OPINION

Barcelona y Madrid: una larga historia de amor y odio

Aunque sea española, “Catalonia is different”, y quiere seguir siendo muy diferente. Esta es una de las grandes razones que explican el gran guirigay político y social que hay montado en Cataluña con la excusa del independentismo.

Se lo explico de manera breve. El catalanismo es ancestral por no decir que siempre ha existido, pero esa pulsión estaba encauzada por el hecho diferencial. Mientras Cataluña, representada por su gran metrópoli, Barcelona, mantenía sus buenas diferencias, principalmente, con Madrid, todo iba bien. ¡Barcelona es bona si la bossa sona!

La capital de España tenía todo el aparato administrativo y de poder, pero no dejaba de ser un “poblachón manchego”, así la han definido desde Quevedo hasta Umbral pasando por Baroja, Azorín u Ortega. Y claro, Barcelona no era la capital del Estado pero no le importaba, era la guapa, la moderna, la europea, la rica, la del diseño, la de los Juegos Olímpicos, frente a un Madrid sucio, feo y burocrático. ¿Dónde se iban a vivir los escritores –Vargas Llosa, García Márquez- o los buenos artistas? ¿Dónde se instalaban las empresas más modernas? ¿Dónde se abrían los restaurantes más flamantes? ¿Dónde se construían los edificios más impactantes?... Y además tenía mar, qué más se podía pedir.

Cataluña siempre ha respirado por Barcelona, su gran urbe, su gran símbolo mitológico y legendario. Y Barcelona siempre ha existido y crecido con el principio imperecedero de ser mejor que Madrid. Mejor y, sobre todo, distinta. Un pequeño dato anecdótico: en Barcelona el metro circula y entra en las estaciones por la izquierda. En Madrid, los vagones transitan por la derecha. Y no es una cuestión política.

En Barcelona constantemente se mira de reojo a Madrid, y siempre se busca la competencia y la excelencia en función de lo que digan en la capital. ¿Què diuen per Madrid? Es la pregunta retórica que recibe todo aquel que cruza el Ebro. Cuando el Barça gana sus partidos se buscan rápidamente los medios madrileños para saber qué dicen y cómo se tragan el éxito culé.

Pero esta gran rivalidad, no sólo deportiva sino vital y existencial, y que le ha dado muchos años de éxito a Cataluña se ha ido truncando en los últimos tiempos, cuando Madrid ha dejado de ser un “poblachón” para convertirse en una ciudad moderna y cosmopolita. Cuando la fea y aturdida Madrid se ha transformado para bien, y la moderna Barcelona sólo ha evolucionado hacia dentro, hacia el nacionalismo de ombligo y barretina, la crisis catalana ha estallado.

Barcelona/Cataluña ha perdido su estatus respecto a España. Hace unos años lo tenía claro y definido. Madrid y Barcelona, las dos hijas mayores de España, se repartían los papeles: la primera las labores administrativas y los trámites oficiales; la otra, todo lo demás, glamour y prosperidad. Pero cuando Madrid ha superado a Barcelona, es decir a Cataluña, en muchas aspectos, la hermana moderna, guapa y rica se ha puesto celosa, y con razón, ya que Madrid ha aprendido a disfrutar de la vida y a utilizar el poder político y administrativo en su propio beneficio.

Barcelona ha perdido el hecho diferencial con Madrid, ya no está por encima ni es más atractiva que su hermana castellana. Y la Ciudad Condal tenía que buscar algo para volver a ser la nº1, la más original, la más impactante y moderna, y no se les ocurrió otra idea mejor que aprovechar el germen del independentismo para convertirlo en su mayor singularidad. Madrid ya no era la rival a superar, sino la enemiga a batir. La manera de destruirla pasaba incluso por “suicidar” a Cataluña; tanto es el odio y los celos acumulados que muchos catalanes estarían dispuestos a cortarse una mano con tal de fastidiarle un dedo a Madrid/España.

De ahí que el miércoles apreciáramos en el discurso de apertura en el Parlament, que pronunció el nuevo presidente de la cámara, Roger Torrent, lo que será la convivencia y existencia catalana y española en los próximos años. Grandes dosis de independentismo embridado por el temor a la Justicia. No se hablará de manera oficial de la República, pero el secesionismo palpitará de fondo en todas las decisiones de la Generalitat.

Que nadie espere que entren por el aro o acepten la españolidad mancomunada. Cataluña/Barcelona ha descubierto cómo ser distinta, incluso renunciando, de momento, a parte de su poderío económico. No olvidemos que hay dos millones de ciudadanos que han votado a partidos separatistas, y no porque quieran realmente ser independientes, sino porque desean sobre todo sentirse diferentes y superar a Madrid como sea.

Cataluña volverá a tranquilizarse cuando Barcelona encuentre su estatus dentro de España, su nuevo papel dentro del Estado. No es tarde para ello, ni es una cuestión judicial, se trata más de una cuestión de creatividad política y económica. Pero también de que los líderes sociales catalanes encuentren un argumento diferencial respecto a Madrid, que vaya más allá del ya marchito independentismo. Barcelona necesita encontrar su nuevo lugar en el mundo… hispánico.

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