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La lucha del empecinado Iglesias: no es cabezón quien quiere, sino quien puede

El líder de Podemos ejerce con todo descaro su poder porque sabe que el proyecto político que defiende sólo podrá seguir vivo si demuestra que está dispuesto a morir matando en la búsqueda de un cambio de régimen.

Pablo Iglesias
Pablo Iglesias está encantado de conocerse en su papel de 'cabezón' dentro del Gobierno.
EFE

Cuentan los más veteranos del lugar que, en sus años felices, cuando el entonces todopoderoso vicepresidente Rodrigo Rato se las tenía tiesas con sus colegas del Consejo de Ministros solía reunir después a su equipo directivo para hacerles partícipes de las dos mismas noticias: “La mala es que tenemos en contra a todo el gabinete; la buena es que el presidente Aznar está de nuestro lado”, comentaba con cierta sorna en medio de la sonrisa cómplice de los Juan Costa, Luis de Guindos, Cristóbal Montoro y demás colaborados ministeriales de la época. Salvando las distancias en el tiempo y el espacio político, la escena sería perfectamente interpretada en sus actuales papeles por Pablo Iglesias como vicepresidente mayor del Reino y Pedro Sánchez en calidad de jefe del Ejecutivo. Los demás ministros y ministras de la coalición social-comunista podrían intercambiar también de manera indistinta sus roles como meros actores figurantes en el reparto.

Las deliberaciones del principal órgano colegiado del Gobierno se asemejan cada vez más a una jaula de grillos que, aparte de vulnerar el secreto oficial que protege la capacidad decisoria del Consejo de Ministros, transmite la burda pugna de intereses con que cada cual trata de consolidar su mayor o menor parcela de dominio. Una batalla de influencias de la que, hasta la fecha y mientras no se demuestre lo contrario, siempre sale victorioso el secretario general y líder absoluto de Podemos. El comandante Iglesias se ha convertido en el ‘puto amo’ que diría Pep Guardiola si tuviera enfrente a José Mourinho, lo cual no deja de ser un cumplido muy digno de agradecer por todos los afines y allegados al interfecto. La formación morada no tiene miedo a empalagarse con las mieles del triunfo y sigue saboreando sus conquistas, convencidos sus dirigentes de que la esencia del poder reside en la capacidad para ejercerlo.

Con este principio básico por bandera Pablo Iglesias no renuncia a regar ni una sola de las flores que adornan su particular jardín de las delicias como vicepresidente con mando en plaza y prelación de autoridad dentro del Gobierno. Los asuntos sociales constituyen a tal efecto un argumento imbatible para exigir que la manguera se mantenga presta y dispuesta de manera permanente y al margen de las restricciones impuestas sobre ese papel que trata de afilar cada día Nadia Calviño con el lápiz de punta roja que le han proporcionado los chupatintas de Bruselas. El líder de Podemos aceptó sin rechistar los ministerios de segunda fila que le concedió Pedro Sánchez, pero en contrapartida se ha hecho un traje a la medida dentro de la estructura funcional de Moncloa para solapar sus decisiones por encima de cualquier criterio enfrentado con el resto de colegas.

Podemos ha replicado la Comisión Delegada de Asuntos Económicos con otra de Asuntos Sociales al frente de la que está Nacho Álvarez, el verdadero hombre fuerte de Pablo Iglesias

La histórica Comisión Delegada del Gobierno para Asuntos Económicos, todo un clásico en el organigrama de la Administración del Estado, está siendo replicada mediante un organismo de carácter antagónico, constituido para defender, ahí es nada, los Derechos Sociales inherentes a cualquier normativa legal que afecte al bolsillo de los ciudadanos. La llamada Comisión Robin Hood es presidida por Nacho Álvarez, secretario de Estado y mano derecha indispensable de Pablo Iglesias, cuya cotización en el seno de Podemos ha subido como la espuma tras haber doblegado a María Jesús Montero en muchos de los debates que condujeron a la elaboración de los Presupuestos. Nacho Álvarez trabaja con la misión de legitimar un estrecho marcaje sobre las más importantes iniciativas de todos los ministerios económicos, que la mayor parte de las veces han de pasar por el filtro de Pablo Iglesias antes de llegar a la mesa del Consejo de Ministros.

El ‘cabezón’ del moño es, a la postre, el verdadero cerebro que mueve a sol y sombra los hilos de esa marioneta acomodada a la poltrona en la que se ha convertido el presidente del Gobierno. Iglesias está encantado de conocerse, pero lo peor es que a Sánchez le ocurre tres cuartos de lo mismo porque en el PSOE la única preocupación de futuro es la derivada de la tendencia que muestran las encuestas sobre los resultados que ofrece su tormentosa coalición con Podemos. Los sondeos; internos, externos y mediopensionistas, coinciden de manera unánime en sentar unas bases de futuro ciertamente halagüeñas para el líder socialista desde el momento en que definen claramente quién es el socio de legislatura que sale mejor parado y quién el que actúa como tonto útil encargado de mover el árbol para que otros recojan las nueces.

Mientras el PSOE mantenga inalterables sus expectativas de cara a las urnas y Podemos siga encajando el castigo de una intención de voto desengañada, la deriva gubernamental de España está abocada a una radicalización creciente de la vida política. Una estrategia claramente impulsada por la tropa de Iglesias con el aldabonazo de esas querellas intestinas en el seno del Ejecutivo que son aireadas en la plaza pública de manera consciente y premeditada. La lucha antisistema adquiere en esta coyuntura un perfil desinhibido y hasta exhibicionista, orientado a reverdecer las tensiones sociales que impulsaron la irrupción vertiginosa del extremismo parlamentario. El objetivo no es otro que revertir la posición electoral antes de que el camarada socialista fagocite todos los réditos de esa simbiosis cínica e imperfecta establecida hace un año en el abrazo de La Moncloa.

El desgaste de la Corona, a partir de las andanzas de Don Juan Carlos, es la coartada perfecta de la ultraizquierda febril para demoler el actual marco constitucional

Podemos está encadenado a su afán de poder pero la levadura que alimenta su proyecto político no terminará de fermentar ni tiene solución de continuidad en el actual marco constitucional. Es necesario, por consiguiente, una revolución que procure un cambio de régimen dentro de una acción concertada con todas las fuerzas separatistas que llevan años aquilatando impunemente un modelo transgresor de convivencia. Iglesias se ha convertido en el topo particular de Bildu, ERC y demás núcleos independentistas y su misión no es otra que socavar desde dentro del Gobierno la estabilidad y credibilidad de las instituciones. Una labor de zapa sin límites que encuentra su culmen en el desgaste de la Corona a partir de lo que en algunos ambientes republicanos se considera como ‘el destierro’ del rey al que todavía titulan emérito.

Las andanzas y avatares de Don Juan Carlos constituyen el mejor arquetipo en el que se sustenta la coartada de la ultraizquierda febril para cuartear, si no demoler, la arquitectura funcional del Estado y establecer un código de valores libertinos que satisfaga la voluntad de una minoría agigantada en ancestrales resentimientos. El Gobierno social-comunista no podía haber encontrado una piedra de toque más apropiada para fomentar ese revisionismo del pasado que nutre la variopinta hermandad del PSOE con Podemos. Pero si a Sánchez le vale por ahora con controlar el presente, a Iglesias sólo le sirve transformar el futuro. La lucha del empecinado morado es, en realidad, una lucha de supervivencia política de la que solo puede salir vivo demostrando que está dispuesto a morir matando. Mientras le dejen.

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