OPINION

Calviño convence a Sánchez, tú en Moncloa y yo a Bruselas

Sánchez con Zapatero
Sánchez con Zapatero
EP

Pedro Sánchez se ha propuesto seguir a pies juntillas el consejo de Felipe González cuando afirmaba con toda solemnidad que “rectificar es de sabios pero es de necios tener que hacerlo a diario”. Con la misma, el presidente del Gobierno dejó caer sin remisión a sus primerizos ministros de Cultura, Màxim Huertas, y de Sanidad, Carmen Montón, para después cerrarse en banda ante cualquier dimisión forzada de otros miembros del Gobierno que, de no mediar precedentes, hace tiempo que habrían sido condenados al ostracismo. Dolores Delgado o Josep Borrell pueden dar fe de ello como también podría hacerlo el propio Jefe del Ejecutivo cuando justifica con argumentos peregrinos el uso particular e insano del Falcon antes de admitir una disculpa que contendría, también es verdad, una elevada carga de culpabilidad.

La perseverancia en el error es uno de los males políticos más nocivos en democracia. El reconocimiento del fracaso constituye una especie de anatema para esa clase de dirigentes públicos que tratan de convertir en pleno dominio lo que solamente es un usufructo, a veces incluso muy precario, del poder. Hasta que la tozuda realidad termina por imponerse y obliga a ejercicios ciertamente antinaturales, que en el caso de gobiernos socialistas suelen venir íntimamente relacionados con la gestión de la política económica. Eso es lo que le pasó a Zapatero después de negar la crisis en 2008 y lo que podría ocurrirle al actual líder socialista si continúa cegado por los espejismos mientras disfruta de su placentera estancia en La Moncloa.

Es verdad que Pedro Sánchez no lleva todavía mucho tiempo en el cargo, pero al igual que a Zapatero le está costando horrores asimilar las observaciones que con mayor intensidad cada vez viene recibiendo desde el Ministerio de Economía. La titular del departamento, Nadia Calviño, se incorporó al Gobierno en una escala imprevista pero la mar de interesante para su plan de carrera como alta funcionaria en Bruselas. Existe una ley no escrita a nivel comunitario que obliga a ostentar cargos de máxima relevancia nacional para luego aspirar a un puesto como comisario europeo, por lo que la invitación para sumarse al actual Gobierno del PSOE representaba una oferta que no podía ser rechazada por Calviño.

La ministra vino con la idea de mantener un perfil bajo que no salpicase su crédito internacional pero luego ha ido adquiriendo un paulatino ascendente sobre unos compañeros y compañeras que están bastante menos cultivados en aspectos técnicos y fundamentales de la vida económica. Todo ello, unido a unos exquisitos contactos que permiten intuir mejor que nadie los movimientos en el mercado global, le ha servido para abrir los ojos acerca de los riesgos que puede acarrear su labor en España de cara al ansiado ascenso en Bruselas. Calviño no ha tenido así más remedio que asumir un singular protagonismo dentro del Consejo de Ministros hasta convertirse en una especie de ‘Pepito Grillo’ que intenta despertar la conciencia dormida de su jefe en los grandes asuntos de política económica.

Después de muchos y vanos intentos la ministra ha conseguido por fin el beneplácito de la superioridad para anunciar una nueva revisión del cuadro macro que va a poner de relieve la desaceleración evidente que empieza a sufrir la economía española. El recorte se ha justificado, no obstante, como un trámite necesario ante ese proyecto ‘muerto’ de Presupuestos que el jefe del Ejecutivo va a remitir a Las Cortes y que supondrá menores dotaciones de gasto público para el Estado. Sánchez y Calviño han llegado de este modo a un pacto de conveniencia que permite al primero ganar tiempo al tiempo mientras la segunda se cura en salud ante los vigilantes de la playa que habitan en Bruselas.

La actual responsable de la política económica volverá a sacar punta por segunda vez en menos de tres meses al lápiz rojo que marca la rebaja de las expectativas económicas en nuestro país. Será otro pequeño corte quirúrgico, de manera que la previsión del PIB se mantenga por encima de la media europea y Sánchez pueda seguir presumiendo ante los vecinos comunitarios. La estimación oficial de crecimiento fijada en el 2,3% se rebajará en una sola décima con el fin de situar el listón por encima de los dos puntos porcentuales; todo ello en sintonía con los cálculos de los grandes organismos supranacionales, esos mismos que, como decía Zapatero, “se equivocaban un rato” cada vez que hacían sus predicciones sobre España.

En su estado más puro y previsible está claro que el anterior presidente socialista del Gobierno no hubiera consentido a su ministro de entonces, Pedro Solbes, que le amargase lo más mínimo aquel optimismo antropológico que orientaba la actuación económica de hace una década al tiempo que pavimentaba inconscientemente el camino hacia el infierno de la recesión. Zapatero podrá decir ahora como Rodrigo Rato que tampoco disponía de una bola de cristal que le permitiera adivinar el futuro. Por suerte para él la caza de brujas tras la gran herejía económica se ha decantado por otros derroteros, salvaguardando cualquier eventual responsabilidad penal por actuaciones políticas de lesa y manifiesta gravedad.

Sánchez, aunque a regañadientes y por aquello de que el miedo guarda la viña, ha tomado al fin buena nota de los consejos de Calviño, no sin antes pedir a su ministra que matice el ajuste fino dejando muy clarito que España encabezará en 2019 las posiciones de crecimiento económico en toda Europa. El objetivo consiste en nadar y guardar la ropa durante un año y medio en una especie de ‘tente mientras cobro’ que permitirá al nuevo truchimán socialista sacar pecho de una economía prendida con alfileres. Otra cosa distinta es que se produzca un batacazo internacional imprevisto y las cuentas de la lechera se vayan verdaderamente al garete como algunos temen. Aunque si eso ocurriera valdría con echar las culpas al empedrao y apelar al socorrido mal de muchos. Un consuelo de necios por mucho que le pese a Felipe González...pero un consuelo a fin de cuentas.  

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