OPINION

Pedro VII como Felipito Takatún en el tardofranquismo: "Yo sigo"

Consejo de Ministros en Barcelona
Consejo de Ministros en Barcelona
EFE

Al presidente Pedro Sánchez se le están empezando a notar en el rostro las facciones de aquel cómico argentino llamado Joe Rígoli que aterrizó por España en los años setenta haciendo gracias con su legendario personaje de Felipito Takatún y los expresivos guiños de complicidad con que trasladaba a todos los espectadores su mítico “Yo sigo”. Dos palabras en una frase que se hizo célebre a modo de chanza en la España del tardofranquismo pero que adquiere plena vigencia a tenor del esmero que los estrategas del PSOE, alineados con su jefe de filas, están poniendo para exprimir como un limón el actual y desquiciado mandato gubernamental.

La fragmentación del arco parlamentario, con la irrupción de nuevas formaciones emergentes cada vez más robustas, ha provocado una disfuncionalidad de la vida política en España donde los ganadores de las elecciones son incapaces de formar estructuras estables de gobierno en beneficio de coaliciones interesadas de partidos que encuentran sobrados argumentos para alcanzar el poder después de haber sido derrotados en las urnas. Nunca la pírrica victoria produjo un sabor tan amargo y jamás el acceso a La Moncloa estuvo tan barato. No hace falta que se lo pregunten ahora a Susana Díaz porque Pedro Sánchez tiene desde hace siete meses muy clara la respuesta.

El jefe del Ejecutivo está decidido a gobernar por decreto ley todo el tiempo que sea necesario convirtiendo el actual periodo legislativo en un pandemónium de escasa eficacia política. El líder socialista actúa como un prestidigitador consumado empleando todo tipo de trucos parlamentarios para ganar tiempo al tiempo mientras va sorteando a trancas y barrancas los obstáculos que le plantean sus diferentes socios de conveniencia en el Congreso de los Diputados. La presentación de los Presupuestos del Estado forma parte de esta ceremonia de la confusión donde lo que menos importa es el resultado final del proyecto de ley, sino la necesidad de tener entretenidas a Las Cortes con un debate que puede prolongarse hasta bien avanzada la primavera.

Mientras tanto, la proliferación de normativas cocinadas a lo Juan Palomo en el Consejo de Ministros exigirá lógicamente un condimento al gusto de los distintos deudos independentistas y podemitas que auparon al ponente socialista para desalojar del poder a Mariano Rajoy. Uno y otros están condenados a entenderse pero el primero tiene además que repartir oro, incienso y mirra para garantizar la carta a los reyes magos dirigida permanentemente al señor mío de Palacio con el afectuoso saludo y la insaciable avidez de sus aliados de campaña. La minicumbre de ayer en Barcelona con la votación paralela un día antes en Madrid de la senda de déficit pone bien a las claras la estrategia planeada por el Gobierno.

La gran prueba de fuego que presenta la hoja de ruta trazada por Iván Redondo en su papel de fontanero mayor del Reino está marcada en rojo para el 26 de mayo, cuando las elecciones europeas, autonómicas y locales dicten sentencia sobre las expectativas de futuro que presenta la gobernanza de España. Sólo una apabullante derrota seguida de una insoportable presión interna de los principales barones socialistas podría girar el timón de una nave que se maneja voluntariamente a la deriva con la convicción de que aguantar es ganar. Si el PP mantuvo un año el gobierno en funciones, por qué el PSOE no va a poder saltarse ahora a la torera el control de un Parlamento esquivo y reconvertido al modo de un mercado persa.

El argumento monclovita desluce los méritos de una democracia de andar por casa y tiene de los nervios a toda la clase empresarial que asiste incrédula a los acontecimientos. La economía puede soportar todavía los embates de la política de salón, pero la incertidumbre en la que chapotea tan a gusto Sánchez salpicará más pronto que tarde las expectativas de negocio con que los inversores han venido apostando por España en los últimos meses. La única ventaja del ralentí legislativo es que el presidente del Gobierno terminará encontrando la horma de su zapato y verá bloqueada su acrisolada capacidad de gasto público para mayor sosiego de los burócratas de Bruselas.

Al margen del aguinaldo multimillonario con que Sánchez está felicitando las Pascuas a los funcionarios y pensionistas en este final de año, la agonía de la Duodécima Legislatura Constitucional tiene un gravísimo coste de oportunidad que sólo podrá cuantificarse con el paso de los meses, cuando la desaceleración de la economía ponga de relieve las enormes contradicciones de la actual gestión administrativa. Es el precio que tiene mantenerse en el poder a toda costa con el único objetivo de extender el curriculum en la Wikipedia. Pedro Sánchez quiere ser Pedro VII en el orden de primeros ministros de la Democracia y para ello necesita un historial suficientemente dilatado en el tiempo, de modo que nadie repare luego en el rocambolesco procedimiento que le catapultó a lo más alto.

El presidente del Gobierno pretende prolongar el mando en plaza al menos dos años e incluso un poquito más si después de las elecciones a mediados de 2020 no se consigue formar una mayoría parlamentaria suficiente en Las Cortes. Con algo de suerte Sánchez puede estirar el chicle en funciones varios meses más y seguir duchándose en La Moncloa hasta el año 2021, lo que ya supondría todo un logro para el inquilino adventicio de Palacio. Otra cosa es que el líder socialista y su partido puedan salir limpios después de tan insólita e impostada carrera. A Sánchez, la verdad, que le quiten lo bailao. Pero al PSOE, como dicen algunos de sus propios militantes de postín, nadie le va a arrendar las ganancias. La caída puede ser mucho más dura.

Mostrar comentarios