OPINION

Las tres patas del futuro gran banco fusionado

Goirigolzarri, Gortázar y Oliu. Entre los tres se ventilan las nuevas fusiones
Goirigolzarri, Gortázar y Oliu. Entre los tres se ventilan las nuevas fusiones

A Rodrigo Rato ya le habían ofrecido la presidencia de Repsol cuando el equipo económico del Partido Popular que acababa de aterrizar en el Gobierno en diciembre de 2011 le previno para que rechazase la gran fusión de Bankia con La Caixa. La operación, ingeniada a instancias de Luis de Guindos, fue torpedeada por Cristóbal Montoro con la colaboración inestimable de Javier Arenas en calidad de candidato popular a la Junta de Andalucía. El proyecto del entonces ministro de Hacienda pasaba por esperar a las elecciones autonómicas de marzo de 2012 para configurar una nueva y poderosa entidad en la que se integrarían la heredera de Caja Madrid y Bancaja con Unicaja y Caixa Galicia. Algo así como el cuento de la lechera que rápidamente se desbarató cuando el PP tropezó lamentablemente en su carrera por coronar el Palacio de San Telmo.

La boda con La Caixa que entonces mandaba Isidro Fainé pudo cambiar sin duda la historia de Bankia y además de evitar el ocaso precipitado y posterior destino cruel del que fuera todopoderoso vicepresidente del Gobierno habría servido incluso para sortear el rescate bancario como colofón a la más negra etapa del país. España pasó del milagro económico a la gran recesión sin solución de continuidad, convirtiendo a la entidad presidida por Rato en la caja de resonancia de todos los males que aquejaban al sistema financiero. La obligación de salvar al soldado Bankia con la célebre salida a bolsa venía impuesta por la misma mala conciencia que exige ahora buscar algún chivo expiatorio con el que depurar todas las responsabilidades de un fracaso colectivo que nadie está dispuesto a apadrinar.

Montoro doblegó a Guindos como lo haría muchas otras veces después en esa refriega absurda y permanente que mantuvieron desde el primer día los dos líderes económicos del Gobierno presidido por Mariano Rajoy. En su pecado llevaron la penitencia aunque el actual vicepresidente del Banco Central Europeo (BCE) fue siempre consciente en su fuero interno de las enormes limitaciones que rodeaban su mandato, lo que finalmente le permitió saltar a tiempo del barco y sacar lustre en Europa a su hoja de servicios como alto funcionario del Estado español. Desde su atalaya de Fráncfort el antiguo ministro de Economía está ahora más capacitado que nadie para actuar como testigo de excepción de un renovado y enésimo programa de consolidación bancaria en el que curiosamente tanto Bankia como Caixabank pueden terminar juntando meriendas con vistas a la creación del nuevo líder bancario por cifra de activos en España.

Mario Draghi ha decidido pasar a la posteridad como el primer presidente de la autoridad monetaria europea que renuncia a subir los tipos de interés. Todo un síntoma de los temores que acucian a la vieja Europa sobre sus posibilidades económicas reales a corto plazo y una invitación en toda regla para que las grandes instituciones de crédito vayan desplegando su estrategia corporativa en busca de una nueva ronda de fusiones para la que los bancos españoles están bastante mejor preparados que sus colegas continentales. La crisis financiera ha servido también, no todo van a ser malas noticias, para movilizar grandes esfuerzos de reestructuración que, a la postre, constituyen el elemento determinante a la hora de justificar cualquier proceso de integración que se precie.

La reconversión interminable

Precisamente el gran problema que ahora tienen en Alemania el Deutsche Bank y Commerzbank es la escasa capacidad de liderazgo de sus principales ejecutivos para negociar con los representantes laborales del país un proyecto empresarial que inevitablemente tiene que cobrarse una importante factura en puestos de trabajo. El excedente previsto alcanza aproximadamente 40.000 empleados de los 150.000 que suman las plantillas de los dos colosos germanos venidos a menos y a ver quién es el valiente capaz de ponerle el cascabel a ese león hambriento e indomable que emerge cuando un sindicato alemán saca sus garras y se declara en pie de guerra. España, como es diferente, ha asumido una devastación bancaria sin tapujos que se ha llevado por delante 90.000 empleos entre 2008 y 2017, prácticamente un tercio de toda la fuerza laboral del mercado financiero.

Pero aunque pueda resultar sorprendente, la reconversión del sistema bancario no ha concluido todavía en nuestro país y para botón de muestra ahí está la receta de Ana Botín administrando esta misma semana una mayor dosis de aceite de ricino para mejor digerir la compra del Banco Popular. El banco cántabro se ha comprometido ante los inversores a extender las sinergias con su filial en 250 millones adicionales, un 50% sobre los 500 millones inicialmente previstos, y el único camino para alcanzar este objetivo pasa por reducir plantillas aprovechando las ventajas legales que permiten abordar nuevos expedientes de reestructuración por causas organizativas. Nada mejor que una buena fusión para justificar un gran ajuste; éste es el principio básico de la nueva cultura de gestión bancaria que actúa en estos momentos como detonante del enésimo proceso de consolidación sectorial.

Caixabank parece haberse aplicado con especial rigor en la doctrina, lo que sitúa a la entidad dirigida por Gonzalo Gortázar en la pista central de ese baile de fusiones que el Banco de España trata de alentar con mayor o menor sutileza. El banco heredero de la primera y más importante caja de ahorros española, con sus 35.000 trabajadores, necesita dimensionar su estructura productiva y está encontrando serias dificultades para llegar a acuerdos con los sindicatos. La posibilidad de una alianza con alguno de sus pares allanaría el camino, más si cabe teniendo en cuenta las necesidades que también obligan a los eventuales pretendientes. En el caso de Bankia, la solución viene de antiguo como se ha comentado y podría verse facilitada ante la imposibilidad efectiva del Estado para vender nuevos paquetes accionariales de la entidad a los actuales y raquíticos precios de bolsa.

El Gobierno tiene ahora una excelente oportunidad para dar carpetazo a la privatización de Bankia mediante una fusión con Caixabank. A buen seguro que la operación permitiría a la ministra de Economía, Nadia Calviño, quitarse un peso de encima. El problema reside en la incertidumbre política que puede traducirse en un eventual acuerdo de legislatura donde Podemos otorgue la llave de La Moncloa al PSOE exigiendo a cambio, entre otras condiciones, una garantía de nacionalización permanente de la entidad presidida por José Ignacio Goirigolzarri. A partir del 28 de abril se podrán despejar muchas incógnitas, pero tanto Bankia como Caixabank saben que pueden disponer de un interesante plan B con sólo echar una mirada más o menos seductora al Banco de Sabadell.

Josep Oliu se ha dejado querer de manera descarada hace un par de semanas apuntando la posibilidad de una fusión con Bankia que, a decir verdad, tampoco es muy del agrado del BCE. La entidad con sede en Alicante ha tenido alguna desafortunada experiencia en 2018, principalmente con su filial británica TSB, pero su situación de balance no es tan acuciante como se ha querido pintar en algunos ambientes financieros. Dicho en otras palabras, el Banco Sabadell está claramente presionado para aumentar capital pero cuenta con fórmulas suficientes para afrontar por sí mismo el problema y ofrecerse acto seguido como dotado consorte para la propia Caixabank.

La integración de los dos grandes bancos exiliados de Cataluña ofrece además una ocasión inmejorable para tomar el billete de vuelta a casa a poco que se desinfle la tensión del ‘procés’, una vez que las urnas y los tribunales dicten sentencia. Sea como fuere está claro que en estos momentos existen tres claras patas para constituir un nuevo banco fusionado en cuanto se despeje el panorama electoral. Quizá alguno se quede fuera, pero eso no hará más que incentivar el matrimonio de conveniencia de los otros dos.

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