Capital sin Reservas

La lira de Sánchez y la maleta de Calviño

La vicepresidenta económica vuelve a quedarse triste y sola dentro de un Gobierno que se resiste a adoptar grandes reformas y que sigue tocando la lira mientras se propagan las llamas de la gran depresión en España

Nadia Calviño empieza a padecer el 'síndrome' de Pedro Solbes como vicepresidenta incomprendida dentro del Gobierno
Nadia Calviño junto a Pedro Solbes. La vicepresidenta lleva el mismo camino que su antecesor en el Gobierno de Zapatero.
EFE

Nadia Calviño empieza a padecer el llamado ‘síndrome Solbes’ en recuerdo del máximo responsable de la política económica durante la etapa de Zapatero, quien no terminaba de ver el momento de dejar el Gobierno antes de que el Gobierno le dejase a él. El entonces vicepresidente se quedó sólo contemplando cómo se venía encima una crisis que nadie de su entorno político quería admitir y decidió tirar la toalla con tiempo suficiente para no ser identificado con el desastre que estaba a la vuelta de la esquina. Su actual sucesora en el cargo es mucho mejor mandada y bastante más inexperta en el manejo del poder, pero su exquisita formación profesional y su intuición femenina son suficientes para comprender que si las cosas no se enderezan lo mejor será poner tierra de por medio y salir corriendo como hizo su antecesor y ella misma ha intentado sin éxito en alguna que otra ocasión.

A la actual vicepresidenta le queda cada vez menos tiempo para empaquetar las maletas con destino a uno de esos solemnes y bien gratificados destinos internacionales que desde el primer momento han figurado como horizonte preferente de su plan de carrera. El Gobierno de la Comisión Europea, situado en el corazón de sus aspiraciones, es ahora su máximo aliado para aguantar el tirón a lo largo del próximo y decisivo año 2021, el último que tiene España para justificar en la terrible epidemia del coronavirus todos los males del mundo mundial. A partir de esa fecha, una vez pasado el ecuador de la legislatura, se descorrerá el velo de la crisis que cada uno de los Estados miembros de la Unión tendrá que capear por sus propios medios, como anticipó el premier holandés Mark Rutte en su recadito de este pasado verano a Pedro Sánchez.

El gobernador del Banco de España, Pablo Hernández de Cos, el más atrevido en difundir las verdades del barquero, acaba de sentenciar que lo único claro dentro de la actual incertidumbre es que la recuperación se va a retrasar más de lo previsto. A Pedro Sánchez lógicamente le fastidian los profetas, como pasaba en 2008 cuando Zapatero tachaba de antipatriota a todo aquel que alertaba de la tremebunda crisis financiera. Pero la titular del Ministerio de Economía no quiere enseñar, de momento, el plumero de la enorme limpieza que necesita la estructura productiva del país y prefiere evitar irritaciones al jefe para no provocar un enfrentamiento antes de tiempo. Los temores infundidos por la máxima autoridad monetaria del país se interpretan a conveniencia dentro del Gobierno, donde consideran que, viniendo de quien vienen, constituyen la mejor garantía del socorro financiero que el Banco Central Europeo (BCE) está dispuesto a prestar en cantidades industriales y para todo lo que haga falta.

La vicepresidenta maneja sus tiempos a sabiendas de que el dinero a espuertas del BCE durará como mucho un año y luego habrá que abordar un ajuste económico de caballo

La política expansiva de Fráncfort es el único clavo ardiendo al que puede agarrarse la economía española en esta hora crítica porque los celebrados 140.000 millones procedentes de la Comisión Europea sólo serán habilitados a cuentagotas y después de que Pedro Sánchez enseñe en Bruselas la ‘patita’ de unas reformas que ninguno de sus ministros y colaboradores se atreve siquiera a formular. El único propósito de enmienda reconocido es la penalización de la jubilación anticipada expuesto por el ministro José Luis Escrivá como exponente para sanear de golpe y porrazo todo el sistema público de pensiones en España. Si lo que se pretende es preservar lo poco que queda en la hucha sin buscar fuentes de financiación que contribuyan a aumentar los recursos de la Seguridad Social casi es más eficaz cerrar a cal y canto las oficinas del INSS de manera que, como ocurre ahora, nadie encuentre la más mínima atención cuando le llega la edad legal de poner en valor su retiro.

La ineficacia parece haberse desplegado en el conjunto de las Administraciones Públicas al servicio de un poder político claramente superado por las circunstancias y fragmentado en múltiples sensibilidades ideológicas. Solamente así puede explicarse la desproporcionada y contradictoria gestión sanitaria que se ha llevado a cabo en España desde que se decretaron los primeros estados de alarma contra el coronavirus allá por el mes de marzo. Y únicamente así puede entenderse que mientras Madrid se quema con infinidad de nuevos contagios, el Gobierno de la nación se ponga a tocar la lira con melodías tan emotivas como la Ley de Libertad Sexual o la Ley de Memoria Democrática. Ambas producciones surgidas en la factoría de Podemos, que sigue siendo el suministrador preferente de las principales novedades que llegan al Boletín Oficial del Estado.

La política de corte doctrinal fermentada en la sempiterna lucha contra el franquismo o en defensa de las religiones seculares es el juguetito que Sánchez ha dejado en manos del comandante Iglesias a cambio de que se entretenga en sus labores de Gobierno y no perturbe los ánimos desgastados de Nadia Calviño como regidora de la estrategia económica monitorizada desde Bruselas. La vicepresidenta es la única que puede engatusar a los colegas comunitarios, invocando unas perspectivas de futuro auspiciadas por un idealismo mágico del que también están contagiados los altos funcionarios de la Comisión Europea. A falta de iniciativas viables que despejen un panorama cada vez más negro, pobre de aquel que se atreva a despojarse de una mascarilla que, aparte de proteger contra el virus, esconde la vulnerabilidad en la que a día de hoy se igualan los distintos Estados de la Unión.

Los fondos de Bruselas no llegarán pronto y si el grifo del BCE se cierra España volverá a enfrentarse con el fantasma de ese pariente pobre que es la elevada prima de riesgo

En el refugio de la pandemia se dan cita gentes de cien mil raleas sin importarles la facha que diría Joan Manuel Serrat, pero la fiesta del dinero a espuertas en Europa se acabará en cuanto que Alemania y sus halcones frugales se sientan en condiciones de superar la resaca. En el seno del consejo de gobierno del BCE empiezan a despertarse serias dudas sobre la prolongación del programa de compra de bonos por valor de 1,35 billones de euros. De esta mastodóntica partida, España se lleva aproximadamente un 10%, alrededor de 130.000 millones de euros, que son indispensables para que el Tesoro público pueda cubrir los 300.000 millones de emisiones de deuda que anualmente se piden al mercado. Si el grifo oficial de Fráncfort se seca los inversores reclamarán nuevas y más elevadas tasas de rentabilidad que, a buen seguro, dispararán otra vez la prima de riesgo como ocurrió hace diez años.

El pariente pobre de la economía está a punto de llamar otra vez a la puerta de España y eso es lo que verdaderamente teme Nadia Calviño y toda su legión de economistas liberales que vienen alertando a la ministra en las últimas semanas. El consenso de los analistas concede un año de margen para llevar a cabo actuaciones drásticas, de esas que producen en todo político un especial escozor de sólo mentarlas. En 2022 se acabará lo que se daba y para entonces la economía nacional, si alguien no lo impide, se presentará en sociedad con una deuda de casi el 130% del PIB, un déficit público cercano a dos dígitos y una tasa de paro superior al 20%, de acuerdo con las previsiones más negativas del Banco de España y que, a la postre, son las que están basadas en los hechos más reales.

La recuperación temprana se ha demostrado apócrifa y está totalmente descartada tras las nuevas restricciones a la movilidad que vienen mostrando un frenazo de la reactivación desde la segunda quincena de agosto. A partir de esta constatación lo que toca ahora es una carrera de ajustes contra reloj para no quedar rezagados en el vagón de cola de Europa. Quizá los más posibilistas piensen que la marcha precipitada de Calviño constituye una distopía a sabiendas de la tela que todavía queda por cortar. Pero el tiempo pasa rápido y lo que realmente constituye una utopía es pensar que España va a salir de rositas de la crisis. Calviño debe darse prisa si no quiere pasar a la historia como la genuina y más legítima sucesora de Solbes.

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