OPINION

Un conflicto entre catalanes o cómo el 21-D demuestra que no hay un 'sol poble'

“Lo único que no se puede hacer en política es el ridículo”, decía Tarradellas. Ni la persona más prudente y sabia está exenta, por supuesto, del riesgo de decir alguna vez una llamativa tontería. Pero cuando eso ocurre de forma reiterada, resulta difícil no dudar de la agudeza o de la buena fe (o, incluso, de ambas cosas a la vez) de quien así las prodiga. Este parece ser el caso, últimamente, del expresidente de la Generalitat Carles Puigdemont. Definir al rey Felipe VI como el “Rey del 155” es una solemne bobada: por supuesto que es el Rey del artículo 155, como lo es también del artículo 2, o del artículo 108 o de cualquier otro de los 169 que contiene nuestra actual Constitución.

En una democracia, ninguna autoridad del Estado (por más que esto pueda quizá sorprender al expresident) puede escoger a la carta, y según su gusto, qué artículos de la legislación vigente acatar —y cuales no—: todos le son, por igual, de obligado cumplimiento en tanto no sean cambiados en la forma y modo debida y legalmente preestablecidos. Quien, en cambio, está ahora más bien en riesgo de pasar a la historia como “el President del 155” es el propio Puigdemont: ha sido su reiteradamente relatada pusilanimidad de última hora la que originó la aplicación, por vez primera, de dicho artículo.

Otra ocurrencia, que revela hasta qué punto alguien que ha desempeñado un cargo de tan elevado nivel puede llegar a perder la perspectiva y el sentido de la realidad, es su reclamación, tras las elecciones del pasado día 21, de un diálogo sin condiciones previas…a Mariano Rajoy. El expresident se equivoca —de forma tan reveladora— de interlocutor. Con quien necesita, ante todo y de forma urgente, una interlocución a fondo, sincera y sin condiciones previas (y, con él, los demás líderes independentistas) es, en realidad, con la otra mitad de la ciudadanía catalana: esa que —ni en 2015, ni ahora— les ha dado su voto.

Es con ella con quien debe entablar diálogo cuanto antes, pues es esa media Cataluña —que propende a tratar como si no existiera— y no “el gobierno de Madrid quien se ha interpuesto, y por dos veces consecutivas, en su pretendida hoja de ruta hacia la independencia. Son los propios catalanes quienes no le han otorgad una mayoría de votos que cupiera considerar mínimamente suficiente para, entonces sí, aspirar ya a buscar interlocutor al oeste del Ebro.

Pero mientras eso no ocurra, el conflicto no es entre Cataluña (toda Cataluña) y el Estado español, sino entre catalanes, por más que a los independentistas parezca costarles tanto reconocerlo. Es algo más de media Cataluña quien rechaza lo que algo menos de otra media pretende. Si algo han dejado claro las elecciones del pasado día 21 es que no existe (al menos no ahora, no todavía) tal cosa como un “sol poble”: la ciudadanía catalana es en esta hora profundamente plural y diversa, con formas tan variadas de entender su catalanidad que encuentran vía de expresión ni más ni menos que en siete alineamientos ideológico-identitarios claramente diferenciados.

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