OPINION

El adanismo político también cuestiona la Transición española

El Rey emérito, Juan Carlos I, durante la Transición
El Rey emérito, Juan Carlos I, durante la Transición
EFE

Junto a las voces que hablan de la necesaria exhumación de Franco del Valle de los Caídos, se oyen otras que hablan de desempolvar también -para pasar cuentas- la Transición, aquel periodo de nuetra historia reciente que durante años ha sido motivo de satisfacción para la inmensa mayoría de españoles que la vivieron de un modo u otro, más allá de sus ideologías, pero que ahora empieza a estar en entredicho en algunos aspectos.

Los protagonistas de la Transición, de todos los partidos y credos, con variedad en orígenes sociales y políticos, con intereses dispares cuando no opuestos, tenían claro que había que reconciliar a los españoles con el objetivo de instaurar una democracia sólida, que nos permitiese entrar en el futuro y en Europa, y no repetir nunca más una guerra civil. Tras 43 años, no puede decirse que el resultado haya sido malo, sino todo lo contrario.

Sin embargo, ahora surgen adanistas, nuevos visionarios, en busca de escaparate, que creen que van a inventar la pólvora, y cuestionan ese periodo reciente de la Historia de España, simplemente porque ellos no estaban allí. Consideran que la Transición fue un tiempo tibio y turbio, en el que no hubo agallas para ajustar cuentas al franquismo. Es cierto que no se pasaron cuentas, porque se pactó una amnistía general que las “suprimió” todas, y los políticos de izquierda fueron los que más lucharon por alcanzar ese borrón y cuenta nueva.

Hubo más reconciliación que reproches, más perdones que venganzas, pero esa era la única fórmula para edificar una nueva sociedad libre de rencores. España pasó de ser una dictadura a ser una democracia, con todos sus defectos, con todos sus problemas. En apenas diez años entramos en la UE después de haber aprobado una Constitución trazada por políticos que pocos años antes eran feroces enemigos.

La España de 1975 era sociológicamente franquista, y muchos de los que ahora piden revisionismo o, incluso, revanchismo, no habían nacido en aquella época e ignoran las auténticas circunstancias de ese momento. Los que hoy cuestionan la Transición, olvidan o no quieren recordar, por ejemplo, que todos venían de un franquismo que murió en la cama, que muchos de sus familiares fueron miembros destacados del régimen, que se aprovecharon económica y socialmente de la dictadura, y que ahora para lavar sus conciencias y sus pasados quieren volver la vista atrás, pero no para analizar lo ocurrido y mejorar el futuro, sino para juzgarlo desde el sectarismo.

Con los años uno aprende que cualquier tiempo pretérito no siempre fue mejor. Incluso se tiene la impresión de que esta Transición fue imperfecta, en el buen sentido de la palabra, ya que no había planes ni proyectos muy específicos y todo surgió de la inteligencia y buena voluntad de los convocados. Por eso quizá sea bueno recordar, para equilibrar la balanza, que las circunstancias tampoco fueron las más óptimas: ETA mataba casi todos los días, había otros terrorismos: GRAPO, guerrilleros de Cristo Rey… el Ejército seguía siendo nostálgico, hubo que desmontar unas instituciones franquistas para crear unas democráticas, instaurar un Estado de derecho y superar una profunda crisis económica que llegó en 1973 con la caída del petróleo. Y lo que resultaba más grave, muchos de los que habían luchado en alguno de los dos bandos en la Guerra Civil, seguían vivos.

Quizá no nos guste la esclerosis política y social de los tiempos presentes. Pero ello no es culpa de la Transición, o al menos no principalmente; más bien es responsabilidad del nihilismo dominante y de los escasos y raros valores que maneja la sociedad actual desde que entró el siglo XXI; y con él las nuevas tecnologías y la ambición de ser ricos por encima de cualquier otra consideración humana.

Sin duda, hay que pasar página del franquismo y de la Transición para centrarse en mejorar el presente y el futuro de los españoles. Para ello habrá que exhumar a Franco y enterrarlo en otro lugar, y ayudar a las familias a recuperar los restos de cientos de españoles que siguen abandonados en decenas de fosas abiertas. Pero no se puede recurrir al revanchismo o a la argucia política para sacar réditos electorales.

El proceso de reconciliación que sigue de algún modo abierto en España con nuestra historia más reciente, deben cerrarlo y sellarlo todas las fuerzas políticas a la vez, sin protagonismo exclusivo de ninguna de ellas. Todo los partidos deben hacer un esfuerzo de generosidad y apaciguamiento para lograr ese consenso que nos distancie de una vez por todas del siglo XX, y nos coloque –libres de cargas arcaicas y complejos históricos- en una buena posición para afrontar los innumerables retos y problemas de este complejo futuro que ya está aquí. Seguir mirando al pasado sólo hará que nos convirtamos en estatuas de sal, como le sucedió a la mujer de Lot.

Mostrar comentarios