OPINION

La cara oculta del caso BBVA, el 'bambi de acero' y su gran juicio pendiente

José Luis Rodríguez Zapatero y Nicolás Maduro
José Luis Rodríguez Zapatero y Nicolás Maduro
PRESIDENCIA DE VENEZUELA - Archivo

El mejor ataque es una buena defensa y la mejor defensa es muchas veces un buen despeje. Es por eso que el flamante presidente del BBVA, Carlos Torres, pretende alejar el ‘caso Villarejo’ lo más lejos posibles de su entidad. La apelación al procedimiento judicial en los tribunales como elemento prioritario para desentrañar lo ocurrido hace catorce años reorienta el foco de las eventuales responsabilidades internas como una consecuencia lógica al deber de lealtad societaria que implica la protección del banco ante un ataque exterior. Pero no se trata solamente de sacudirse de encima las presiones de todo tipo que han arreciado en los últimos meses, sino de indagar claramente en las actuaciones inducidas o, cuando menos consentidas, por un Gobierno al que el vértigo político de los tiempos modernos ha permitido marcharse de rositas.

La caída forzada de Francisco González demuestra que no existe en nuestro país más que un cargo que pueda presumir realmente de su majestuosa condición emérita, pero al mismo tiempo abre el telón a un escenario bastante más amplio que el derivado de las adictivas escuchas telefónicas contratadas al célebre comisario actualmente en prisión. La España de nuevo cuño tiene también derecho a descorrer el tupido velo sobre las causas que condujeron al más hiriente e inmediato pasado de una crisis cuya herida sigue sangrando en el imaginario colectivo. El escándalo del BBVA proporciona ahora la oportunidad de pasar la factura al cobro de aquellos que contribuyeron más que ningunos otros a dejar el país hecho unos zorros.

El oprobio de la moción de censura contra Mariano Rajoy ha condenado al ostracismo político a un grupo de dirigentes económicos que llegaron al poder como redentores de una recesión por la que han terminado crucificados. El mayor beneficiario de los múltiples sacrificios practicados en nombre de la recuperación económica ha sido el Gobierno de Zapatero, empezando por su excelentísimo presidente, reconvertido ahora en apóstol del diálogo con el régimen totalitario de Maduro. El bueno de José Luis trata de hacerse el valiente en Venezuela con su vieja fórmula del talante enmascarado y fraudulento que acaba de denunciar Luis del Rivero cuando califica al antiguo líder socialista como “un bambi de acero” por la ofuscación con que despachó algunas de sus más atrabiliarias decisiones políticas.

El antiguo presidente de Sacyr barría para casa en su afán por desmontar con este argumento la consabida participación del Gobierno socialista en el asalto al BBVA a principios de 2005. Es verdad que el entonces ministro de Economía, Pedro Solbes, adoptó su pose habitual para colocarse de perfil ante la intentona del grupo constructor, aunque Luis del Rivero no puede ocultar que antes de llegar a este punto otros destacados servidores supuestamente públicos se dedicaron a impulsar lo más parecido a una conjura destinada a desalojar a Francisco González de la presidencia del banco. La legitimidad del proyecto no pudo ser refrendada con el suficiente respaldo político y financiero y los promotores del ‘putsch’ terminaron por tirar la toalla, pero entre medias la CNMV, La Moncloa y sus terminales mediáticos quedaron retratados como cómplices de una intriga de cuchipanda al servicio de intereses claramente partidistas.

El entonces vicepresidente de la Comisión de Valores, Carlos Arenillas, se ha rasgado ahora las vestiduras personándose con la correspondiente denuncia en la causa judicial del caso BBVA. Está en su perfecto derecho como víctima reconocida de un supuesto delito de espionaje, pero su paso al frente ante la Audiencia Nacional puede producir un claro ‘efecto boomerang’ si los encargados de instruir el proceso deciden tirar de la manta con todas las consecuencias. Basta que le pregunten a Manuel Conthe, a la sazón presidente atormentado de la CNMV y que, a la postre, fue quien frenó en seco el contubernio cuando comprendió que la institución que regentaba estaba siendo utilizada para remover antiguos expedientes traspapelados de la venta de FG Valores a Merril Lynch.

La cultura del 'todo vale'

El hasta hace unos días presidente de honor del BBVA había transferido su sociedad de bolsa al banco de inversión estadounidense en 1996 y los detalles de la operación habían dejado bastante que desear desde el punto de vista de unas valoraciones que tampoco el entonces responsable en España de la entidad compradora, Claudio Aguirre, se había atrevido a denunciar activamente en los tribunales. El supervisor bursátil tenía el asunto olvidado en sus archivos y la intención de los vengadores justicieros no era otra que agitar la memoria histórica de la operación para colocar a FG en la diana y facilitar la entrada en el BBVA del grupo formado por Rivero y las antiguas familias de Neguri encabezadas por José Domingo Ampuero.

La estrategia de acoso y derribo, una vez conocidas los lamentables avatares del comisario Villarejo, podría compararse con un guion de película más bien parecido al célebre ‘Atraco a las tres’ que protagonizó el mítico José Luis López Vázquez en los años sesenta. Sin embargo, el afán de unos por echar tierra sobre el escándalo y el de otros por volver a la carga para exhumar resentimientos pasados alienta una extraña sensación de desconsuelo y amargura sobre el modo y manera con que fueron manejados los grandes asuntos económicos en los primeros años de siglo. La España del euro con la avalancha del dinero fácil trastocó el código de valores deontológicos propiciando una cultura del ‘todo vale’ cuyas consecuencias se están pagando todavía a día de hoy.

Las escaramuzas del BBVA fueron resultado del delirio de grandeza que atacó a algunos dirigentes empresariales cuando creyeron que la inopinada llegada de Zapatero a La Moncloa constituía una ocasión para revertir los poderes otorgados por Aznar a los privilegiados de las grandes privatizaciones de empresas públicas. Después del paseo militar con que Antonio Brufau descabalgó de Repsol a Alfonso Cortina en octubre de 2004 los más osados entendieron que todo el monte era orégano y desplegaron su ofensiva contra Francisco González sin tener en cuenta que el entonces presidente del banco mantenía todavía un buen puñado de deudos en instancias estatales con capacidad suficiente para echarle una mano y parar el golpe.

Más rocambolesco si cabe fue el episodio inmediatamente posterior de Endesa, donde la antigua Gas Natural entonces presidida por Salvador Gabarró no tuvo para nada en cuenta la capacidad de resistencia numantina de Manuel Pizarro. La guerra de opas que provocó la ofensiva inicial marcada con el sello de La Caixa desembocó en la venta de la primera empresa eléctrica española al Estado italiano representado por Enel. Todo un desastre para los intereses patrios y en el que tuvo mucho que ver la incapacidad del Gobierno para calibrar su fuerza de intervención a la hora de meter la cuchara en asuntos de clara naturaleza privada. Fue precisamente esa falta de medida, la ‘manca finezza’ que denunciara en su día Giulio Andreotti, la que impidió anticipar la gran recesión económica y la que se va a poner en tela de juicio una vez que el caso BBVA ha llegado a los tribunales.

Aparte de los juegos de espías que tanta conmoción están causando en el cínico mundo de los negocios, las lecciones de la historia económica más truculenta dan para varios capítulos de serie negra. Algunos incluso están todavía por escribir dada la vulnerabilidad del actual equipo gestor del BBVA y la incertidumbre que se abre a partir del procedimiento judicial. El sucesor de FG no debería engañarse con ese 98% de votos que han respaldado su nombramiento en la junta porque el Gobierno que salga de las urnas el 28 de abril, si es que sale alguno, no tardará en volver a las andadas para arañar el techo de cristal que cubre de momento a Carlos Torres. Es cuestión de tiempo, sobre todo si la España que quiere pasar página vuelve a ser superada por la España que siempre está dispuesta a tropezar en la misma piedra.

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