OPINION

La banca se la juega al 21

Pablo Hernández de Cos, nuevo gobernador del Banco de España, en su toma de posesión del cargo. EFE
Pablo Hernández de Cos, nuevo gobernador del Banco de España, en su toma de posesión del cargo. EFE

Desde antes de la propagación del Covid-19 las autoridades europeas tenían muy claro que los exámenes de esfuerzo en el mercado financiero, los célebres test de estrés, habían desvirtuado su misión esencial como herramienta básica de gestión para convertirse en lo más parecido a un concurso de belleza. La nueva recesión global que se cierne sobre la eurozona ha arruinado los centros de estética de los grandes bancos continentales, más preocupados ahora de sobrevivir a la pandemia que en maquillar sus esculturales perfiles corporativos. Una cosa es la fotografía y otra la radiografía, de modo que las pruebas de resistencia han sido suspendidas este año en prevención de males mayores. Existe la esperanza de que las entidades puedan encontrar algo de respiro a la vuelta del próximo ejercicio, una vez que hayan sido expurgados todos los virus y que se encuentre una fórmula de diagnóstico realmente útil para comprobar el grado de solvencia en el sector.

Una vez echado a perder 2020, con un desplome del PIB que en España se presume superior al 10%, el único consuelo reside en que 2021 permita revertir la moneda con un crecimiento económico de, al menos, el 5%. De esta forma, el saldo del bienio en curso garantizaría un escenario equivalente al que fue utilizado en los test de estrés de noviembre de 2019. Los supervisores del Banco Central Europeo (BCE) admiten que se darían con un canto en los dientes si pudieran renovar esta última referencia supuestamente fiable, pero al mismo tiempo reconocen que hace un año nadie estaba preparado, ni por asomo, para simular un schock como el que se ha producido. El sistema financiero se fortaleció en el castigo de la pasada recesión, pero eso no significa que a día de hoy esté preparado para resistir el bombardeo que amenaza con arrasar la economía mundial.

En nuestro país los hechos hablan por sí mismos como se pudo comprobar tras el ataque furibundo lanzado en tromba por los hedge funds contra las entidades financieras cuando la CNMV levantó hace unos días la prohibición de operar a corto en bolsa. Los especuladores que apuestan por una caída de las cotizaciones llevaban dos meses confinados y no dudaron en aprovechar la ocasión para sacar los colores a los principales bancos españoles. Alguno de los afectados, con menores recursos para frenar el aluvión de órdenes vendedoras, no han dudado en buscar culpables entre el empedrao, colocando en el ojo del huracán a Sebastián Albella, el supremo vigilante del mercado de valores a quien ahora se le reclama una mayor sensibilidad como protector de las grandes sociedades cotizadas del Ibex.

La angustia acumulada por el inagotable estado de alarma, azuzada por la improvisación del Gobierno con su política de ‘decreto va y decreto viene’, ha trastocado los niveles de responsabilidad que se les exigen a las instituciones de supervisión financiera, convertidas de repente en el último clavo ardiendo al que tratan de agarrarse los agentes del sector antes de que el agua les llegue al cuello. En el mercado bancario el temor a la crecida es generalizado aunque, como dice Pablo Hernández de Cos “no todos están en las mismas condiciones”. El gobernador del Banco de España ha entendido la misión no escrita que entraña el cargo y es, sin duda y de largo, el dirigente del mundo económico que más se está mojando ante la crisis, demostrando una actitud realmente insólita en un momento en el que cada cual trata de nadar y guardar la ropa.

La tesis del hombre que dirige las labores de supervisión bancaria es tan elemental como elocuente a la hora de precisar las consecuencias de la crisis sanitaria en el sistema financiero español. El coronavirus no ha hecho sino empeorar los males del sector que se resumen en un problema endémico de rentabilidad, que será más acentuado cuando aumenten los índice de morosidad, tal y como previene la Autoridad Bancaria Europea (EBA), que dirige el español José Manuel Campa. A partir de esta conclusión se entiende mejor el castigo que padecen las entidades españolas cada vez que los lobos que pululan por los mercados de capitales resoplan con fuerza para derribar las valoraciones en bolsa. Una amenaza que se hará extensiva a medida que el Gobierno se muestre incapaz de ofrecer una mínima y coherente esperanza de reactivación económica, al margen de las ayudas del BCE y de la asistencia financiera que tarde o temprano habrá que solicitar a Bruselas.

Preservar el capital, o sea ajustes y fusiones

La pandemia puede engendrar un rebrote de esa patología genética de la política española identificada como anomia y que el diccionario de la RAE define en su segunda acepción como un trastorno del lenguaje que impide llamar a las cosas por su nombre. La penúltima gran recesión dejó claros ejemplos de esta enfermedad, cuyo efecto más letal suele ser la aplicación de soluciones terapéuticas que por tardías resultan ineficientes, lo que produce un incremento exponencial de los sufrimientos, los costes y los periodos de rehabilitación. Los bancos españoles, lo que queda de ellos, saben bastante de esto y de ahí que en el viejo caserón de la Plaza de Cibeles se estén apretando los machos a pesar de que el mercado financiero en nuestro país exhibe ahora, malo sería, una imagen bastante más atractiva que la de hace una década.

Proteger la fortaleza de la banca es, en todo caso, la prioridad de los reguladores, como acaba de afirmar la directora gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI), Kristalina Georgieva. En el juego de sutilezas que domina el argot financiero esto significa un esfuerzo añadido para preservar el capital, lo que lleva aparejada la cancelación en el pago de dividendos, la supresión de los programas de recompra de acciones y, probablemente también una adaptación de capacidad aprovechando la irrupción de la banca electrónica en los tradicionales servicios al cliente minorista. En un sector volcado al mercado retail como el español, en el que dos terceras partes de los costes son gastos de personal, no es descabellado pensar que la actual crisis dará lugar a un enésimo ajuste de oficinas y plantillas, adicional a ese 40% de recorte llevado a cabo desde el año 2008.

La reconversión interminable de la banca se hará especialmente visible en el primer semestre del próximo año y otorgará carta de naturaleza a un ulterior proceso de integración auspiciado por causas que todo el mundo entenderá tan naturales como la vida misma. El Banco de España no quiere ni necesita mezclarse para nada en las futuras fusiones bancarias, que esta vez vendrán propiciadas por la materialización  de nuevas sinergias capaces de asegurar la eficiencia de unidades con mayor escala. La configuración del eventual mapa financiero afectará directamente a los últimos mohicanos que todavía ostentan la herencia de las antiguas cajas de ahorros, sin descartar otros movimientos más espectaculares entre los cinco grandes de mercado. Ahora que hemos aprendido a vivir por etapas secuenciales todo hace indicar que también la banca entrará el próximo año en lo que se podría denominar la enésima fase de consolidación. La última de la desescalada antes de que la crisis ponga otra vez al descubierto la debilidad inmunológica del sector.

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