OPINION

La última tentación de Soraya... si Casado se la pega en Andalucía

Pablo Casado y Soraya Saénz de Santamaría
Pablo Casado y Soraya Saénz de Santamaría
EFE

Las elecciones andaluzas del próximo 2 de diciembre se han convertido en el momento alfa de una agenda política cargada de diversas y sucesivas citas con las urnas a lo largo de todo el año 2019. Un calendario que no tiene definido todavía su punto omega por mucho que el presidente Sánchez insista en su deseo de agotar la legislatura, pero que puede ir clarificando algunas de las muchas incertidumbres que nublan la actividad política en España. Las fuerzas parlamentarias necesitan recuperar sus señas de identidad y despertar del KO técnico que finiquitó el mandato de Rajoy para otorgar la alternativa al Gobierno más inestable que ha padecido la democracia contemporánea desde su instauración hace 40 años.

A partir de ahora empieza lo bueno, la prueba definitiva de la que se nutre la legitimidad política frustrada hace pocos meses por una distorsión evidente de la representación parlamentaria. Las mociones de censura se han transformado en una palanca de asalto al poder que pervierte el predominio natural del voto mayoritario. Las elecciones en ciernes constituyen una oportunidad inmejorable para restaurar la voluntad ciudadana y recuperar la credibilidad elemental que se supone a los  agentes comisionados de la soberanía popular expresada en las urnas.

Si atendemos a los pronósticos del CIS, el PSOE tendría que ser el más interesado en afrontar una reválida electoral que presumiblemente debiera darle un certificado de calidad a su repentina toma de poder. Sin embargo, es lógicamente el Partido Popular el que más se juega en los próximos comicios dada la bisoñez de sus renovados líderes y las deterioradas expectativas que le auguran desde el oráculo de Tezanos. Las encuestas en Andalucía no pueden ser más elocuentes al respecto y suponen una verdadera prueba de fuego para Pablo Casado en su condición de flamante y virginal presidente del PP.

El primer partido de la oposición es a fin de cuentas el que tiene más que perder aunque sólo sea porque mientras no se demuestre lo contrario sigue siendo la fuerza política más numerosa en el Congreso de los Diputados. Pero lo que no le ha servido siquiera para mantener el control de La Moncloa supone ahora un lastre psicológico a la hora de presentar nuevas credenciales ante las urnas. Casado no quiere dar pasos en falso y de ahí que haya decidido esperar el resultado de Andalucía dentro de dos semanas para echar después el resto en la ruleta electoral que empezará a dar vueltas con la triple convocatoria al Parlamento Europeo, cámaras autonómicas y corporaciones locales.

El jefe de filas popular sabe que lo tiene crudo al otro lado de Despeñaperros, sobre todo después de la irrupción de Vox con el juez Serrano y Morante de la Puebla como principales espadas. Por eso los estrategas del partido han empezado a provisionar la posibilidad, nada descartable, de que Ciudadanos e incluso Podemos le arrebaten el segundo lugar que ahora ocupa en el Parlamento Andaluz por detrás del monopolio histórico del PSOE en aquella comunidad.

El eventual fiasco andaluz, en su hipótesis más cruel, puede suponer un terremoto en el seno del partido equivalente al registrado tras las primarias de julio. En tal supuesto la alternativa de Casado pasa por reforzar su liderazgo con un equipo potente que le permita concurrir a los siguientes comicios con ciertas garantías, entendiendo como tal una alineación bien surtida de figuras que, en el peor de los casos, puedan asumir en sus propios hombros cualquier contingencia electoral.

Si el PP se la termina pegando en Andalucía la batalla de Madrid se presenta esencial para calibrar el futuro político de Casado, que va a necesitar de algún relumbrón de fichaje para mantener vivas las aspiraciones de su formación al Ayuntamiento y a la Comunidad Autónoma. Manuela Carmena y Begoña Villacís en el consistorio o Íñigo Errejón y Ángel Gabilondo a nivel regional son marcas contrastadas que sólo pueden equipararse con algún peso pesado de los que tampoco existen muchos en la actual cantera del PP.

Los nombres de Adolfo Suárez Illana y Antonio González Terol llevan sonando desde unos días con tanta fuerza como dudosas posibilidades, lo que ha dado lugar a una ampliación de variantes en una quiniela a la que se ha sumado más recientemente el vicesecretario de organización Javier Maroto. El antiguo alcalde de Vitoria estaría encantado de reverdecer el bastón de mando en Madrid, pero la capital del Reino es una plaza que quizá requiera una apuesta más decidida y que, sobre todo, evite daños colaterales sobre las aspiraciones de Casado a presidir el Gobierno de la nación.

El presidente del PP necesita un buen chaleco antibalas y ahí es donde adquiere carta de naturaleza la figura de Soraya Sáenz de Santamaría, la gran derrotada de los últimos episodios nacionales que han convulsionado la alta política en nuestro país. La exvicepresidenta está atacada por el síndrome de las incompatibilidades que le ha privado de saltar a la escena privada de la mano del Banco Santander como era su primera intención.

Soraya se ha refugiado ahora en los cuarteles de invierno del Consejo de Estado pero lo ha hecho con un cargo electivo y no permanente, lo que permite cambiar de aires sin solución de continuidad a poco que se presente una buena oferta internacional. Pero lo que nunca sería incompatible es el regreso a la arena política en un quiebro al destino que todo el mundo le presume y como una solución de emergencia a un Partido Popular en claro proceso de reconstitución. Casado podría renovar su relato de integración y, lo que es más importante, blindarse por lo que pueda ocurrir en las elecciones autonómicas y locales de mayo. Todo ello salvo mejor opinión de Alberto Núñez Feijóo, cuya sombra se proyecta desde Finisterre sobre todo, o casi todo, de lo que se mueve en Génova y aledaños.

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