En mi molesta opinión

Aunque duela, Sánchez tiene razón: es necesario el perdón

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Aunque duela, Sánchez tiene razón: es necesario el perdón.
EFE

Es en el rostro de Oriol Junqueras donde mejor leemos que el futuro de Cataluña es complejo, por no decir estrábico: su mirada no coincide con la posición de sus ojos. Los independentistas catalanes vislumbran un futuro que nada tiene que ver con el que avistan sus políticos, incluido Junqueras, y eso que en apariencia tienen un objetivo parecido y un mismo destino: la República catalana, con la que supuestamente todos serían felices, benéficos y gloriosos.

Pero hete aquí que la realidad legal es muy tozuda y los políticos catalanes han de plegar velas, pero sin que se note que las están plegando. Han de cambiar de rumbo pero sin que sus pasajeros 'indepes' lo perciban. ¿Por qué? Pues por dos razones. Una, para que sus seguidores no les acusen de cobardes y traidores; y dos, para que vuelva -y ya va siendo hora- la prosperidad a Cataluña y se dejen de experimentos caros que no conducen a nada bueno, a lo sumo a saltarse la legalidad y a pasar una temporada en la cárcel de Lledoners o en Waterloo.

También es necesaria esa discreta vuelta a lo racional para que a los fanáticos del independentismo no se les suba la tensión más de la cuenta cuando descubran que el sueño de la República independiente sólo existe en Ikea y que el suyo ha transmutado en un irremediable pragmatismo que desemboca en la cruda realidad: ¡chicos, es hora de ponerse a trabajar y dejarse de sueños secesionistas! Aunque el soberanismo seguirá siendo la banda sonora de la Generalitat y el cebo que utilicen para pedir más dinero al Estado, todos saben que “S’ha acabat el broquil”, que es la manera catalana de decir que se ha acabado lo que se daba.

Cierto es que esta España compleja, descuajaringada y, a veces, poco inteligente, también sabe ponerse estrábica y decidir que Cataluña no merece la compasión y el perdón de los demás ciudadanos, sean del partido que sean. Pero si queremos reconstruir la nación primero habrá que unirla. Aunque cueste, aunque duela, incluso aunque sea difícil entenderlo… necesitamos gestos de concordia, de clemencia, que nos lleven a no desconfiar los unos de los otros, a pesar de que esos otros a veces sea unos bocazas de tomo y lomo: descripción que encaja tanto para los de allí como para los de aquí.

Además, siempre el más fuerte -en este caso el Estado español- debe ser el más generoso y el magnánimo. Pero tranquilos, principalmente esos ciudadanos que guiados por su buena fe patriótica se mosquean porque ven peligrar la unidad nacional. No, para nada está en peligro la unión territorial, pero no se lo digan a los independentistas, sobre todo porque no es conveniente darles un nuevo disgusto. No habrá otra DUI -Declaración Unilateral de Independencia- hasta que los biznietos de Carles Puigdemont cumplan los 80 años en un asilo de Alcobendas.

Por mucho que digan, por mucho que se rasguen las vestiduras incluida la barretina, y por mucho que farfullen el cansino mantra de “lo volveremos a hacer”… Cataluña seguirá formando parte de España. Y en Cataluña todos lo saben. Lo único que esperan es un gesto magnánimo del más fuerte, el Estado español. Y ustedes cuando oigan la frase que tanto molesta a muchos -“ho tornarem a fer”- piensen que se refieren a volver a tomar otra paella en la playa de Castelldefels.

Como dijo un viejo pescador del Ampurdán, el día que le preguntaron cómo veía él todo este lío de la independencia, “nos cansamos de vivir bien”. Ahora, los catalanes soberanistas ya se han cansado de vivir mal y de ir a contracorriente, y lo que quieren es volver a luchar por sus intereses y su bienestar, quieren regresar a la prosperidad que siempre tuvieron, después de comprobar que están condenados a convivir unidos a España. Que esa convivencia sea feliz y próspera depende de ambas partes, también de los políticos catalanes que han de dejar de gimotear y dedicarse a solucionar los problemas reales de la sociedad.

Los presidentes de la Generalitat se han equivocado mucho durante estos últimos años, empezando por Pujol, siguiendo por el nefasto Artur Mas y terminando por el fugado Puigdemont. Y qué decir de los gobiernos españoles, pues lo mismo, se han equivocado y no han sabido conllevar a Cataluña como requiere ese territorio especial y fundamental… no es equidistancia es simplemente constancia, y que conste en acta que la buena convivencia exige comprensión y respeto por ambas partes y mucha generosidad. El problema que tenemos en Cataluña supera con creces a los protagonistas políticos que en estos momentos tenemos en las instituciones. Pero no hay otros.

Sin embargo, Pedro Sánchez tiene el deber de intentar reparar y minimizar el desaguisado que Puigdemont, Junqueras y los demás políticos organizaron, pero sin la tentación de ponerse medallas por ello ni sacar beneficios políticos a cambio. Su obligación es recomponer las bases de un entendimiento que es vital para España, y más en estos tiempos en los que los problemas económicos, sanitarios y sociales nos superan con creces. La mayoría de españoles le apoyarán si lo hace honestamente, pero si intenta aprovecharse de esta coyuntura para su beneficio particular lo pagará caro. Existe una conciencia social que entiende y comprende los gestos difíciles y arriesgados de los políticos, pero no acepta que estos políticos se pasen de 'listos' y saquen rédito de los mismos. Es hora de cerrar cicatrices y de volver a empezar pero sin hacer trampas.

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