OPINION

De la emergencia climática al cambio social

Activistas por el cambio climático cortan el tráfico en Madrid. /EFE
Activistas por el cambio climático cortan el tráfico en Madrid. /EFE

El cambio climático, ahora ya reconocido como emergencia, se ha situado a un nivel nunca visto en el debate social y político. Por un lado, es un indudable motivo de esperanza ver a millones de personas en la calle exigiendo una acción urgente frente a la emergencia climática. Por otro lado, es decepcionante ver cómo la respuesta política sigue estando muy alejada de lo que se necesita para evitar que el problema se nos escape de las manos. Más decepcionante aún para quienes llevamos décadas advirtiendo del problema, denunciando sus causas y proponiendo soluciones.

Varios factores explican la actualidad del cambio climático en la agenda pública. El primero es, obviamente, la sucesión de eventos extremos que nos están haciendo ver que ya no se trata de un futurible, sino de un fenómeno que empieza a manifestarse aquí y ahora. Porque una ola de calor, un gran incendio, DANA (depresión aislada en niveles altos) o un huracán por sí solos no indican nada respecto del cambio climático, pero cuando en el mismo verano se repiten olas de calor con récords de temperaturas (a finales de junio, en España, se superaron récords de máximas mensuales en 33 observatorios de la red principal según la AEMET, que advierte de que la frecuencia de las olas de calor severas, debido al cambio climático, han aumentado en diez veces desde principios del siglo XX); incendios nunca vistos por su extensión en regiones como Siberia, Amazonía, África central, en lo que ya se conoce como la “sexta generación” de incendios; “danas” que vuelven sobre el mismo lugar en el mismo año; o huracanes de categoría 5 que arrasan países (Dorian en Bahamas) o desvían su trayectoria cada vez más hacia el este (Lorenzo)… Aunque todo ello no es prueba del cambio climático, sí es motivo de preocupación, puesto que sabemos que el cambio climático aumenta la frecuencia e intensidad de estos eventos o fenómenos meteorológicos extremos.

En cualquier caso, las certezas del cambio climático que nos aporta la comunidad científica son claras y contundentes. La Organización Meteorológica Mundial ha publicado una recopilación del estado de la situación: el periodo 2015-2019 va camino de ser el quinquenio más cálido registrado; la temperatura media mundial ha aumentado ya 1,1°C desde la época preindustrial, y 0,2°C en comparación con el quinquenio anterior (2011-2015); en el periodo de 2015 a 2017, 62 de los 77 eventos extremos registrados manifiestan una clara influencia antropogénica; solo en junio, los incendios forestales emitieron 50 millones de toneladas de CO2 a la atmósfera; más del 90% del exceso de calor debido al cambio climático se almacena en los océanos; la acidez oceánica ha aumentado un 26% desde el inicio de la revolución industrial; la tasa de subida del nivel del mar ha ascendido a 5 mm al año en el último quinquenio (2014 -2019).

A los pocos días, el Centro Nacional de Datos de Nieve y Hielo, dependiente de la NASA, informó de que el nivel del hielo marino del Ártico ha registrado su segundo nivel más bajo de la historia, alcanzando unos 2,1 millones de km2 por debajo de la superficie mínima media a largo plazo.

Y dos días después, el panel científico de Naciones Unidas (IPCC), publicó su “Informe especial sobre el Océano y la Criosfera en un Clima Cambiante”, en el que alerta de los riesgos para la vida de las personas y los ecosistemas si no se frena el calentamiento global y se protegen los océanos. Entre los muchos datos que aporta, destaca que el aumento del nivel del mar para el año 2100 podría ser de casi un metro si el calentamiento global supera los 3 °C, que es lo que ocurrirá con los insuficientes compromisos de reducción de emisiones que han asumido los diferentes países en la actualidad.

Datos y más datos que confirman la situación de emergencia climática en la que nos encontramos. La clase política reacciona y acude a una cumbre extraordinaria en Nueva York, convocada por el Secretario General de la ONU, para “fortalecer los compromisos nacionales en materia de clima y garantizar que los líderes presenten planes de acción tangibles, en lugar de discursos”. Sin embargo, de nuevo se perdió la ocasión de presentar los planes climáticos ambiciosos y concretos que se necesitan.

Todo lo anterior ha alimentado un sentimiento de indignación y alarma, movilizando a cada vez más personas para exigir soluciones a la emergencia climática. Durante todo el año hemos visto huelgas y movilizaciones lideradas por la juventud de Fridays For Future. Y en los últimos días de septiembre la ola de protestas se ha extendido a todo el planeta, con manifestaciones masivas en las que se calcula que han participado 7,6 millones de personas. Ya no son solo los jóvenes, sino personas de todas las edades y procedencias sociales. Algo está cambiando, sin duda, y no es solo el clima, es la respuesta de la sociedad.

Ha llegado el momento de exigir soluciones y responsabilidades. Los magnates del carbón, del petróleo, de los agronegocios, de los fabricantes de coches y de las líneas aéreas, así como los políticos que los apoyan, han bloqueado la acción climática durante décadas a pesar de conocer el impacto del cambio climático. Algunos gobiernos son bastante favorables a la acción climática, mientras que otros se esfuerzan al máximo para bloquearla.

La presidenta electa de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, ha hecho del clima una prioridad, pero sus propuestas están lejos de ser de gran alcance y se necesitan medidas radicales. Los objetivos climáticos de la UE deben estar en línea con la ciencia: la Comisión debería proponer un objetivo de reducción de emisiones de gases de efecto invernadero para 2030 de al menos el 65% en comparación con 1990, y un objetivo de cero emisiones netas de gases de efecto invernadero para 2040.

El transporte y el uso de la tierra deben transformarse priorizando los trenes sobre los aviones y las plantas sobre el ganado. Las inversiones públicas, que provienen de los bolsillos de los contribuyentes, deben pasar de los subsidios fósiles a la promoción de las energías renovables. Se debe evitar que los mayores contaminadores exploten el planeta y las personas para su propio beneficio, y hay que rediseñar la economía de manera más equitativa y con un mayor respeto por la naturaleza y por el planeta que sostiene la vida.

Es una cuestión de supervivencia. La receta sigue siendo la misma de siempre: “escuchen a la ciencia”. A ver si ya.

* José Luis García Ortega es responsable del Programa de Cambio Climático de Greenpeace, y Patrono de la Fundación Renovables.

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