En mi molesta opinión

Cuando la clase política se convierte en el principal problema

El secretario general de Podemos y vicepresidente segundo del Gobierno, Pablo Iglesias, interviene en el Consejo Confederal de Unidas Podemos.
Cuando la clase política se convierte en el principal problema.
EP

Somos un país difícil de gobernar, tirando casi a imposible. Un país dividido y polarizado que se debate todos los días entre ser español y ser antiespañol. Un país que en inglés -"Spain"- rima con dolor y sufre una permanente hemorragia de contradicciones históricas que le impiden avanzar en el presente con armonía y decisión. Ahora, llevamos unos días con media España asustada porque en un chat de WhatsApp lleno de militares jubilados se escriben mensajes en clave facha y de paso se alardea de barbaridades que sólo tienen cabida en la imaginación calenturienta de unos nostálgicos y desfasados guerreros, que sueñan con fusilar a unos cuantos millones de esos españoles que no gustan a estos otros españoles. El viejo, cansino e indigesto juego de las dos Españas.

En todas partes hay ciudadanos que se creen más listos que otros y tienen muy claro quién merece existir y quién merece ser o no español. Son esos falsos prohombres que reparten carnés de españolismo por puro sentido del deber, pero que ignoran otros sentidos, el sentido común, o el verdadero sentido de la libertad. Ya he dicho que vivimos en un país polarizado y este tipo de especímenes aficionados a repartir documentos de buena conducta también se encuentran en el otro hemisferio radical, son los que dictan salvoconductos de buen o mal comportamiento demócrata. Sin ir más lejos, el vicepresidente del Gobierno, Pablo Iglesias, ha dicho hace tres días que el Partido Popular "es un partido fuera de la democracia" debido a sus exigencias a la hora de pactar la renovación del CGPJ.

¿Serán Iglesias y su VAR particular los encargados de establecer el perímetro del juego democrático? ¿Será el vicepresidente el árbitro principal de esta pesada e insana contienda política? Ser juez y parte no es de muy buen arte. Quizá por ello la presidenta de Madrid, Díaz Ayuso, no ha querido perderse la oportunidad de entrar en este fregado y devolverle a Iglesias su aldabonazo reconstituyente: "Un chavista, como es él, decide quién está o no dentro de la democracia", sentenció la líder 'popular'. Dada la clase política que nos aflige, el periodismo se ha contagiado del ambiente crispado y vive más de las declaraciones altisonantes que de los hechos comprobados. Los políticos, la mayoría sin grandes luces, han aprendido a utilizar los medios para sus fines sectarios y ahora ya saben que vende más un titular alarmista y ‘picante’ que otro que sea sólo informativo y riguroso.

Así las cosas, también tenemos a la otra media España, la que trabaja más el hemisferio derecho, asustada por lo que hace (o no hace) el Gobierno central, etiquetado como socialcomunista, y por sus pactos con partidos de larga tradición anticonstitucional, como son ERC o Bildu. A la foto de Colón con los partidos de derecha y centro derecha que se utiliza para asustar a la izquierda, se le contrapone ahora la foto de los Presupuestos Generales del Estado con el Gobierno de coalición bien cogido de la mano con los partidos independentistas y de extrema izquierda para asustar a los votantes de derechas. Vivimos en un perpetuo estado de miedo y de desconfianza. Hemos pasado del bipartidismo al bibloquismo rompiendo todos los puentes de entendimiento.

Que las cosas no van bien salta a la vista. No van bien social, económica y políticamente hablando. La derecha sigue dividida y perdida, y así es difícil construir una oposición seria y eficaz. Por otra parte, al ‘sanchismo’ le viene de perlas esta polarización porque siempre podrá argumentar cuando lleguen las elecciones que ellos, tal vez, no son buenos, pero si no les votan llegará al poder la derecha recalentada por Vox. El partido de Santiago Abascal es el gran espantajo -el antagonista perfecto de Sánchez- para dar miedo a los votantes de izquierdas, que preferirán votar a PSOE o UP aunque sea con la nariz tapada. Esta es la pueril pero eficaz estrategia de Sánchez, Iglesias e Iván Redondo para mantener el poder.

El desprecio, la desconfianza y el odio cerval entre los dos extremos que polarizan España no tiene una zona de descanso en la que puedan sobresalir los puntos en común más que las discrepancias. El problema de España no es que aún haya franquistas o comunistas odiándose con ganas y sin disimulo. El problema es la gran falta de cultura democrática y de falta de respeto por las ideas del que piensa de manera distinta, del rival. Parece que sólo las ideas propias son las buenas, y todo el que piense distinto no es un buen ciudadano, sino un enemigo a eliminar. Hemos vuelto a la España de principios de los años 30, la que nos llevó al desenlace fatal de la Guerra Civil de 1936, aunque con la gran ventaja de que ahora la violencia no es una opción, y además existe el marco supremo de la Unión Europea que para nosotros se convierte en una especie de salvavidas institucional, político y económico. No quiero ni imaginarme que sería de este país sin la supervisión democrática de la UE.

Por último, y como ejemplo patente de lo mal que está la política y los políticos, sirva lo sucedido en el Congreso el pasado domingo día 6 durante los actos del 42º aniversario de la Constitución, a la que un buen número de socios del Gobierno de Pedro Sánchez no asistieron por estar en contra de la Carta Magna. Al margen de estos típicos -por reiterados- desplantes, lo que marcó el clímax político fue la desconsideración y menosprecio entre los políticos. Por razones sanitarias el protocolo cambió y se eliminaron los saludos, y al parecer ya que estos no eran obligatorios Pablo Casado y Pedro Sánchez decidieron no saludarse.

Su actitud no es un mero gesto personal, sino que trasciende y sirve de ejemplo para una sociedad que cada día está más enfrentada. Y más, cuando la propia presidenta del Congreso, Meritxell Batet, les amonestó en su discurso recordándoles que los políticos NO deben tratarse como "enemigos", una obviedad que, sin embargo, en estos tiempos se convierte en advertencia imprescindible. Cuando el presidente del Gobierno y el líder de la oposición deciden no saludarse es un síntoma claro de que algo grave está fallando en la política. Quizá el orgullo, la soberbia y la poca inteligencia hace que la clase política española se olvide de que están ahí para solucionar nuestros problemas y no para convertirse ellos en nuestro principal problema.

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