OPINION

La revolución cultural de Madame Iglesias y otros Ministerios Inocuos

Yolanda Díaz Irene Montero Pablo Iglesias
Yolanda Díaz Irene Montero Pablo Iglesias
EFE

Una vez completado, por fin, el primer Gobierno dual de la democracia contemporánea española la gran cuestión dentro del ajustado equilibrio de poder que mantienen los dos aliados preferentes de la coalición progresista consiste en saber cuántos de los nuevos ministros y ministras de Podemos tienen sillón de terciopelo en la Comisión Delegada para Asuntos Económicos. El presidente Sánchez ha conferido a Nadia Calviño la titularidad de este organismo colegiado del Ejecutivo del que dependen las más importantes decisiones que afectan al bolsillo de los ciudadanos y en el que Pablo Iglesias pretende colocar el mayor número de peones a fin de llevar hasta sus últimas y más codiciadas consecuencias el reparto del botín pactado con el PSOE.

El presidente socialista ha tratado de diluir las influencias del líder de Podemos con un Gabinete de corte económico en lo que se entiende como un gesto, más bien una mueca, para la galería de Bruselas y los siempre desconfiados mercados de capitales. Superados los dolores del parto, Pedro Sánchez trata de reafirmar su liderazgo como un jefe frío e indolente ante las tentaciones de esa montaña de advenedizos con los que se ha visto obligado a compartir las mieles de su ajustada victoria electoral. Iglesias es consciente que el apetito de poder con que ha llegado a su preciada vicepresidencia tiene que saciarse a base de un picoteo lo más nutritivo posible, disimulando cualquier afectación que pueda motejarle como si fuera un invitado especial que llega al Gobierno muerto de hambre.

Los ministerios de Podemos son de los que cuentan con menos apellidos dentro de la sopa de letras con que Sánchez ha renombrado el primer nivel de la Administración del Estado en un ejercicio que contiene claras reminiscencias jacobinas. Los departamentos de Trabajo, Consumo, Igualdad y Universidades, que conforman el grupo comunista del Gobierno, han quedado reducidos nominalmente a la mínima expresión, pero sus funciones tienen un marcado componente social cuyo desarrollo será directamente proporcional a la dote financiera que obtengan en la distribución presupuestaria que decida Hacienda. Más allá del contrapeso teórico que sea capaz de oponer Nadia Calviño ante las ínfulas podemitas, la única barricada efectiva que puede obstaculizar el avance de Iglesias depende de María Jesús Montero como cancerbera de la caja pública.

Lo que a simple vista parecen competencias inofensivas pueden no serlo tanto cuando se cargan con munición política de alto calibre fiscal y financiero. Los dirigentes que han tenido el privilegio de sentarse en alguna ocasión a la mesa del Consejo de Ministros saben, como diría el barón de Coubertain, que lo importante es participar, poner un primer pie dentro del Gobierno para luego dar la batalla hasta donde las circunstancias y la capacidad de negociación lo permitan. Hay quien piensa que las carteras otorgadas a Podemos caben dentro de una Secretaría de Estado, pero cuidado con los llamados ‘Ministerios Inocuos’, porque manejados con mano de hierro pueden convertirse poco a poco en arietes implacables de una política de signo radical.

Dejando a un lado al sociólogo Manuel Castells, promovido al Ministerio de Universidades en un claro guiño a Ada Colau, los demás titulares de Podemos tienen argumentos sobrados para elevar su nivel competencial al principal ámbito de gestión económica del Ejecutivo. A la ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, la han despojado del control de la Seguridad Social pero la naturaleza simbiótica de ambos departamentos obligará a su contraparte, José Luis Escrivá, a un esfuerzo permanente de diálogo que va a poner a prueba la independencia, hasta ahora indomable, del antiguo ‘pepito grillo’ de la Airef. Por lo demás, la admiradora de Santiago Carrillo cuenta con todo a su favor para restaurar a los sindicatos en el trono de las relaciones laborales que, no en vano, es lo único que se busca con la pretendida derogación de la reforma del mercado de trabajo.

Cuota femenina para contratar con el Estado

Otro que aspira a bailar con La Internacional de fondo es Alberto Garzón, al que algunos observadores tildan de forma lacónica como el ‘ministro de las tragaperras’ por su afán en regular el sector de los juegos de azar. Craso error porque el Ministerio de Consumo que le ha tocado en suerte, a pesar de las muchas competencias transferidas a las comunidades autónomas, es una llave maestra para entrar hasta la cocina y calentar al rojo vivo la mayor parte de normativas financieras a las que todavía les falta un último hervor en su tramitación parlamentaria. Conociendo la animosidad de Podemos con la banca no es difícil imaginar al coordinador general de Izquierda Unida haciendo las veces de vengador justiciero en el altar de esa economía social consagrada como religión secular de la izquierda posmoderna.

Aunque para sacerdotisa de la nueva doctrina nadie mejor que Irene Montero, ministra de Igualdad o, lo que es igual, cabeza visible de esa lucha de género que ha tomado el relevo de la anacrónica lucha de clases en el ideario marxista de los tiempos que vivimos. La pareja de Pablo Iglesias va a disponer de un arma letal para remover, en aras de la diversidad, todas las estructuras societarias de las grandes compañías del país; tanto las públicas como también las privadas que aspiren a contratar con el Estado. La imposición de cuotas femeninas ha superado la etapa de lo políticamente correcto para convertirse en una condición obligada en el mundo empresarial, donde a pesar de algunos nombres ilustres todavía existe un largo recorrido para que las mujeres adquieran voz y voto en la alta dirección de las grandes corporaciones españolas.

El intento de reingeniería social que subyace detrás del nuevo Gobierno de coalición está servido y ya se sabe que en este tipo de programas de cambio todo es empezar. Baste recordar cómo se las gastó Madame Mao en la China de mediados del pasado siglo. Tras el estrepitoso fracaso del Gran Salto Adelante, Mao Zedong confió a la que entonces era su cuarta esposa la dirección artística de un movimiento que, bajo el eufemismo de la Gran Revolución Cultural, no tenía más objeto que preservar a sangre y fuego el pensamiento comunista. La China posterior, bajo la tutela de Den Xiaoping, tardó una década larga en restaurar un desastre que se cobró millones de víctimas y diezmó a toda la clase dirigente e intelectual del país. Cualquier parecido con la realidad en España puede ser interpretado como una invocación del apocalipsis, que diría Pedro Sánchez. Nada de eso. Simplemente, que tampoco está de más repasar la Historia de vez en cuando.

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