OPINION

Ahí te quedas Junqueras que yo me voy a liarla a Bruselas

El independentismo oficial ya no pinta bastos, ni tan siquiera toma copas en los bares de alterne soberanista. La estela informativa tampoco sigue a las “esteladas” sino a los estrellados políticos que se envolvieron en esa quimérica bandera para cometer su golpe de Estado institucional. Políticos que hoy recuerdan sus hazañas entre rejas o entre mejillones belgas. La realidad periodística se ha trasladado hacia otro punto de mira. Pasó el fingimiento de la República de pin y pon y se montó el show Puigdemont con un ahí te quedas Junqueras que yo me voy a Bruselas. Las relaciones entre ambos políticos acabaron mal y no tienen pinta de mejorar en el futuro porque la batalla por la corona de la Generalitat, lo que ahora de verdad importa, está en juego, y no habrá reedición de “Junts pel sí”.

El mes que se acaba de ir, y que ha coincidido con el centenario de la Revolución rusa de octubre, nos ha regalado una serie de imágenes nada bolcheviques pero sí cargadas de una serie de insurrecciones contra el orden constitucional español, y de unos hechos pseudo políticos que han creado un imaginario social lleno de temores e incógnitas. El aparato del Gobierno popular temía la aplicación del artículo 155, sobre todo temía la desobediencia de cientos de funcionarios, el desastre podía ser mayúsculo.

Pero nada de eso ha sucedido por ahora. Ni un cristal roto ni una papelera quemada. La normalidad domina desde el primer momento. Nadie diría que tres días antes se proclamó la República catalana. Enfrentarse a las consecuencias de unas leyes reales y el miedo a perder el puesto de trabajo han sido mano de santo.

 

Ahora ya no se habla de República ni de independencia. Si quitamos el ruido de fondo que provocan los medios de comunicación nos queda una autonomía, la catalana, intentando recuperarse del shock político y económico, y preparándose para una descarga eléctrica, la electoral, que nadie sabe cómo puede resultar. Las encuestas y los profetas repiten sus peroratas, pero la única realidad incuestionable por ahora , como ha titulado algún medio internacional, es que : “El circo catalán se ha trasladado a Bruselas”… ahí te quedas Junqueras, entre rejas.

El foco está puesto ahora en el traicionero pero hábil Puigdemont, que va camino de convertirse en un souvenir más de Bruselas, como una caja de bombones Godiva Chocolatier. El temor a la cárcel y las elecciones del 21 de diciembre contribuyen a que su batalla político jurídica siga viva, y que sus exabruptos contra España tengan aún recorrido informativo. Pero cada vez menos, la verdad del problema se va conociendo mundialmente.

Este cambio de escena y de circunstancias les ha venido de perlas a Puigdemont y a los ex consellers huidos, ya que han encontrado un nuevo argumento que explotar de cara a su ferviente electorado. No tienen que dar cuentas de por qué no ha sido posible la República, de por qué no había nada preparado para el día después, de por qué han engañado a tanta gente durante tanto tiempo. Hoy ya se trabaja con un nuevo capítulo del culebrón: el Estado español nos quiere juzgar por rebelión, sedición y malversación cuando somos unos humildes políticos que sólo hemos querido hacer feliz a nuestro pueblo cumpliendo sus mandatos electorales.

Desde los días 6 y 7 de septiembre, han pasado demasiadas cosas ilegales y estrambóticas en Cataluña. Sin embargo, el fondo de la cuestión es mucho más profundo y habrá que afrontarlo con serenidad y valentía, pero ahora estamos hablando de otra cuestión fundamental: de cumplir la ley y de responder ante la ley. Después habrá que empezar a trabajar otros aspectos que afectan de lleno a los separatistas, pero también atañen a los separadores. Esa minoría ruidosa y a veces algo violenta que ahora saca pecho y que quiere convertir a Cataluña en lo que no es y nunca será, una sociedad españolizada.

Para millones de catalanes una cosa es ser español, porque lo dicen las leyes y el pasaporte, y de paso viene bien para seguir en la Unión Europea, y otra muy distinta sentirse español. El sentimiento catalán de millones de ciudadanos no cambiara, y tampoco es necesario que lo haga. Se puede ser muy catalán y seguir vinculado a España. Se puede ser de España sin sentirse español. El Estado de derecho se basa principalmente en la razón, no en las emociones. El Estado de derecho no te exige que lo ames, sólo que lo acates.

El patriotismo a una tierra u otra no se alcanza por imperativo legal, sino por un cúmulo de razones que a veces la razón no comprende. Cada uno puede sentirse de dónde le plazca, incluido ciudadano del mundo o vecino de Bollullos, mientras cumpla y no vulnere las leyes del territorio que habita. En el fondo, como decía el gran Serrat, todo es una cuestión de respeto: respeto a las leyes y respeto a las ideas ajenas.

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