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Panorama después de la ‘fisión’ bancaria: Torres a la espera y Oliu a la desesperada

El brindis al sol del BBVA y el Sabadell provocaba recelos hasta en el Banco Central Europeo (BCE), pero tanto Carlos Torres como Josep Oliu necesitan ahora mover ficha para que su fugaz 'noviazgo' no les pase factura.

Carlos Torres era el máximo beneficiario de una fusión que Josep Oliu rechazó desde el primer momento
Carlos Torres (dcha.) era el máximo beneficiario de una fusión que Josep Oliu rechazó desde el primer momento.
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Dos no se fusionan si ninguno de los tres quiere. Más o menos con este corolario se resume el fallido intento, o lo que fuere, de formar una nueva entidad combinada por parte del BBVA y el Banco Sabadell. Ni uno ni otro tenían muy clara la conveniencia de un acuerdo que, todo hay que decirlo, tampoco era observado con interesada naturalidad por el Banco Central Europeo (BCE). Las autoridades de Fráncfort, supuestamente favorables a cualquier proceso de consolidación en el mercado financiero continental, no terminaban de ver con buenos ojos el apoderamiento de Carlos Torres como máximo responsable ejecutivo de un prestamista sistémico a nivel global que necesariamente tendría que heredar el siniestro litigio del caso Villarejo. La alargada sombra de los tribunales nubla la percepción de futuro que tiene el regulador sobre las expectativas del BBVA y la nonata fusión no ha hecho sino aumentar el resquemor.

Lógicamente quien más ha perdido con el fiasco de las negociaciones ha sido quien más tenía que ganar con la operación y ese no es otro que el presidente del banco bilbaíno. Para Carlos Torres la compra del Banco Sabadell, como tal fue planteada en el consejo de administración del BBVA, suponía la rúbrica de su particular proyecto empresarial, pasando definitivamente la página amarillenta y deshojada de su anterior etapa como consejero delegado y número dos a la vera de Francisco González (FG). No se olvide que la Audiencia Nacional ha puesto en entredicho la colaboración efectiva del banco con las investigaciones penales. De ahí que el juzgado haya recabado finalmente un nuevo análisis policial del célebre análisis forensic contratado a PwC con las hechuras de un traje diseñado a la medida de los intereses planteados por el equipo jurídico del banco que ya presidía Torres.

Las autoridades regulatorias europeas están más que preocupadas por las consecuencias que las nuevas pesquisas llevadas a cabo por el juez Manuel García-Castellón puedan deparar en el actual gobierno corporativo del BBVA. El relevo de FG por Carlos Torres provocó hace ya dos años un intenso pulso con el BCE que obligó finalmente al actual presidente a renunciar a buena parte de los omnímodos poderes que ostentaba su antecesor en la entidad. El Banco de España saludó las concesiones de Torres como expresión y reconocimiento de su antigua experiencia de consejero delegado, pero lo cierto es que la posición del máximo responsable del banco se ha ido debilitando paulatinamente a medida que el nuevo CEO, el turco Onur Genç, ha ido acreditando su reputación ante la comunidad financiera internacional.

La división real de poderes en el BBVA es una virtud que sólo reluce a partir de la fragilidad de mando que muestra su presidente con respecto al resto de homólogos en España

El BBVA se ha convertido en un banco modelo de lo que representa una verdadera división de poderes en la cúpula ejecutiva de cualquier entidad financiera, pero esta virtud corporativa sólo reluce a partir de la fragilidad que muestra su presidente en términos comparativos con los de sus pares españoles. No hace falta recurrir al manido ejemplo del Banco Santander, donde Ana Botín ha reverdecido su autoridad incluso después del patinazo sufrido con la fallida contratación de Andrea Orcel. La mejor referencia para calibrar el mando y control que guía los movimientos del BBVA reside en la propia e impetuosa negociación con el Banco Sabadell. Mientras Torres tenía que hacer frente a un consejo dividido sobre la conveniencia de la fusión, su colega catalán, Josep Oliu, hacía valer los galones desde el primer momento para fijar unas líneas rojas que solamente podían conducir al descarrilamiento del presunto acuerdo.

Dentro de la estructura de mando del Banco Sabadell existían también algunas sensibilidades proclives al proyecto, pero desde luego que nadie se atrevió a cuestionar la negativa del presidente. Ni siquiera el consejero delegado, Jaime Guardiola, antiguo directivo del propio BBVA, para quien la fusión podía facilitar la puesta en valor de un plan de pensiones por importe de 24 millones de euros. Era de presumir que, tras la absorción, ninguno de los actuales administradores del Sabadell sería reclutado por Carlos Torres quien, en el mejor de los casos, tan solo estaba dispuesto a ofrecer una vicepresidencia testimonial a Oliu. Demasiada afrenta para un empresario de raza dotado con el orgullo de estirpe que supuso tomar el relevo hace treinta años de manos de su padre, Joan Oliu, como consejero director general del banco que ahora preside.

El veterano ‘minnesoto’, doctorado en la misma Universidad estadounidense que otros calificados economistas de carné socialista, no estaba dispuesto a pasar a la posteridad como convidado de piedra dentro de un organigrama en el que tampoco está muy claro quién lleva realmente la batuta. De ahí que todos a una comprendieran que, aunque lo mejor pueda resultar enemigo de lo bueno, lo más conveniente era dar carpetazo al asunto por la vía rápida y, sobre todo, antes de que los mercados empezasen a metabolizar la decepción de una ruptura retardada una vez culminadas las célebres ‘due dilligences’. A partir de ahí cada cual deberá lamerse sus propias heridas mientras exploran iniciativas que demuestren la virtualidad de sus respectivos proyectos. Tanto Carlos Torres como Josep Oliu están obligados a mover ficha en los próximos meses si no quieren que su fugaz 'noviazgo' les pase factura.

El Banco Sabadell quiere defender su soltería institucional mientras amaga con llevar a cabo una pequeña operación transfronteriza en algún segmento específico de negocio

En el caso del BBVA se puede decir que las penas con pan son menos porque ahora dispone de un colchón adicional de casi 10.000 millones de euros pendientes de ingresar por la venta de su filial en Estados Unidos. Un negocio redondo que adquiere especial relevancia si se tiene en cuenta el desastre que fue la inversión en todo el ‘Sunbelt’ norteamericano. Por suerte para los estrategas de la entidad, la transmisión efectiva del acuerdo con el banco PNC de Pensilvania no será perfeccionada hasta bien avanzada la primavera, lo que da un margen de tiempo para aquilatar el destino de los nuevos fondos y resolver de paso si se echa la manta a la cabeza en Turquía o vende el 49,9% que tiene en Garanti,  su filial en el país otomano. En el BBVA existe la confianza de que la difusión de la vacuna contra la pandemia despeje el panorama financiero, lo que permitiría entonces tomar decisiones con más certeras garantías de éxito. 

Dentro del Banco Sabadell están mucho más obligados a tentarse la ropa porque la ‘fisión bancaria’ ha colocado a la entidad en una precaria posición vendedora. Todo ello explica la pretendida solución de continuidad mediante ajustes laborales y reducción de balance. La venta de TSB en el Reino Unido es perfectamente verosímil pero, aparte de su materialización definitiva, se ha lanzado como cortina de humo para calmar los ánimos de los inversores. Oliu no quiere ver pretendientes ni en pintura pero necesita un socio de postín que convalide la imagen de marca de su banco. Amagar con una operación transfronteriza a escala reducida en un segmento específico de negocio puede resultar viable por un tiempo, pero en el actual marco regulatorio la soltería tiene un precio más elevado a la larga que un matrimonio de conveniencia. El BCE sigue ojo avizor y no se olvide que es el que manda en toda la economía europea.

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