Capital sin Reservas

Lo que el viento de la inflación se llevó… y lo que se llevará

Los grandes episodios inflacionarios de los setenta arramplaron con todos los gobiernos europeos de la época. En estos nuevo años veinte algunos dirigentes, como Johnson y  Draghi, ya han puestos sus barbas a remojar.

La inflación va a suponer una condena política para la mayor parte de los mandatarios de las grandes potencias occidentales
La inflación va a suponer una condena política para la mayor parte de los mandatarios de las grandes potencias occidentales
EFE

La espiral vertiginosa de los precios pone de manifiesto que los bancos centrales se han equivocado. Pero lo que importa en estos momentos es saber si están verdaderamente arrepentidos y sus manifestaciones de contrición suponen un cambio de las políticas acomodaticias o solo constituyen un mero argumento retórico para redimir culpas al tiempo que intentan contener la furia desatada de los inversores. Anticiparse a la plaga de recientes acontecimientos no supone ninguna garantía cuando la realidad ha superado una y otra vez la peor de las expectativas y lo que ahora se impone es un gesto de remordimiento mediante una comunicación clara y meridiana que evite un motín en los mercados de bonos. Ha llegado la hora de la verdad para las instituciones monetarias, lo cual no quiere decir que la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad vaya a ser aceptada como un remedio mejor que la enfermedad de un capitalismo inflamado por una deuda tan salvaje y desbocada como la inflación.

La economía global padece un reumatismo crónico con achaques permanentes en todas las articulaciones del sistema. La crisis del euro de finales de la pasada década tuvo un desgaste político sin precedentes, pero la que ahora se barrunta en medio de la confusión de unos datos claramente contradictorios adquiere unos perfiles mucho más parecidos a lo ocurrido en los años setenta bajo el denominador común de un shock de oferta energética. La escalada de la inflación, que en España alcanzó una media del 18% a lo largo de la década, se llevó por delante a todos los gobiernos europeos. Margaret Thatcher derrocó en 1979 a los laboristas de James Callaghan en el Reino Unido como preámbulo de una serie encadenada de cambios que en los primeros años ochenta facilitó la mayoría absoluta de Felipe González en España, la derrota del socialdemócrata Helmut Schmidt a manos de Helmut Kohl en la antigua República Federal de Alemania y la victoria del socialista Bettino Craxi sobre la democracia cristina en Italia.

Con independencia del color político y las siglas que abanderaban cada uno de los dirigentes políticos de la época está claro que existen motivos sobrados para que los actuales arrendatarios del poder comprendan el destino que les espera. Boris Johnson y Mario Draghi ya han puesto sus barbas a remojar y eso que la condena social por el mayor quebranto económico que supone la inflación no ha hecho más que empezar. Tras once años a Belén con los pastores el Banco Central Europeo (BCE) ha subido en medio punto porcentual los tipos de interés, cambiando de manera súbita el paso de un camino que deberá recorrer con pies de plomo. El gran hacedor monetario deberá tentarse la ropa en el futuro inmediato porque si malo es aceptar que la inflación ha venido para quedarse mucho peor será admitir que la única manera de atacarla es provocando una recesión económica de incierto alcance y larga duración.

Los responsables de Hacienda han encontrado en la inflación un aliado que reduce los números rojos en términos relativos a la vez que aumenta sus ingresos fiscales

Europa no es Estados Unidos y muchas de las comparaciones teóricas se han demostrado falaces en su aplicación práctica. La Reserva Federal ha decidido agarrar al toro por los cuernos asumiendo el riesgo de una contracción económica que tiene un claro precedente en la etapa de Paul Volcker. Una historia de éxito que está de plena actualidad en estos momentos de tribulación pero que se vio favorecida, todo hay que decirlo, por el conflicto de 1980 entre Irán e Irak que propició un incremento de la producción de petróleo para pagar los gastos de guerra con la consiguiente caída de los precios de los combustibles en el mercado internacional. La burocracia comunitaria es mucho más parca en leyendas y suele reprimir las vocaciones de sus presuntos héroes, por lo que es previsible que Christine Lagarde, después de romper abruptamente el hielo este pasado jueves, trate de complacerse en adelante con una faena de aliño para evitar que la cornada de la inflación se despliegue en una segunda trayectoria contra el crecimiento y el empleo en toda la eurozona.

Es impensable en todo caso que los tipos de interés suban en términos reales por encima de la tasa de inflación ya que eso implicaría una economía de guerra contra miles de millones de hogares hipotecados y también contra esos grandes fondos de inversión, private equity y demás señores del dinero que han alimentado montañas de riqueza gracias al manguerazo continuo y gratuito de los grandes bancos emisores. Dentro del atribulado mercado financiero conviven diversas categorías de cigarras, cuya suma supera de largo al colectivo de hormigas que ha estado amasando la despensa en prevención de tiempos peores como los que ahora acechan a uno y otro lado del Atlántico. En Europa no es de esperar que la ortodoxia monetaria que ahora se invoca actúe con criterios de justicia social a partir de una subida drástica y acelerada del coste del dinero porque el instinto de supervivencia de la clase política dirigente suele aliarse con el temor que inspira cualquier actuación radical contra la crisis.

Los ahorradores pierden su dinero en la misma medida en que los deudores diluyen el valor de sus empréstitos, incluyendo entre éstos últimos a buena parte de los grandes Estados nacionales que están entrampados hasta las cejas. Los responsables de la Hacienda Pública han encontrado en la inflación un aliado inesperado que supone una reducción en términos reales de sus gigantescos números rojos al mismo tiempo que incrementa los ingresos fiscales sin tener que elevar los impuestos. Si el BCE no se pasa de vueltas forzando una recesión a nivel continental se podría decir que la situación es la ideal para que los apóstoles de las llamadas políticas sociales sigan subidos a lomos del gasto público como solución inmediata para acabar con el sufrimiento económico de sus ciudadanos. Una cantinela repetida hasta la saciedad en el caso de España y que será tatareada de nuevo por el Gobierno en la próxima declamación de los Presupuestos del Estado para 2023.

Las alegrías de gasto público con que el Gobierno encara los nuevos Presupuestos del Estado resultarán temerarias si la crisis energética provoca una recesión en Alemania

En su política económica de trazo grueso Sánchez ha decidido que los vientos de la inflación también pueden serle de gran ayuda con solo cambiar el rumbo de la nave. Como alegato de insolente audacia se entiende que el puerto final al que conduzca la travesía dependerá de muchos otros factores externos, incluyendo la capacidad de las instituciones comunitarias para impedir que la prima de riesgo termine por fragmentar la moneda única. Una vez más el defecto se hace virtud mientras la necesidad se desplaza bajo responsabilidad ajena aprovechando el consuelo que otorga el mal de muchos. La Unión Europea está de mírame y no me toques, lo que concede un cierto factor atenuante para las más erráticas conductas fiscales, pero el error de cálculo puede venir por un agravamiento de las economías más potentes que han liderado la toma de decisiones en Bruselas y, especialmente de Alemania que empieza a sentir en sus propias carnes el dolor más intenso de la crisis.

Putin ha declarado la guerra económica a Alemania y el país germano puede sufrir las inclemencias del general invierno en caso de una previsible interrupción en los suministros de gas procedente de Rusia. La locomotora europea tendría que ralentizar su maquinaria industrial situándose en primera línea de fuego de una recesión económica que trasladaría automáticamente a los países del Sur de Europa. El Gobierno del canciller Sholz no va a consentir que España o Italia sigan de fiesta mientras sus ciudadanos pasan las de Caín. Ahí es donde le aprieta el zapato al líder socialista que vería seriamente condicionada su desaforada alegría presupuestaria abocando a nuestro país a otra era de ajustes y reformas. La invasión de Ucrania dejará entonces de ser una socorrida coartada institucional para convertirse en el epitafio de una política económica agotada tanto en su vertiente monetaria como fiscal. Sánchez ha hecho las paces con EE.UU, mantiene el pulso con Bruselas y confía en la ayuda de Fráncfort. Pero su última batalla se desarrolla ahora en el frente de Berlín.

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