OPINION

El día que Aznar salió a pasear con sus guantes de boxeo

Aznar, durante su comparecencia en el Congreso de los Diputados.
Aznar, durante su comparecencia en el Congreso de los Diputados.
EFE

Fue el martes pasado. Día que arrancaba la nueva Champions League y continuaba la, para muchos, inútil comisión parlamentaria sobre la financiación del PP. José María Aznar, invitado obligado por ser el líder popular durante dos décadas, traía puesta de casa su mejor sonrisa chulesca y sus guantes de boxeo, forrados con terciopelo de lijar. El ex presidente del Gobierno sabía lo que le esperaba, una ducha fría de golpes dialécticos y graves acusaciones, y decidió subirse al pódium del Congreso, también conocido como la montaña del olvido, para repartir –después de mucho recibir- estopa de todos los colores.

Todos pudimos ver, en plena sede parlamentaria, un lamentable y decepcionante espectáculo político, donde los representantes de los principales partidos, incluido Aznar, iban a lucirse insultándose y faltándose el respeto, a exhibir su desprecio por el rival, y a demostrar lo ocurrentes que son, en vez de intentar arrojar un poco de luz en la importante cuestión que se investiga. Todos querían deslumbrar, y ninguno alumbrar. Simancas, Iglesias, Rufián… soñaban desde hace tiempo con un cara a cara ante las cámaras con Aznar y no podían desperdiciar la ocasión.

Y allí que se fueron con sus mejores armas, pero lo malo es que los rifles de los preguntadores se tornaron en tirachinas que incordiaban más que herían, y el que se puso las botas soltando mandobles a la mandíbula izquierda fue el que a priori iba de víctima. No es que los demás no repartieran de lo lindo, que lo hicieron sin cortarse ni un pelo, sino que el ex líder del PP, que está de vuelta de casi todo, y no le importa pasar por chulo y engreído, se dedicó sin moderación a descalificar y maltratar al adversario y a mantener su negacionismo sobre la paternidad / responsabilidad en los casos de corrupción del PP.

Aznar no es la derecha sin complejos, sino la derecha sin frenos, chulesca y radical, que encandila a los muy cafeteros del PP y encabrita a los del “No a la guerra de Irak”. Quizá por ello su fiel discípulo y hoy presidente del partido, Pablo Casado, quiso acompañarle hasta la sala donde se celebró la comisión y darse un abrazo con él. Aznar ha vuelto para echarle una mano al PP en sus horas difíciles. Y seguro que le puede aportar votos, aunque también le puede penalizar ante los practicantes de la derecha moderada y light, esa que llaman de centro. Pero a fin de cuentas, vivimos en una época de posiciones extremas, de elevada agresividad verbal en la que los tipos rudos y respondones no están mal vistos, siempre y cuando defiendan las ideas que le gustan al electorado. Si las ideas no son del agrado del consumidor, pasa a ser un cavernícola, un extremista, un facha, un comunista…

Queda claro que Aznar ha vuelto para quedarse de asesor áulico en el PP, una vez caído en desgracia el “marianismo” y el “sorayismo”, que tanta crispación y distancia provocaron en él. Casado aprovechará la experiencia y la imagen de político duro del ex presidente para levantar los ánimos de un electorado frustrado con la moción de censura y las argucias de un Pedro Sánchez que quiere ganar sus primeras elecciones generales.

En estos tiempos en los que la izquierda vive sumida en una grave crisis ideológica y la derecha intenta levantar cabeza ofreciendo ideas más acordes con los tiempos populistas que vivimos, tener un animador mediático de la radicalidad de Aznar puede ser útil para el PP, pero también tiene el riesgo de excitar los ánimos de una izquierda desanimada y desorientada. No olvidemos que en España nunca se vota a favor de alguien, sino en contra del otro. Y ese otro bien puede ser la sombra alargada de Aznar.

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