Capital sin Reservas

Sánchez y Zapatero, nunca las comparaciones fueron menos odiosas

Los dos últimos presidentes socialistas representan ante el 40º Congreso Federal del PSOE la línea continuista de un ideario tan dogmático como pertinaz en la búsqueda de un cambio de régimen político en España.

Sánchez y Zapatero protagonizan este fin de semana el 40º Congreso Federal que celebra el PSOE en Valencia
Pedro Sánchez quiere consagrar este fin de semana en el Congreso del PSOE la política continuista heredada de José Luis Rodríguez Zapatero
EFE

Como si se tratase de un típico juego de pasatiempos, la búsqueda de las siete diferencias entre José Luis Rodríguez Zapatero y Pedro Sánchez no dejaría de ser un trabajo superfluo que solamente puede reparar en pequeños matices de carácter anecdótico, sin mayor incidencia en la comparación de sendos retratos que, en realidad, vienen a ser equivalentes en todo lo sustantivo y trascendental. Los dos dirigentes socialistas que este fin de semana exhiben su natural sintonía en el 40º Congreso Federal del PSOE, con Felipe González en el papel de actor de reparto invitado, se asemejan como dos gotas de agua que sólo rivalizan en el balance final de los efectos demoledores que cada uno de sus mandatos han propiciado en el modelo de convivencia y de progreso económico en España. A Zapatero se le conocen desde hace tiempo sus méritos y numeritos. De Sánchez todavía quedan por esperar mayores empeños.

Herederos del legado acumulado por la franquicia socialdemócrata triunfante en España durante las décadas finales del pasado siglo, ambos han ejercido una acción política de marcado carácter proselitista, preocupados de adornar las ilusiones de ciudadanos convencidos y sin mayor ánimo por construir un proyecto capaz de convencer al conjunto de la ciudadanía. Al contrario, uno y otro han fomentado la extensión de cordones sanitarios contra sus más directos opositores al tiempo que comerciaban parcelas de poder con formaciones bisagras, principalmente regionalistas, en nombre de una pluralidad de sensibilidades que sólo ha servido para desestructurar la capacidad funcional del Estado tanto dentro como fuera de nuestras fronteras. De ahí la debilidad intrínseca y creciente que ha caracterizado a los sucesivos gobiernos socialistas, tanto en la etapa de Zapatero como más si cabe en los tres años largos que lleva Sánchez viviendo en La Moncloa.

Al abrigo de un liderazgo favorecido por el régimen orgánico y cerrado de las grandes formaciones políticas en España, ninguno de ellos ha encontrado la más mínima contestación interna dentro del PSOE para dirigir sus iniciativas programáticas con la inequívoca y exclusiva misión de mantenerse en el cargo. En el supuesto de Zapatero se puede apreciar una cierta pulsión visionaria, tanto más patética cuánto más defectuosos se demostraron los resultados. Sánchez se ha mostrado mucho más pragmático en la defensa de sus dominios, haciendo gala de un tacticismo político que contamina todos los aspectos de su gestión cotidiana, así como sus propuestas doctrinales y, lo que es peor, también las grandes cuestiones de Estado. Si acaso, las consecuencias del celoso egotismo que enardece al segundo sea útil como atenuante del primero cuando la comparativa quede vista para sentencia con pleno sentido histórico.

Ambos dirigentes socialistas han coincidido en negar las crisis económicas persistiendo en datos estadísticos que se han demostrado fallidos  

Zapatero y Sánchez, tanto monta monta tanto, han alimentado sus proyectos políticos arrogándose la condición de fedatarios públicos y cómplices necesarios del programa de centrifugación territorial instaurado en la España de las Autonomías, tratando de sacar rédito personal como redentores gratuitos de la desleal sedición orquestada por los diferentes gobiernos nacionalistas del País Vasco y de Cataluña. Zapatero quiso pasar a la historia como el paladín del ‘proceso de paz’ en Euskadi con un rosario interminable de concesiones para que ETA abandonara las armas. Sánchez pretende ahora barnizar el mismo testigo en calidad de árbitro encargado de encarrilar a todo trapo las negociaciones del ‘procés soberanista’ con la Generalitat catalana. El primigenio talante del llamado buenismo zapateril ha sido replicado una década después por las más modernas mesas de diálogo sanchista, en lo que podría entenderse como las dos caras, o las dos jetas, de una misma y falsa moneda.

Entrando en materia de dineros, y al margen de los avatares de una estrategia política de marcado perfil utilitarista, el fatal destino que presagian el santo y figura de los dos últimos mandatarios socialistas tiene una víctima propiciatoria en la situación económica de la España y de los españoles que les ha tocado regentar. La administración de las cuentas públicas se analiza más fácilmente buscando los patentes errores más que las eventuales diferencias porque no hace falta esperar nuevos desastres para concluir que la caja de caudales que recibieron Zapatero y Sánchez estaba mucho mejor dotada que la que ambos han dejado o vayan a dejar a sus sucesores. Mariano Rajoy dio fe de ello tras descubrir un déficit oculto superior en más de un tercio al que certificó su predecesor en 2011; y los contribuyentes pueden todavía mostrar las cicatrices que el lamentable hallazgo produjo en sus condiciones de vida fiscales y tributarias.

El agujero de Zapatero sirvió de pretexto para que el PP llevara a cabo un profundo saneamiento con una devaluación interna que empobreció a la clase trabajadora, inmolada una vez más como chivo expiatorio en el altar de la política económica, con sus yerros y sus devaneos. Incluyendo la obsesión de algunos por evitar las crisis con el reprensible argumento de negar que existen y la persistencia de otros por aferrarse a datos estadísticos que se han demostrado fallidos. Sánchez ha tenido más suerte que su alter ego porque la pandemia facilitó la coartada para correr un tupido velo sobre el despilfarro y exonerar toda responsabilidad fiscal ante las urgencias de la lucha mundial contra el coronavirus. No vale olvidar que en 2019, primer ejercicio completo al frente de la nación, el actual jefe del Ejecutivo ya rompió la tendencia decreciente de números rojos que venía aliviando al conjunto del Estado desde el año 2012.

La economía española se parece al suicida que se arroja desde el rascacielos y a mitad de la caída le preguntan desde una ventana qué tal lo lleva: "De momento, todo estupendo"

A partir de esta quebrada en la senda de estabilidad presupuestaria la crisis sanitaria ha dado alas a los apóstoles de la manga ancha que, apoyados en la barra libre del Banco Central Europeo (BCE), han terminado por hacer añicos la hucha del Estado. La política expansiva de las autoridades monetarias ha dado lugar a una anomalía insólita como es disfrutar en la actualidad de una prima de riesgo por debajo de los 70 puntos básicos con un nivel de endeudamiento superior al 120% del PIB. Pero el espejismo  resultará aberrante a poco que los reguladores de Fráncfort decidan cambiar el sentido de la marcha, porque lo que está claro es que Sánchez no va a remendar de viejo en su estrategia de arrojar dinero a los problemas, tal y como demuestran los principales manguerazos de gasto público incluidos  en los Presupuestos del Estado para 2022.

El Gobierno se ha situado en modo electoralista con la misma desfachatez que la cigarra de la fábula, confiando en unas variables de futuro que no se las cree nadie. Las previsiones de crecimiento económico son más falsas que el beso de Judas y las ayudas de emergencia del BCE están en tela de juicio como consecuencia del temor a una espiral inflacionista en toda Europa. España empieza a parecerse a ese suicida que se tira desde lo alto del rascacielos y a mitad del descenso un vecino sale a la ventana y le pregunta cómo va todo: “De momento, todo estupendo”, responde muy convencido. Algo similar le ocurrió a Zapatero y más dura fue la caída. Quizá por eso que Pablo Casado afirme que España está abocada al rescate económico. Un augurio que ha provocado hondo malestar en el Gobierno y que algunos interpretan como un intento de curarse en salud por parte del presidente del PP. Todo sea que le toque a él pedirlo en Bruselas.

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