Capital sin Reservas

El prisionero de Bankia, los autos de fe y el Gobierno felón

La sentencia radicalmente absolutoria del macrojuicio de Bankia rompe muchos de los esquemas de ese populismo andrajoso que ha invadido el modelo de convivencia imperante en la actual España jacobina

El ex director gerente del Fondo Monetario Internacional Rodrigo Rato abandona este viernes la prisión de Madrid.
Dos años después. Rodrigo Rato salió este viernes de la prisión de Soto del Real en la que ingresó en octubre de 2018.
EFE

En medio de la gran crispación desatada por la crisis financiera de la pasada década y a los pocos días de que Rato dimitiera como presidente de Bankia en mayo de 2012, un antiguo consejero de la entidad, uno de los que no seguirá en el cargo tras la venta a Caixabank, se hacía cruces tras consultar los peores augurios de una profética bola de cristal: “Rodrigo debe andarse con cuidado porque en la España de hoy están otra vez de moda los autos de fe y alguien va a tener que pagar los platos rotos”. El hombre que había sido aclamado como el artífice del milagro económico, el único que realmente se salvó del desastre político del Partido Popular tras el atentado del 11 de marzo de 2004, había adquirido todas las papeletas para ser quemado en la hoguera desde el momento en que decidió fumarse un puro sobre el barril de pólvora que representaba el banco combinado de la antigua Cajamadrid.

Es más que probable que el ex director general del FMI no presagiara el trágico vuelco social que una recesión económica tardíamente reconocida podía generar en la España a la que él había regresado a finales de 2007 después de tres años de aburrida estancia en Washington. La batalla de influencias contra Miguel Blesa, y en última instancia también contra Ignacio González, que le catapultó al trono de la que entonces era la gran institución de crédito madrileña constituyó una demostración de fuerza política, pero dejó al descubierto una escasa capacidad de prospección industrial y financiera. Rato fue identificado rápidamente por los grandes próceres del mercado bancario como un 'parvenue'  que no sabía dónde se estaba metiendo, lo que rápidamente le convirtió en el chivo expiatorio destinado a purgar todos y cada uno de los males acumulados durante la más laxa y permisiva gestión económica de los falsos años de la abundancia.

Rato fue reo del éxito que le atribuyeron los mismos que luego le condenaron a un ostracismo despiadado en sus terribles consecuencias legales y penales. El calvario sufrido por el más venerado representante del poder económico en los albores del nuevo siglo ha redimido a otros varios y diversos prohombres del mundo de los negocios que estaban también bajo el ojo avizor de los nuevos inquisidores repentinamente ataviados con las fasces del lictor. Por el contrario, en la misma horca de oprobio e ignominia donde colgaron la imagen del vituperado Don Rodrigo quedaron también estranguladas las vidas, las libertades y las carreras profesionales de otros personajes de reparto que, salvo contadas excepciones, nunca aspiraron a registrarse con mayor protagonismo dentro de la tragedia bufa y siniestra representada en el largo proceso judicial de Bankia.

Rato era el prototipo ideal de chivo expiatorio destinado a purgar los males de ese falso milagro económico con el que fue aclamado por los mismos que luego le repudiaron tras dejar Bankia 

La sentencia con que se ha despachado la absolución de los 34 imputados en el sumario de la célebre salida a bolsa supone un alegato de responsabilidades en toda regla contra la forma de proceder de un sistema judicial difícilmente compatible con el ideal de un Estado de Derecho. Ahora resulta, como inducían los agoreros más perspicaces, que la Administración de Justicia se ha visto influenciada por las tensiones sociales con el fin de saciar los resentimientos inducidos desde la calle durante los duros años de la anterior crisis económica. La Audiencia Nacional ha clamado al cielo con unos fundamentos y considerandos que necesariamente han de crear jurisprudencia ante los avatares de la gran depresión que ahora nos amenaza, favoreciendo la recuperación de un modelo de convivencia que, por encima de cualquier interés, pérfido o bondadoso, permita a los ciudadanos recuperar la confianza en sus demacradas instituciones.

Aquellos polvos han traído los lodos de una democracia confusa y mareada por el tufo de una corrupción galopante que pervierte las garantías elementales del Estado. La España jacobina sigue rezumando tras los escándalos de un sistema policial utilizado al servicio de intereses bastardos y el alboroto de un Parlamento convertido en un circo de función continua. Bajo este panorama de espanto los grandes movimientos que han orientado el sentido de la vida política estos últimos años en España se han fraguado con las puñetas de resoluciones judiciales que han exacerbado los temores en muchas conciencias aterradas por vidas ocultas e inconfesables. En el río revuelto de una impostura generalizada los pescadores pertrechados con sus anzuelos populistas se ganaron el beneficio de la duda para alcanzar una base de poder que ahora pretenden inflamar con sus soflamas doctrinales.

Al final nadie es convicto de 'salvar al soldado Bankia' pero el auto de fe escenificado en el macrojuicio ha destrozado las vidas, libertades y carreras de muchos actores de reparto sin mayor protagonismo en la causa

La salvífica sentencia de Bankia rompe la peligrosa tendencia de un supremacismo moral que confiere carta de naturaleza para el ejercicio más rancio de lo que podría entenderse como un despotismo ilustrado posmoderno. Las pulsiones autoritarias camufladas detrás de la obscena geometría variable que se deriva de una fragmentación parlamentaria en múltiples fuerzas claramente desleales al Reino de España han dado lugar a un Gobierno que consiente cualquier felonía capaz de superar el examen de lo políticamente correcto. A partir de ahora existen argumentos para una involución hacia posiciones ortodoxas que, al menos en la gestión de las altas finanzas, permitan la recuperación de códigos de valores que han estado claramente transgredidos. Al final ha quedado demostrado que nadie es culpable de vender en bolsa una entidad financiera con unos estados contables adecuadamente verificados por el Banco de España y la CNMV.

Nadie es convicto de ‘salvar al soldado Bankia’ en una operación de Estado que fue bendecida por todos los poderes públicos de la época, para más señas la del Gobierno Zapatero, y de la que se beneficiaron muchos más agentes económicos, y algunos que otros intermediarios picapleitos, de los que luego han tratado de sacar rédito financiero al rebufo de las protestas sociales. La caza de brujas desplegada sobre Bankia ha terminado tras nueve años de ansia revanchista orientada en realidad contra un modelo de desarrollo económico que probablemente estafó las grandes expectativas de una sociedad demasiado crédula e indolente. No todos los pecadores han sido sometidos al mismo tormento y muchos de ellos pontifican todavía desde púlpitos internacionales como salvadores de patrias ajenas. Todo eso ocurrió con motivo de la penúltima crisis. Esperemos que la historia no se repita en la que ahora se nos viene encima.

Mostrar comentarios