Capital sin Reservas

¿Quién teme al BlackRock feroz?

Los prebostes del Ibex reclaman al Gobierno medidas de contención contra la invasión de fondos activistas que amenazan con acumular tomas de poder y condicionar la gestión dentro de las mayores corporaciones del país.

Pedro Sánchez junto al gran mercador del dinero Larry Fink, director ejecutivo de BlackRock
Pedro Sánchez junto al gran mercador del dinero Larry Fink, director ejecutivo de BlackRock.
La Moncloa

Los asesores de servicios financieros y alguno de los principales bancos de inversión, sobre todo los que cuentan con una experiencia aquilatada en el posmoderno mercado español de capitales, han empezado a incluir como un factor diferencial de su oferta institucional y corporativa el compromiso contractual de no trabajar para ningún tipo de fondos activistas ni nada que se les parezca. Este singular negacionismo, limitativo de un negocio que no suele poner puertas al campo, se comprende mejor desde la confianza que los entendidos del mundo del dinero muestran en la capacidad de intervención con que el Gobierno ha frenado en seco, de momento, las andanzas de los inversores internacionales. Pero a la vez evidencia también una más que seria preocupación ante la enésima avalancha de esos inmigrantes aristocráticos del llamado capital riesgo que se están colando hasta la cocina de las empresas más importantes del país.

En la última década, y sobre todo a raíz de la crisis mundial de deuda, los grandes fondos han ido comiéndole la tostada a los grupos familiares que tradicionalmente han estado sujetando el mando a distancia del Ibex desde que este índice selectivo fuera creado hace ahora treinta años. Los Benjumea, Koplowitz, Villar Mir y demás apellidos ilustres de la plutocracia bursátil han ido cediendo su trono y su corona a esos señores de las altas finanzas mundiales que vienen regando a discreción la ruleta de la Plaza de la Lealtad. Las identidades que figuran ahora como propietarios estelares de las sociedades cotizadas tienen pasaporte extranjero y su razón responde a intereses bastante más primarios en términos capitalistas de los que figuran en el objeto social de las empresas donde han depositado su dinero, que no su confianza.

El rumbo que persiguen los flamantes pretendientes internacionales carece de toda motivación personal y se orienta por una simple cuestión de negocios. Como acaba de sentenciar el apóstol financiero Larry Fink en su última carta et orbe a los responsables de empresas, “los inversores que priorizan los intereses de la sociedad frente a los beneficios no son ‘woke’. Toda una declaración de intenciones que debería servir para despertar de su dulce sueño a esos ejecutivos que se creen de lo más cool cuando justifican sus modelos de gestión con planteamientos alejados de la pura y dura rentabilidad financiera. El jefe de BlackRock es todo un influencer global en materia de administración corporativa y no en balde su firma presume del mayor portfolio de inversiones entre todas las gestoras de fondos que tratan de aquilatar sus fortunas en España.

El jefe ejecutivo de BlackRock, Larry Fink, ha dejado muy claro que los objetivos ASG constituyen un mero utilitarismo de carácter capitalista en el mundo de la empresa

Viniendo de quien viene parece claro que esta llamada de atención abre un debate inesperado sobre el desarrollo de esos propósitos Ambientales, Sociales y de Gobierno corporativo que están siendo impartidos como los nuevos mandamientos esenciales de salvación en el mundo bursátil. Los célebres objetivos ASG se han convertido de buenas a primeras en una marca de distinción rayana en el paroxismo sin que realmente exista un análisis empírico que evidencie la oportunidad de meter en el mismo saco una serie de conductas sobre materias tan heterogéneas. La apuesta ferviente de ir a la moda empezó a resultar de lo más original cuando Ana Botín mostró su perfil naturalista embarcándose con Jesús Calleja en Groenlandia, pero las aventuras poéticas no parecen tan del agrado de los grandes inversores institucionales y la incertidumbre económica indica que no son éstos los mejores tiempos para la lírica.

El miedo guarda la viña y los grandes prebostes del Ibex, precavidos ellos, han acudido raudos ante la vicepresidenta Nadia Calviño para que sofoque los instintos neoliberales que hasta ahora se tenía bien calladitos Rodrigo Buenaventura. El presidente de la CNMV no ha tenido mejor ocurrencia que solicitar públicamente ante la comunidad financiera la eliminación del denominado escudo antiopas levantado por el Gobierno para preservar la integridad de los ‘blue chips’ hispanos. Está claro que el jefe del organismo regulador no sabe a quién encomendarse para dinamizar la actividad en el alicaído mercado bursátil y ha salido por la tangente con una reclamación que refleja un alarde de soberanía institucional pero que dice más bien poco de la sensibilidad política que debe exhibir un cargo público que, se quiera o no, depende del favor del ministro o ministra de turno.

El actual régimen de autorización previa a determinadas inversiones extranjeras fue adoptado como una medida urgente y extraordinaria de protección una vez que se declaró la pandemia de la Covid en marzo de 2020. Las instituciones europeas han hecho la vista gorda ante este tipo de actuaciones claramente contrarias al espíritu comunitario de la libre competencia y no parece que la debilidad estructural de las grandes economías continentales, unida a la inundación de liquidez en los mercados de capitales, aconseje ahora levantar la veda a todos los cazadores oportunistas que esperan con la escopeta cargada a la vuelta de la esquina. El mercado está sobrado de dinero y falto de ideas, lo que supone un riesgo añadido ante esos jugadores de ventaja que orientan sobre seguro sus multimillonarias apuestas, con especial incidencia en empresas de servicio público herederas de antiguos monopolios.

Destacados dirigentes del Ibex han pedido a Calviño que reprenda al presidente de la CNMV por defender la eliminación del escudo antiopas

Telefónica, las grandes energéticas e incluso los principales bancos del país pueden convertirse en carne de cañón como piezas codiciadas respectivamente por parte de los nuevos imperios tecnológicos, las viejas hermanas petroleras o las pujantes corporaciones financieras anglosajonas. Las sucesivas oleadas del coronavirus han puesto de relieve la debilidad inmunológica de los renombrados representantes de la marca España que tampoco pueden cobijarse bajo las faldas de un poder político sometido a las tendencias del nuevo y exacerbado capitalismo. El Gobierno no está en condiciones de cavar muchas trincheras porque más pronto que tarde va a tener que llamar a los poderosos mercaderes del dinero para que le ayuden a financiar la mastodóntica deuda pública del Reino de España, la cuarta de toda la zona euro sólo por detrás de Grecia, Italia y Portugal.

En estos próximos meses habrá que ver si la reconfiguración política en Europa consolida una posición unánime que relaje la estrategia fiscal y financiera en el Viejo Continente. Las elecciones presidenciales de Francia en abril y el desarrollo de la llamada ‘coalición del semáforo’ en Alemania van a ser cruciales y pueden motivar también que las dos grandes locomotoras europeas decidan romper filas con el resto de la Unión. Una contingencia que con las presiones inflacionistas que acechan al BCE provocará que cada cual tenga que buscarse a vida por su cuenta y riesgo. Conociendo las prioridades que mueven al actual Gobierno de España no es descartable que llegado el caso los colosos empresariales venidos a menos sirvan como moneda de cambio para la atracción de capitales extranjeros. A lo mejor Rodrigo Buenaventura sabía bien lo que decía y por eso también los recelos ante la irrupción de los fondos activistas. No es de extrañar que alguno de los grandes líderes empresariales, después de quitarse la corbata, tengan ahora serias dificultades para que la camisa les llegue al cuello.

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