OPINION

Negacionismo climático y negacionismo carbonero

El secretario general de la ONU, Antonio Guterres (d), y la secretaria ejecutiva de la ONU para el Cambio Climático, Patricia Espinosa (i), asiste a la cumbre del clima (COP24) de Katowice (Polonia)
El secretario general de la ONU, Antonio Guterres (d), y la secretaria ejecutiva de la ONU para el Cambio Climático, Patricia Espinosa (i), asiste a la cumbre del clima (COP24) de Katowice (Polonia)
EFE

Dice el refrán que no hay más ciego que el que no quiere ver. Pero no es cierto, es mucho peor quien trata de ocultar la realidad, de manipular para que los demás no la vean.

El pasado fin de semana terminó la cumbre anual de cambio climático. Convocados por Naciones Unidas, se han reunido jefes de gobierno, ministros, ministras y delegaciones de todos los países del mundo para negociar de qué manera aplicar el Acuerdo de París al que llegaron en 2015. ¿Pero qué decía ese acuerdo que ahora han acordado aplicar?

El Acuerdo de París fijaba como objetivo evitar un calentamiento global que pueda resultar devastador para la vida humana, y cuantificaba el límite en quedarse “bien por debajo” de un aumento de 2ºC respecto a las temperaturas medias de antes de la revolución industrial y hacer todo lo posible por que ese calentamiento no supere 1,5ºC. Sabiendo que, a día de hoy, ya ha pasado de 1 ºC.

Como había controversia sobre esas cifras, los mismos países firmantes del Acuerdo decidieron preguntarle al organismo científico de Naciones Unidas, el llamado IPCC, que reúne a todos los especialistas del mundo en cambio climático, qué implicaría evitar un calentamiento de 1,5ºC. La respuesta la conocimos en octubre y se puede resumir en que si no cambiamos de rumbo, ese límite lo habremos sobrepasado entre 2030 y 2052.

Y añadieron: el medio grado que separa un calentamiento de 1,5ºC y 2ºC se mide en que cientos de millones de personas más sufran olas de calor extremas de forma frecuente y que se duplique el porcentaje adicional de población que tendría que enfrentarse a la escasez de agua; asimismo, significa poder lograr o no los objetivos sobre desarrollo sostenible y sobre la erradicación de la pobreza.

Pues bien, cuando los gobiernos se han reunido ahora en Polonia se han encontrado sobre la mesa la respuesta de los científicos a la pregunta que les habían formulado. ¿Y qué han hecho con ella? Pues les han reconocido y dado las gracias por el trabajo, pero no han sido capaces de acordar dar respuesta a la evidencia científica del informe y hacer algo diferente a lo que ya venían haciendo. ¿Cómo? Sabiendo que vamos camino de un calentamiento devastador, y que lo que estamos haciendo para combatirlo no es suficiente, ¿cómo es posible que no se acuerde tomar medidas más ambiciosas?

Lo bueno de tener testigos dentro de las negociaciones es que se ven cosas que se tratan de ocultar al gran público. Las compañeras y compañeros de Greenpeace y otras organizaciones que han participado nos cuentan cómo los negacionistas climáticos, es decir aquellos que niegan que exista un problema porque así protegen los intereses económicos de quien causa el problema (léase los EEUU de Trump, Arabia Saudita, Rusia, etc.), han presionado hasta el último minuto para que el resultado de la cumbre de Polonia no incorporase las conclusiones del IPCC.

El negacionismo climático es un crimen contra la humanidad. Y tiene muchas variantes locales, siempre orientadas al mismo fin: negar, ocultar, la responsabilidad de los combustibles fósiles (carbón, petróleo y gas) en el desastre climático que se está desencadenando ante nuestros ojos.

En España estamos viendo una de esas variantes locales del negacionismo: los presidentes de las comunidades autónomas de Aragón, Asturias y Castilla y León insisten en presionar a la ministra de Transición Ecológica, Teresa Ribera, para que impida que se materialice el cierre de las centrales de carbón que se ubican en sus territorios. Quieren que la ministra Ribera se ponga la misma venda en los ojos que tenía su antecesor Álvaro Nadal, quien pretendía por decreto impedir el cierre de centrales.

No deja de ser surrealista que la ministra que viene de negociar en Polonia la estrategia mundial contra el cambio climático se encuentre a la vuelta con la visita de los barones autonómicos que pretenden que ignore todo aquello y que fuerce que las centrales térmicas sigan quemando carbón por los siglos de los siglos. Les da igual que contaminen, que sean las principales fuentes de emisión de CO2 del país, que sean inviables económicamente y que haya que subvencionarlas con pagos adicionales en el recibo de la luz, que el carbón que queman venga del extranjero, y que no las necesitemos, porque existen alternativas mejores para mantener la actividad económica y para generar esa misma electricidad con fuentes renovables.

El negacionismo carbonero que encarnan esos barones pretende hacer creer que el cambio climático, del que las térmicas de carbón son causa directa, no va a afectar a sus comunidades, como si no estuviesen en el planeta Tierra. O que si les afecta, lo hará en un futuro lejano, cuando ellos ya se hayan muerto. Sin embargo, el cambio climático ya lo tenemos encima. Durante la cumbre de Polonia se ha publicado un informe de la American Meteorological Society (científicos que Trump no ha conseguido callar), que ha evaluado los eventos climáticos del año pasado que han sido producidos o agravados por el cambio climático.

Entre ellos destacan que las olas de calor tan intensas como las de 2017 en la región euromediterránea han triplicado su probabilidad respecto a 1950; que las sequías sufridas en 2017 en las grandes planicies de Norteamérica han aumentado su probabilidad en un 50%; que las inundaciones extremas en 2017 de Bangladesh y China aumentaron su probabilidad al doble y las de Perú en un 50%; o que el calentamiento de las aguas del mar de Tasmania en 2017 y 2018 habría sido prácticamente imposible de no mediar el cambio climático.

También que el calentamiento del mar en la costa africana ha duplicado la probabilidad de una sequía como la que ha dejado sin alimento en 2017 a 6 millones de personas en Somalia, o que el deshielo récord del océano Ártico influyó en los déficits de precipitaciones en gran parte de Europa occidental en 2016. Los responsables políticos tienen el deber de proteger a la población, no de negar la realidad para proteger unos intereses económicos particulares. Basta de negacionismo, ¡abran los ojos de una vez!

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