En mi molesta opinión

De Benedicto XVI a Pelé: dos bellezas distintas y un solo final verdadero 

Benedicto XVI
De Benedicto XVI a Pelé: dos bellezas distintas y un sólo final verdadero.
Stefano Spaziani

Muere Pelé y muere Benedicto XVI, vaya por Dios; muere el "opio del pueblo" concentrado en dos. Marx fue el primero en fumarse un hipotético porro y anunciar que "la religión es el opio del pueblo". Luego, medio siglo más tarde, Eduardo Galeano, escritor uruguayo, reinventaba el marxismo con un par de pelotas: "el fútbol es el opio del pueblo". A estas alturas de la vida, el opio se ha trasladado a otros barrios más flamantes y recientes: las redes sociales y las mil y una televisiones, con sus buenas dosis de basura y de política bazofia. Son los tiempos modernos que rugen por donde menos te lo esperas.

Pero sigamos avanzando, porque las muertes de Benedicto XVI y de Pelé no son unas muertes cualesquiera. De entrada tenemos a los devotos de las supersticiones cósmicas que suelen clasificar y atribuir las desgracias de tres en tres. Se cae un avión y “casualmente” se cae un segundo avión y luego, pocos días después, cae un tercer avión. Se cae un ascensor y en un breve intervalo de tiempo se caen dos más. No sólo pasa con aeroplanos o elevadores, sucede también con fenómenos naturales: terremotos, volcanes, inundaciones, tsunamis… De momento tenemos a un Papa y a un futbolista de prestigio mundial con el pasaporte en la mano y camino al más allá, ¿quién será el tercer ilustre pasajero, o pasajera, que formará parte de esta tripulación hacia la Parca? ¡Ah!, la muerte, esa visita inesperada y siempre temida que nunca puede faltar en un buen cuerpo que sueña con la gloria.

En breve lo veremos y diremos: es casualidad, y nos olvidaremos de que las casualidades no existen por mucho que nos empeñemos y seamos incapaces de ver las causalidades de los hechos indemostrables, pero no improbables. Ya en la historia del imperio romano se hablaba de estos extraños fenómenos incomprensibles, y existían fuertes polémicas entre paganos y cristianos responsabilizándose mutuamente de las catástrofes que sucedían por provocar la cólera de los dioses, y alterar la “pax deorum” (la paz de los dioses) una especie de armonía o acuerdo entre los hombres y las divinidades para beneficio mutuo y tranquilidad del estado en la Antigua Roma.

Pero vayamos al meollo de la cuestión. Pelé, además de un grandísimo jugador, es el recuerdo de la niñez, del paraíso en cueros. El trampolín de unos tiempos humildes y sin tantas complicaciones en los que la creatividad estaba más despierta y con un balón eras ‘o rei’ de cualquier calle mal asfaltada. Pelé era desde hace años un holograma en sí mismo, del pasado y de YouTube para testimonio histórico de una inmensa mayoría de aficionados. Sus tres Mundiales y sus 757 goles formaban parte de las leyendas del fútbol; sin embargo, miles de brasileños llorarán estos días a un mito que nunca vieron jugar, son las paradojas de la fama futbolera.

La fama vaticana es otra cosa y tiene otras paradojas. Hablar de Benedicto XVI también es distinto y algo más profundo. Sin duda no ha sido el Papa más popular o carismático, pero sí ha sido el más intelectual y el más brillante a la hora de defender con la razón lo más fundamental para la Iglesia católica: la fe en Jesucristo. Ratzinger ha sido un grandísimo teólogo y un gran filosofo, capaz de medirse con colegas y rivales de la talla de Hans Küng o de Jürgen Habermas, todos ellos alemanes de cerebro brillante.

Pero el balance de un Papa no es la cuenta de resultados de una empresa o de un partido político. Si bien hay un comportamiento institucional del Vaticano y de cientos de sacerdotes que debe ser cuestionado y criticado para poder corregirse debidamente en todas las situaciones humanas que atañe. Y tanto Ratzinger como Benedicto XVI supieron actuar en consecuencia ante los hechos probados, algo que en breve demostrará con nuevos datos Georg Gänswein, secretario personal del Papa emérito, en un libro escrito por él mismo y que aparecerá en unas semanas.

Como recordaba el propio fundador del cristianismo y de la Iglesia: "mi Reino no es de este mundo", lo que equivale a decir claramente que los Papas no son líderes políticos, en todo caso son líderes espirituales que quieren llenar de fieles los templos pero sin vender ni ofrecer una religión a la medida del consumidor o cambiando las cuestiones fundamentales para seguir las modas sociales y las tendencias culturales que imperan en el mundo. A Benedicto también se le ha acusado de ser conservador en materia eclesial y de doctrina, olvidando que lo esencial en un Papa es, precisamente, centrarse en esas cuestiones que son el origen fundacional de la propia existencia de la fe y la verdad revelada.

El pontífice emérito fue conservador en lo imprescindible y un revolucionario en lo accidental al renunciar a su papado, algo que no sucedía desde hacia 600 años. De todos modos, lo mejor para entender al brillante intelectual que fue el Papa Ratzinger es leer sus múltiples y apasionantes libros sobre espiritualidad, y hacerlo desde la honestidad que proporciona una inteligencia sin prejuicios que sólo pretende buscar la verdad, porque a fin de cuentas es eso lo que procura el cristianismo: dar a conocer al hombre el sentido de su existencia.

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