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El recibo de la luz y su maldito algoritmo, de Euphemia a Deep Blue

Un algoritmo de nombre Euphemia mueve cada día el precio de la luz. El Gobierno debería suspender esta herramienta en manos del ‘pool eléctrico’ si no quiere sufrir un jaque mate como Kaspàrov ante Deep Blue.

El derrota de Kaspárov contra la máquina ilustra el problema que tiene el Gobierno contra el algoritmo que fija el precio de la luz
El derrota de Kaspárov contra la máquina ilustra el problema que tiene el Gobierno contra el algoritmo que fija el precio de la luz
EFE

El Viernes Santo del año 2013 el mercado mayorista de electricidad, ese que amenaza con provocar un estallido social en toda España, alcanzó un hito histórico jamás repetido al fijar un precio único de cero euros por megavatio en todas y cada una de las 24 horas de aquel día. Fue entonces cuando las compañías eléctricas comprendieron que tenían que actuar con más sutileza y esperar al último instante para ofertar la tecnología de producción más cara que es la que marca el precio final para toda la demanda recibida. Este mecanismo de casación marginal está sustentado en un algoritmo bautizado con el nombre de Euphemia, ininteligible para el común de los mortales, pero con el que se están forrando los jóvenes traders que trabajan para las grandes empresas del sector pulverizando records estratosféricos de tarifas un día sí y otro también.

El plan de choque adoptado por el Gobierno ha supuesto, no cabe duda, un golpe muy fuerte para el sector eléctrico que amenaza con achatarrar buena parte de los beneficios de los operadores dominantes, cuando no de provocar el siniestro total de muchos pequeños negocios generados al rebufo de la transición energética. La vicepresidenta Teresa Ribera preparó a conciencia el terreno tras denunciar la falta de empatía del llamado oligopolio eléctrico que forman Iberdrola, Endesa y Naturgy pero lo cierto es que al león hambriento no se le puede reprochar su instinto asesino. Todo ello induce a pensar que el puñetazo en la mesa de Pedro Sánchez, al margen de consecuencias fiscales, económicas y jurídicas, es una medida claramente populista para identificar culpables externos y dejar intacta la responsabilidad directa del Gobierno ante la crecida insufrible de un megavatio que no hay quien lo pare.

Las empresas no pueden abdicar de su misión primaria que es optimizar las ganancias de su actividad y la operativa inventada para fijar los precios se lo pone a modo, por decirlo de manera elegante. El llamado pool eléctrico es una vieja herencia procedente de una regulación del siglo pasado que adaptó la normativa española al marco europeo. La mayor parte de nuestros vecinos comunitarios han ido perfeccionando sus reglas de juego para evitar un descalabro como el que se está produciendo en España. El Gobierno de Mariano Rajoy, aparte de la reforma del sistema eléctrico que permitió eliminar el déficit acumulado de 30.000 millones, estuvo tentado de entrar a saco en el mercado mayorista, pero al final lo único que hizo fue cargarse de un plumazo el mecanismo de subastas trimestrales que durante siete años fue empleado para fijar la tarifa regulada de la luz a los hogares españoles.

Cuando Rajoy eliminó las antiguas subastas eléctricas el megavatio hora apenas alcanzaba los 70 euros; un chiste comparado con los precios actuales de casi 200 euros

La decisión del entonces ministro de Energía, José Manuel Soria, establece un precedente para que el Gobierno actual pueda igualmente plantearse la supresión, o cuando menos la suspensión, del pervertido sistema de fijación de precios. Lo que se apunta no es más que la opción que tiene el poder ejecutivo para evitar que el recibo de la luz esté sometido al manejo implacable de un algoritmo legitimado para dar rienda suelta a un oligopolio empresarial. Para más señas y mayor escarnio de la actual situación vale recordar que el megavatio hora que provocó la muerte súbita de la vieja subasta CESUR (Contratos de Energía para el Suministro de Último Recurso) no alcanzaba los 70 euros, un dato que fue considerado todo un escándalo en su día y que ahora parece un chiste en comparación a los niveles actuales en los que se ha llegado a rozar la cifra mágica y estrambótica de 200 euros.

La ofensiva contra los beneficios empresariales, e incluso la bajada de impuestos que presionará a Hacienda con un mayor déficit público, puede resultar efectiva a corto plazo, pero no va a eliminar la naturaleza de un tarifazo que seguirá afectando gravemente a la factura eléctrica. El mercado de futuros augura un precio medio de 99 euros para el conjunto de 2022 y sólo a partir del siguiente año 2023 se barajan guarismos más razonables por debajo de los 70 euros. La excusa oficial que justifica el desmadre en causas internacionales derivadas del incremento de la cotización del gas y de los derechos de emisión de CO2 no se sostiene a poco que se observen los baremos muchos más bajos de otros países europeos. La comparación resulta odiosa en relación a Francia y Alemania y llega a ser hiriente en relación con Bélgica, donde este verano han disfrutado incluso de precios negativos del megavatio hora.

La entraña endemoniada del singular recibo de la luz en España se origina en una tarifa regulada, contratada por los consumidores domésticos en un escenario de escasa competencia, y que está indexada en un 99% a las oscilaciones del mercado mayorista. El resto de los vecinos comunitarios se han ido curando en salud previniendo la volatilidad de las fuentes de producción energética con referencias mucho más reducidas que en algunos casos, como Francia, sólo alcanzan un 15%. Este desfase explica buena parte de la desproporcionada escalada de la electricidad a la vez que ofrece una solución rápida para que el Gobierno pase a la ofensiva con un cambio inmediato de los automatismos que se utilizan para el establecimiento de los precios diarios. En el vigente marco de actuación las empresas productoras, dame pan y llámame tonto, tienen todo a su favor por mucho que Teresa Ribera quiera convertirlas en el chivo expiatorio de todas las culpas.

La mayor parte de los países europeos han adaptado su mercado mayorista y España puede también suspender el perverso sistema de fijación de precios sin esperar la bendición de Bruselas

La situación que se plantea se ilustra a la perfección con el histórico duelo que tuvo lugar hace 25 años en Nueva York entre Garri Kaspàrov y el célebre superordenador de IBM conocido como Deep Blue. El Gran Maestro del ajedrez estaba convencido y quería demostrar que la inteligencia artificial nunca podría superar la capacidad del cerebro humano a la hora de entender las variables de la partida. Sin embargo, la computadora terminó derrotando al campeón evidenciando una capacidad superior para procesar hasta 100 millones de movimientos sobre el tablero. Tras el fiasco, Kaspàrov se sacó moralmente la espina demostrando que un simple intercambio de posiciones entre el alfil y el caballo serviría para desquiciar los parámetros de cálculo y batir a la máquina hasta que ésta fuera capaz de reajustar su imbatible algoritmo.

Con el paso del tiempo el ordenador encontrará, por supuesto, el modo y manera de adaptarse a las nuevas reglas del juego, si bien hasta entonces su curva de aprendizaje estará sometida a la impronta más ágil e imaginativa del hombre. En el caso de la luz el Gobierno tiene en su mano la posibilidad de desarticular a Euphemia como Kaspàrov sugería que se hiciera con Deep Blue. Un pequeño ajuste para acabar con un gran problema sin necesidad de requerir el aval interesado de Bruselas al que siempre se apela cuando los gobernantes se muestran remisos a asumir la responsabilidad plena de una decisión. Lo que está ocurriendo en España no es de recibo y eso debería bastar para que Pedro Sánchez haga ver a su vicepresidenta energética que debe mover las piezas hasta dar el definitivo jaque mate al pool eléctrico.

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