OPINION

Héroes de bata blanca

Fotografía de dos médicos tratando a una paciente por coronavirus.
Fotografía de dos médicos tratando a una paciente por coronavirus.
EFE.

A la Dra. Mayte de Guzmán García-Monge y, con ella,

al personal médico y de enfermería de nuestro

Sistema Nacional de Salud.

En el momento actual, en España, y suponiendo que no varíen los actuales niveles de mortalidad (que lo harán: a la baja) de cada 100 personas que nazcan, 70 van a llegar a cumplir 80 años (y además, en su mayoría, en buen estado de salud). En esto consiste, en síntesis, el envejecimiento demográfico de que tanto se habla: un país con muchas personas muy mayores.

Lo que, obviamente, es una gran noticia, pues lo usual es que todos deseemos una vida larga y sana. La gran noticia, sin embargo, suele quedar empañada por el modo en que suele expresarse: si en vez de hablar de España como un país que envejece dijéramos que es un país en el que cada vez más personas llegan, y en mejor estado, a edades muy avanzadas, siendo lo mismo sonaría mucho mejor. No solo somos una sociedad con una larga vida generalizada sino, incluso, uno de los tres países del mundo en que la edad media de muerte es más elevada. De hecho, se estima que para 2040 seremos el país con una esperanza de vida más elevada. No está nada mal, teniendo en cuenta que nuestro país no figura entre las diez mayores economías mundiales (seríamos la décimotercera).

Este llamativo éxito de nuestro país en la lucha mundial por alargar la vida se debe a muchos factores, que se refuerzan y potencian recíprocamente. Pero si hay uno al que, en clara mayor medida cabe atribuir que seamos ahora un país especialmente longevo es, sin duda, nuestro sistema público de salud. No es perfecto, ciertamente. Presenta disfunciones funcionales, graves carencias de medios, maltrato económico de su personal y unos continuados recortes presupuestarios que desdicen de su retóricamente proclamada condición de "joya de la corona".

Así y todo, el último Índice de Salud de Bloomberg (con datos de la OMS) considera a España como el país más saludable del mundo. Otros índices y clasificaciones colocan a nuestro sistema sanitario en quinto, sexto o séptimo lugar: da igual; cualquiera de estos datos connota un llamativo nivel de excelencia. La pregunta que, entonces, inevitablemente surge es cómo un sistema de salud tan maltratado económicamente (y durante tanto tiempo ya) consigue mantenerse en posiciones tan preeminentes de excelencia. La respuesta es sencilla: por el reconocido e indisputado nivel de competencia, dedicación y entrega del personal médico y de enfermería con que cuenta. 

Los españoles son conscientes de ello y, desde 2010, en los Barómetros de Confianza Institucional Ciudadana que periódicamente lleva a cabo Metroscopia, los científicos y el personal (médico y de enfermería) de nuestro sistema nacional de salud ocupan, sistemática y destacadamente, el primer lugar con puntuaciones espectaculares (seguidos muy de cerca, justo es decirlo, por los cuerpos y fuerzas de seguridad del estado: instituciones a las que los españoles reconocen una competencia y entrega igualmente abnegada e infalible).

Cuando surge una emergencia sanitaria como la actual, tan extensa, tan mal conocida, tan imprevisible, todas las miradas se vuelven inmediatamente hacia nuestra Sanidad Pública, sabiendo que va a responder. Y responde. Con creces: y con un grado de entrega que pone incluso en riesgo su propia salud. La ciudadanía lo sabe, y lo agradece: de ahí esa espontánea reacción cotidiana de aplauso que, al atardecer, le dedica desde los balcones de nuestros pueblos y ciudades. Lo cual ciertamente está muy bien y, sin duda, nos honra a todos. Es de justicia.

Pero quizá también es hora de pensar que a ninguna profesión se le puede exigir la heroicidad y la entrega extrema de forma sistemática y, con mayor intensidad aún si cabe, en situaciones excepcionales como la actual. Se les pide que palíen con su generosidad y espíritu de sacrificio las negligencias y los descuidos, previos y ajenos. Es hora de tener claro, de una vez por todas, que nuestro sistema público de salud ha de ser, siempre, una prioridad absoluta; que debemos mimarlo, y no exprimirlo; que debemos dar a su personal el mejor trato laboral posible y proporcionarle, a tiempo, los recursos y medios precisos para su trabajo.

Y lo mismo cabe decir de nuestros científicos, abrumados en sus esfuerzos de investigación por una maraña burocrática que les lleva a pasar casi más tiempo rellenando impresos que ante el microscopio.Sí, ciertamente, nuestros investigadores y quienes componen nuestro sistema nacional de salud son héroes: héroes de bata blanca. Démosles todos los aplausos, honores y medallas que merecen. Siempre serán escasos. Pero que no sea a cambio de lo que realmente necesitan: los recursos precisos para desarrollar su trabajo sin necesidad de recurrir a esfuerzos heróicos. Se lo han ganado.

José Juan Toharia es presidente de Metroscopia y fue catedrático de Sociología en la Universidad Autónoma de Madrid.

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