En mi molesta opinión

Amordazar la democracia desde el Gobierno

Pablo Iglesias, en el momento en el que no ha aplaudido a Felipe VI tras su discurso por el 23-F
Pablo Iglesias, en el momento en el que no ha aplaudido a Felipe VI tras su discurso por el 23-F
Agencia EFE

España está dejando de ser una olla a presión para convertirse en una olla de grillos con cierto olor a olla podrida. Quizá para muchos sea el paso irreversible tras ver como el propio Gobierno de España critica y cuestiona constantemente a la jefatura del Estado, al Rey y a la propia democracia. Democracia que esos mismos políticos antisistema que tanto la cuestionan han prometido defender y proteger. Este Gobierno que en las sesiones de control en el Parlamento se dedica a hacer oposición de la oposición en lugar de dar respuestas a la sociedad sobre sus actuaciones ejecutivas y legislativas, también se ocupa de pedir un totalitarismo informativo exigiendo “un control democrático de los medios” -un oxímoron al estilo de un “capitalismo de Estado”-, como ha demandado Pablo Iglesias en sus últimas entrevistas en esos medios que tanto desea controlar, o en la sala de prensa del Consejo de Ministros, o en la propia tribuna de oradores del Congreso de los Diputados, señalando incluso con nombre y apellidos a determinados periodistas “incómodos” para él.

Eso sí, dejando claro en todo momento que hablaba como Vicepresidente del Gobierno, y preguntándose retóricamente: "¿Cuáles son los dispositivos de control de un poder tan inmenso (como el mediático)?", y añadiendo, para reforzar su argumento, que "a los diputados los votan". Sin embargo, Iglesias se olvidó de decir que a él lo votan cada cuatro años y a los medios de comunicación los "votan" cada día a través de las audiencias y las ventas.

En este sentido, también se olvidó de que a él, en concreto, los españoles no le han elegido para ser vicepresidente -no tiene los votos necesarios para formar Gobierno- y que está donde está porque le ha designado como cabo primero de su escasez Pedro Sánchez, que es quien ganó las elecciones y sacó a Podemos de su penuria electoral. Con el objetivo, no tanto de gobernar en coalición, sino de exhibir en lo alto del escenario sus miserias políticas, como estamos viendo, y así despertar y atraer a una renacida pléyade de socialdemócratas alarmados por los gustos poco democráticos de Iglesias y su cohorte morada. Sánchez -el astuto- conoce bien a Iglesias y sabe que su incansable vehemencia le traicionará una vez más, obligándole a parecerse -como así está siendo- a lo que siempre fue: el cabecilla de una agrupación antisistema, incapaz de hacer política desde las instituciones.

Todo muy legal, sin duda, pero también todo muy dudoso, principalmente dentro de este juego democrático que ahora tanto cuestiona el propio Iglesias. Poco se quejaba de estos mismos medios de comunicación cuando hace cinco años le encumbraban junto a su partido día tras día. Ahora que está en el poder quiere cambiar las reglas de juego -hacerlas menos democráticas- para así perpetuarse con más facilidad en ese poder. Eso suena a estrategia comunista, pura y dura, ni tan siquiera neocomunista. Iglesias se siente “indefenso” ante los periodistas a pesar de tener a su servicio una potente televisión y radio públicas, un diario digital dirigido -en contraprestación de silencio- por la miembro de Podemos, Dina Bousselham, sin olvidar todos los micrófonos y cámaras de los medios más reputados gracias a su condición de vicepresidente.

Ningún otro político en el poder se ha quejado tanto en 45 años de democracia del papel de ‘contrapoder' que ejercen los medios informativos y ninguno ha exigido tan abiertamente un control autoritario de los mismos. Otra cosa es que desde el Gobierno hayan presionado y 'manoseado' a los medios, y sigan haciéndolo, aunque no lo digan; son las injerencias y luchas de poder entre los distintos poderes. El problema de Pablo Iglesias es que se cree en posesión de una verdad exclusiva, piensa que sólo él sabe lo que es bueno para la sociedad, y además, como ha demostrado en su partido, no le gusta que le lleven la contraria, que critiquen sus ideas y sus errores. En definitiva, no le gusta que otros puedan opinar libremente -pensando de manera distinta- y, encima, lo difundan en un medio de comunicación.

Por cierto, cuando en una democracia el poder gubernamental se dedica a controlar los medios, prepárense los ciudadanos porque esa democracia tiene los días contados. Thomas Jefferson, tercer presidente de Estados Unidos, ya dijo en su día: "Prefiero tener Prensa sin Gobierno que Gobierno sin Prensa". Sería bueno para clarificar posturas que Pablo Iglesias pusiera algunos ejemplos y dijera que países disfrutan de un modelo ideal de medios de comunicación que pudiéramos imitar por calidad e independencia. Quizá mencionara como paradigmas a Venezuela, Cuba o Irán, los únicos países que se acercan al estándar de libertad vigilada que propone Iglesias para los medios españoles. Es cierto que en esos países mencionados la prensa, la radio y la televisión no critican ni cuestionan la actividad del Gobierno. En esos países todo es maravilloso porque la realidad no existe para los ciudadanos ni para los medios, y las tropelías de los gobernantes quedan tapadas por la fuerza de las botas, que acaban sustituyendo a los votos.

Permítanme una coda final. Jalear y justificar los destrozos y saqueos contra comercios de Barcelona, Madrid, Lleida y otras ciudades, poniendo en riesgo la salud, el trabajo y el salario de cientos de pequeños comerciantes, mientras tú disfrutas de un buen sueldo garantizado por ser cargo público, como han hecho Pablo Echenique, Isa Serra o Rafa Mayoral, es de un cinismo y una desfachatez que debería encabronar a toda la sociedad, tengan las ideas políticas que tengan, y no sólo a los afectados. La libertad de expresión o de cualquier tipo no se defiende en una democracia quemando contenedores, destrozando mobiliario urbano o saqueando las tiendas asaltadas por hordas ebrias de odio y estupidez. La libertad de un rapero o de cualquier ser humano se defiende protestando en la calle sin romper escaparates y exigiendo a los políticos, a esos que en vez de hacer su trabajo se dedican a justificar el fanatismo y la violencia, que modifiquen las leyes que consideren injustas o mejorables. Pero claro, cuando eres más activista y antisistema que político trabajador preocupado por servir a tus conciudadanos, se percibe rápidamente la falta de capacidad y de escrúpulos democráticos.

Estoy en contra de las penas de cárcel por delitos de opinión, bastaría con una sanción económica, que suele escocer mucho más, y de paso evitas convertir en falsos mártires a los cantarines diarréicos que consideran que su verborrea barata y necia está por encima de los derechos de los demás. Las protestas salvajes y los saqueos en favor del rapero de Lleida no han conseguido nada positivo, más bien han desanimado aún más a una sociedad ya de por sí muy tocada por la pandemia del coronavirus, y que se pregunta indignada a qué se dedican sus gobernantes. También han dejado en evidencia a un sector del Gobierno que siempre banaliza y justifica la violencia de los fanáticos de extrema izquierda, y que tiene como objetivo principal derribar un sistema y una democracia que no les gusta, pero que son incapaces de mejorar, aún estando ellos mismos en el poder.

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