OPINION

El sino de Europa y la profecía letal del cenáculo de Washington

La bipolaridad de Estados Unidos y China amenaza con subvertir el orden mundial
La bipolaridad de Estados Unidos y China amenaza con subvertir el orden mundial
EFE

Casi en paralelo con la reunión que el Club Bilderberg celebró hace pocas semanas en Montreux, la ciudad suiza donde Freddie Mercury inspiró algunos de sus más célebres temas, tenía lugar en Washington otra sinfonía orquestada por el que está considerado de largo como el más importante 'think tank' a nivel global. El Brookings Institution, fundado en 1916 como centro de investigación de clara proyección liberal, exprimió el jugo de los más conspicuos representantes globales en intensas jornadas de análisis y debate. Empresarios, funcionarios, políticos y académicos de origen variopinto y elevada condición abordaron los más acuciantes asuntos económicos y geopolíticos que a día de hoy amenazan con subvertir el viejo orden mundial y el cada vez más obsoleto equilibrio planetario de poderes.

Las conclusiones de estos cónclaves son harto elocuentes no tanto por la reafirmación de los planteamientos convencionales que se discuten, sino por el hecho de que son referidas en contextos tan selectos como reservados, donde la confidencialidad de las opiniones garantiza la definición de criterios políticamente incorrectos que, a la postre, son los que realmente interesan en las grandes decisiones corporativas. El secretismo de las deliberaciones se compensa con la disposición de los invitados para exponer sus opiniones a carta cabal, en el bien entendido de que allí cada cual podrá afirmar lo que realmente piensa sin que nada de lo que diga pueda ser tomado en su contra. A la postre, del conjunto de reflexiones se sustancia un cuerpo doctrinal orientado como referencia para una toma de postura ante el devenir de los más trascendentales acontecimientos en ciernes.

Este año la agenda de trabajo de estos influyentes laboratorios de ideas ha priorizado lo que ya se ha dado en definir como la ‘guerra fría’ entre Estados Unidos y China, una nueva patología en el marco de relaciones entre los dos grandes colosos económicos y militares que para nada puede atribuirse a la caprichosa excentricidad de Donald Trump. El establishment de Washington, incluyendo a la carismática presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, junto a otros destacados miembros del Partido Demócrata, ha cerrado filas con el inquilino de la Casa Blanca en una batalla que se presume indefinida en el tiempo. Por lo menos, mientras los políticos de Estados Unidos sigan convencidos, como ha quedado patente en las reuniones de marras, que a día de hoy su gran nación no está aún preparada para ganar a la carrera a un rival que ha adaptado el modelo capitalista sobre un régimen de planificación capaz de controlar los movimientos de sus agentes productivos.

Estados Unidos tiene que frenar como sea la crecida china y así se explica la acusación de espionaje a Huawei con la misma desfachatez que se alertó al mundo en contra de las armas de destrucción masiva de Irak. En la guerra contra Sadam Husein se demostró la inoperancia del Consejo de Seguridad de la ONU casi con la misma evidencia que ahora se deslegitima el papel de la Organización Mundial del Comercio (OMC) para mediar en un conflicto forzado a instancia de parte. El efecto inmediato no puede ser otro que el final de la socorrida multilateralidad, que ha perdido todo el foco dentro del nuevo escenario diplomático. El futuro se ventila en un toma y daca entre las dos grandes potencias y los organismos institucionales estilo G-20, que adquirieron su mayor relevancia a raíz de la gran recesión de 2008, están destinados a convertirse en meros utensilios funcionales para cumplimentar expedientes de encargo.

La bipolaridad se ha instalado en el imaginario colectivo de los principales hombres de negocio y dignatarios mundiales para quienes ni siquiera la inquietante Rusia es considerada a día de hoy como un ocasional tercero en discordia. Rusia ya no representa la amenaza militar que fue en el pasado ni tampoco tiene una capacidad económica que le permita erigirse en un contrapoder efectivo. Si acaso su aparato de inteligencia mantiene las constantes vitales de la antigua Unión Soviética y permite a Moscú postularse como una potencia más aparente que real y cuya plenitud sólo puede manifestarse dentro de su propia zona de influencia. Más allá de la república presidencialista de Vladimir Putin las únicas marcas que todavía proyectan cierto magnetismo en el concierto internacional son Japón y Corea del Sur, pero en estos casos el reconocimiento de los grupos expertos de pensamiento y análisis geoestratégico viene dado por la rivalidad directa con China, lo que convierte a ambos países en meros aliados satelitales dentro de la órbita estadounidense.

Proteccionismo ante la falta de liderazgo

El nuevo e incierto panorama deja escasos resquicios a Europa, intérprete por méritos propios del gran drama de todo aquel convidado de piedra que ni está ni se le espera. El Viejo Continente se ha quedado para vestir santos como gregario de lujo de los postulados que llegan del otro lado del Atlántico. De nada vale que las únicas esperanzas blancas del 5G sean dos marcas caseras como Nokia y Ericsson porque la Unión Europea, aparte de ser incapaz de cerrar un presupuesto común, ni siquiera tiene un relato con el que confrontar la prepotencia de Trump y su desafiante ‘America First’. No es de extrañar que Jean-Claude Juncker en sus horas finales al frente del Gobierno de Bruselas afirme que Europa se enfrenta a un momento crítico equivalente al de 1978, cuando Estados Unidos abandonó el patrón oro. La diferencia es que entonces el euro estaba por descubrir y ahora la moneda única se tambalea apoyada exclusivamente en las muletas de una política monetaria expansiva pero con claros síntomas de agotamiento.

La fatiga de Europa es la nota disonante dentro de la partitura que orienta las discusiones de los principales cenáculos internacionales. Aparte del interminable Brexit, la desconfianza en el liderazgo de los dirigentes continentales empieza a resultar patética, lo que ha derivado en una oleada de proteccionismo en la que cada cual trata de defender su terreno y sacar la mejor tajada en el reparto de altos cargos en Bruselas. En este marco de actuación las economías nacionales están empezando a ser invadidas por la corriente tecnológica de las grandes firmas multinacionales, convirtiendo a Europa en el campo de batalla de las célebres FAANG (Facebook, Apple, Amazon, Netflix y Google), que amenazan con revolucionar los fundamentos de negocio de los principales sectores de actividad económica. En cuanto Estados Unidos decida cómo meter en vereda a sus nuevos monstruos corporativos del Silicon Valley y aledaños a Europa sólo le quedará asumir su duelo y elegir padrino. O lo que es igual, decidir si prefiere ser invadida por Estados Unidos…o por China.

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