Pedro Sánchez que se mueve mucho mejor en Bruselas que en Madrid, por lo que tampoco tiene ninguna gana de tentar a la suerte. El PSOE se ha erigido en salvador de la socialdemocracia en Europa tras los resultados del 26 de mayo y de ahí también que Josep Borrell, como principal baluarte de la candidatura española al Parlamento Europeo, haya lanzado su órdago particular para convertirse en dueño de su propio destino. El jefe del Ejecutivo está que lo tira y no ha tenido otra que claudicar ante el bueno de Pepe, al que tratará de promover como vicepresidente en la nueva Comisión Europea o, en su defecto, seguirá como canciller en España al frente del Ministerio de Asuntos Exteriores.

La tercera vía, ultima esperanza de los empresarios

Las cartas entre los principales tahúres socialistas están marcadas, tanto en lo que concierne a su futuro político inmediato como en el modus operandi para sacudir la partida y ganar por la mano en los últimos minutos de la basura. Para ello, no hay otro as en la manga que un acuerdo con Podemos, una contingencia que, no se olvide, preocupa mucho más fuera que dentro del PSOE y que, en efecto, otorgará una cartera ministerial a Pablo Iglesias o, quizá, a uno (o una) de sus más cercanos. El cálculo político concede prioridad a dicha alternativa porque el resto de opciones no disponen de ningún certificado de garantía.

La posibilidad de que Albert Rivera rompa el cordón sanitario levantado contra Sánchez es más remota si cabe después de la crisis desatada en Ciudadanos y la inveterada tendencia de todo líder político a no reconocer el más mínimo error. Cuanta más sea la presión sobre la formación naranja más se encastillará su fundador. La única salida viable para que Cs apoye al PSOE exige que Rivera se caiga del caballo con todas las consecuencias, algo que no figura en la agenda política, por ahora, y con lo que Sánchez tampoco puede contar en su hoja de ruta hacia Moncloa.

Si acaso, y como último recurso para evitar el presunto Gobierno de coalición con Podemos, el mundo empresarial y de negocios maneja la llamada tercera vía de investidura. En este caso la solución concierne a Pablo Casado como defensor por razones de Estado de una abstención de los populares que permitiera a Sánchez presentar sus credenciales en una segunda ronda de consultas con Felipe VI. Una vez más, el jefe del Estado actuaría como valedor de la estabilidad política de la nación, con el PP en calidad de avalista de un préstamo que podría devengar un alto interés a la vuelta de cuatro años. Eso sí, en nombre del Rey y un instante antes de que se cierren de nuevo las puertas de Las Cortes.

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