En mi molesta opinión

Antes alemán que socialista, antes socialista que español

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez (d), junto al canciller alemán, Olaf Scholz, tras su reunión en el Palacio de la Moncloa, este lunes, para reforzar su sintonía en la defensa de las políticas socialdemócratas que creen que debe aplicar la Unión Europea para recuperarse tras la crisis provocada por la covid-19. EFE/ Mariscal
El presidente del Gobierno Pedro Sánchez camina en La Moncloa con el nuevo canciller alemán, Olaf Scholz.
Agencia EFE

Dicen los listos de la modernidad actual que el hombre libre debe ser capaz de amar el sinsentido, pero también -añado yo- debe ser capaz de saber que ese futuro no tiene sentido. El juego político de estos días nos devuelve la razón perpendicular (y para muchos con poco sentido) del bipartidismo. Se mire por donde se mire, en España seguimos teniendo sólo dos vías de escape electoral: PSOE y PP. Sánchez o Casado. Sí, de acuerdo, usted puede votar a otros partidos distintos pero los que al final deciden son la gaviota y la rosa. Ambos necesitan la muleta alternativa para arrimar el ascua a su sardina y formar un gobierno de coalición, pero ambos son los que cortan -PP y PSOE- el bacalao. Llámelo bacalao a la vizcaína, llámelo con refrito de Unidas Podemos o con salsa picante de Vox, todos acaban aceptando los viejos moldes bipartidistas, aunque solo sea con un ligero toque de falsa regeneración.

Digo esto, porque de lo que estamos hablando realmente es de ese futuro imperfecto que tarde o temprano se presentará ante nosotros con el nombre de Sánchez o Casado. Incluso los votantes de Vox saben que deberán pactar con el líder del PP por mucho que le odien o desprecien a su partido. Por cierto, no se odia tanto una cosa sin haberla amado antes mucho. Del mismo modo, los votantes de UP cuando se aclaren y sepan quien manda en su partido, empezarán a despreciar con la misma intensidad a su antagonista forzoso: Pedro Sánchez. La actual lideresa en funciones de la futura coalición de Unidas Podemos, Yolanda Díaz, sigue jugando a ser la nueva chica Bond de la oficina, pero la cuerda se le está acabando, no tanto a ella, sino a su “jefe”, Sánchez, que empieza a estar cansado de su excesivo protagonismo. Una cosa es recoger a la criatura para que luzca un poco de alternativa, y otra muy distinta es que la criatura acabe creyéndose que lo que dijo Iván Redondo -“Yolanda será la futura presidenta de España”- llegue a ser verdad algún día.

No, no nos engañemos tanto; ni Albert Rivera ni Pablo Iglesias -dos iguales para hoy- acabaron entregando sus armas y dejando la política, al menos ellos, para que ahora Pedro Sánchez le conceda las llaves de la corona a una “parvenu”, por muy bien peinada que vaya, y por muchas ínfulas que luzca, Yolanda Díaz. No olvidemos, ahora que tenemos los datos, que los gobiernos de coalición acaban siempre mal por mucho que los decores o quieras adornar, y los “falsos contrayentes” acaban siempre despreciándose y montando el espectáculo, como ya estamos viendo con las salidas de banco de Garzón y sus explicaciones imposibles en periódicos extranjeros.

Seamos sinceros, España no es Alemania y aquí nunca funcionará bien un gobierno de coalición, siempre habrá tensiones, resentimientos y una gran desconfianza. Es nuestra sinrazón, nuestra manera de ser imperfectos ante la vida. Buen rollo y mucho sol todo el que quieras, pero unirnos a una gran causa nacional, eso es más difícil por no decir imposible. La versión alemana de este cuento la explicó precisamente este lunes pasado el canciller Olaf Scholz, cuando dijo ante Sánchez y ante los periodistas presentes en los jardines de Moncloa que él era “alemán antes que socialista”. Tomen nota sus señorías. Los datos que lo avalan están más que claros: de los 16 años de Merkel el partido socialista alemán (SPD) apoyó a la canciller en 12 ocasiones. Dígaselo usted a Pablo Casado, o al mismísimo Sánchez, el gran inventor del “no es no”.

Pero que no cunda el pánico. Los líos entre el Gobierno no conducen -de momento- a un desencuentro fatal. A pesar de algunos graves desajustes, el Ejecutivo sigue necesitado de interés y ambición, el poder une mucho y es necesario para salvar vidas -no las nuestras, por supuesto-, sino las de ellos, las de Sánchez, que aspira a “mejorar” su futuro por todo lo alto. Tomen buena nota, el presidente del Gobierno no se quiere privar de la magnifica ocasión que le depara la Historia de formar parte el 1 de julio de 2023 de la presidencia -la quinta española- del Consejo de la Unión Europea. Vaya oportunidad, vaya chollo para alguien tan encantado de conocerse y engrandecerse a sí mismo. De ahí, que no suelte el poder de su Ejecutivo hasta el último día, para lograr su objetivo. Además, los de Podemos tampoco tienen mucha prisa en mantenerse no sea que luego tarden en volver.

En definitiva, habrá Gobierno cueste lo que cueste, aunque tengamos que tragarnos la inoperancia de Alberto Garzón, o de quién sea. Para calibrar las ganas de este exhibicionismo seudo-imperialista, basta con señalar que el Gobierno que preside Sánchez ha colocado ya una página exclusiva en internet en la que sólo figura el ¡reloj! que marca la fecha de entrada en la presidencia de la Unión Europea, nada más, sólo eso, un elemental cuentakilómetros al que le resta más de un año y medio para llegar a su lejano objetivo. Quedan aún dos turnos políticos más antes de entrar el Ejecutivo español.

Sin embargo, en él se pueden ver ya los días, las horas, los minutos, etc.: 527 días : 10 horas : 12 minutos : 47 segundos. Hay tantas ganas de alcanzar ese poderío funcional de Europa que Sánchez es capaz de anunciarnos a lo Joaquín Sabina que faltan “19 días y 527 noches” para su llegada triunfal al susodicho Consejo. Y si no me creen, busquen en internet: “presidencia española de la UE”; y verán el contador de Sánchez dando las horas, tic, tac, tic, tac… Dios mío, ¡cuanta megalomanía anda suelta por ahí! Y todo para poder presumir de presidente “galáctico” con Falcon gratis… Tanto me quería, que tardé en aprender a olvidarme demasiados días y no pocas noches.

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