OPINION

De Cifuentes a Puigdemont, pasando por la Casa Real

Estábamos con el punto de mira sobre Cifuentes, cuando de repente dos reinas, no del papel cuché, sino dos reinas muy reales, organizan un lío familiar a las puertas de la catedral de Palma tras asistir a un acto religioso. Menos mal que salían de un evento piadoso. Decenas de personas esperando ver a la regia y “ejemplar” familia, y se encuentran con un vodevil impropio de tales personajes. La ‘vergüenza ajena’ se inventó para estos casos.

Mientras el jaleo real seguía en la pista B del circo mediático, en la pista principal era el turno de Cristina Cifuentes que hacia agua ante las nuevas noticias que iban apareciendo. Los argumentos de defensa de su máster universitario perdían fuerza. Cada hora que pasaba el panorama para la presidenta de Madrid empeoraba. Sin embargo, se hace la sueca y sin mayor problema se va a la convención del PP en Sevilla sin renunciar a su silla presidencial. Notas cambiadas, trabajos no presentados, actas falsificadas… El futuro de Cifuentes está cada vez más negro y pende de Ciudadanos, que quiere asegurarse antes de dejar caer la guillotina que la sangre no le salpique.

La oposición en la Comunidad de Madrid -PSOE y Podemos-, con hambre atrasada de ajustes políticos, decide tener suficientes pruebas y presentan una moción de censura. No esperan a conocer las conclusiones de la investigación de la Universidad Rey Juan Carlos ni de la Fiscalía. Ciudadanos no quiere apoyar un gobierno socialista, y propone una Comisión de investigación. Todo apunta a que Rajoy ya está buscando un sustituto o sustituta para la presidencia de Madrid. Una solución similar a la que se aplicó en Murcia con Pedro Antonio Sánchez.

Pasaban pocos minutos de las 19:00 horas del viernes, cuando saltó una nueva noticia impactante. Por si nos faltaban emociones fuertes, los jueces de Alemania deciden dejar en libertad a Puigdemont y descartan el delito de rebelión. Mazazo judicial. El lío mediático crece, y aunque dejan muy claro que los presos catalanes no son presos políticos, sino al revés, políticos presos a causa de sus presuntos hechos inconstitucionales, el mal sabor de boca se expande por todo el territorio nacional. Lo que dicen los jueces alemanes es que el delito de rebelión dictado por la Justicia española no es admisible por no ser equiparable al de alta traición que rige en Alemania. A partir de ahora el jaleo se multiplica y habrá que esperar para ver cómo reacciona el juez Llarena, y comprobar las consecuencias que la decisión alemana puede tener en todo el proceso judicial que está en marcha y también en la elección del futuro presidente de la Generalitat.

Así las cosas, el panorama político y mediático español se calienta de manera exponencial. ¿Pero qué tienen en común para la sociedad española Cristina Cifuentes, las reinas Sofía y Letizia, y el independentista Puigdemont? A simple vista son personajes distintos, pero si damos un paso atrás y los observamos con perspectiva, todos ellos nos interpelan de manera directa con una pregunta rotunda: ¿Qué clase de políticos, de mandatarios nos representan y nos gobiernan?

Ante tan crucial cuestión sólo cabe apelar al pensamiento clásico, el que nunca falla: “Sapere aude” (“Atrévete a saber”), lo dijo Horacio en el siglo I a. de C., y hoy sigue vigente para todo colectivo que aspire a vivir con dignidad. Los españoles han de atreverse a conocer la realidad de su nación y de sus políticos. Quiénes son realmente y cómo son. Sin cerrar los ojos a los múltiples casos de corrupción que salpican a todas las siglas políticas. Da cierto vértigo enfrentarse hoy a la verdad, sobre todo cuando vivimos en una época cínica en la que buscarla y conocerla realmente no es lo que más importa. Hoy lo que prima, igual que en la época de los sofistas, es convencer, ganarse para la causa o para el voto a los auditorios atiborrados de noticias y sin demasiada capacidad de discernimiento. Decir la verdad no suele ser lo habitual ni la regla principal en la España del siglo XXI. Hoy todo es relativo, menos los principios del propio relativismo.

“Sapere aude” ese es el objetivo, cueste lo que cueste. Atreverse a saber la verdad, aunque nos duela llegar a ciertas conclusiones como, por ejemplo, que la sociedad en general abusa de la picaresca y de las trampas, y que carece de una verdadera integridad. La corrupción no sólo está en la política, y a pesar de que esta lacra humana nos acompañará siempre hay que combatirla en todas las esferas sociales. Hoy, el mal, al menos en apariencia, tiene más éxito que el bien, pero hay que recuperar la salud ética y la honradez para reivindicar sociedades más dignas que no se sientan tan golpeadas por la corrupción.

Para transformar esta sociedad primero deberíamos tener una mejor educación en todos los niveles, con universidades menos serviles y más exigentes, reyes y reinas más ejemplares, y políticos menos deshonestos y falsarios, que estén más preocupados por el bien común que por los intereses personales o partidistas. Pero claro, para lograr este necesario cambio hay que empezar por transformarse uno mismo, y eso siempre cuesta un poco más.

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