OPINION

El día que Mariano Rajoy decidió morir de pie

Rajoy aplaudido por el grupo parlamentario del PP
Rajoy aplaudido por el grupo parlamentario del PP

Otro día histórico en el Congreso de los Diputados. Y van tropecientos. Tal vez demasiados para un país de convulsión fácil que necesita la estabilidad como el agua de mayo. Ayer jueves a las nueve de la mañana empezó la moción de censura y la rematarán con su correspondiente votación. Lo previsto habitualmente en estas situaciones, que aunque extrañas, están bien reglamentadas. Salvo un par de detalles: Uno, que la moción alcance los 176 votos o más, y Pedro Sánchez Pérez-Castejón se convierta en el nuevo presidente del Gobierno de España; o dos, que Mariano Rajoy Brey, viéndolas venir, decida dimitir antes.

¿Qué me dice usted? Lo que oye. Bueno, lo que lee. Sorpresas te da la vida. La gran sorpresa de ayer fue la huida/dimisión de Zinedine Zidane como entrenador del Real Madrid; pero lo de Mariano Rajoy tiene más enjundia y más análisis. Todo empezó con la sentencia de Gürtel. Una sentencia dura para los condenados y también para el Partido Popular. No estaba inculpado penalmente, pero sí civilmente. Este matiz, importante para muchos, no ha servido para el PSOE y los demás partidos, que se lanzaron sobre la ocasión para cortarle la cabeza a Rajoy y así justificar una moción de censura.

No olvidemos de que estamos hablando de alta política, es decir, de política nacional y partidista. Y aquí entran en juego razones de Estado y, sobre todo, intereses de partido. Se trata de alcanzar la presidencia aprovechando cualquier debilidad del contrario. La sentencia de la Gürtel, confusa y discutible en muchos aspectos, sirvió de palanca motriz para enarbolar los ánimos contra la reiterada corrupción del PP. El Gobierno y el partido político que lo sustenta, no supieron prever este ataque frontal ni atajar la avalancha de descrédito que se activo desde aquel primer momento. Rajoy confiaba en pasar de puntillas sobre los cristales rotos de la sentencia de la Gürtel sin cortarse, pero el PSOE vio su gran oportunidad, su gran ocasión. No perdía nada, es más, era casi su obligación poner una moción de censura. Y así lo hizo.

A partir de entonces, la tormenta perfecta se ciñó sobre la cabeza de Rajoy. Con pocos apoyos, por no decir ninguno, y con casi todo el hemiciclo teniéndole ganas al presidente del Gobierno –izquierdas, separatistas, populistas, etc.- se abría la gran ocasión para echarle de la Moncloa. Todo apuntaba a un empate técnico que precisaba de la espada de un Salomón aficionado a los aromas de txacolí. Qué difícil es ser vasco en esta España alborotadora. Y de nuevo, como ya sucedió con los Presupuestos, el PNV se convertía en la llave de la caja de Pandora. Un partido vasco con cinco escaños, y 286.215 votos, sobre un total de cerca de 25 millones de votos, algo más de un 1% (1,19), era el salvavidas o el verdugo de Rajoy.

A las 17,20 de la tarde del jueves, Aitor Esteban, líder del PNV en Madrid, subía a la tribuna del Congreso para anunciar su veredicto. El PNV votaría a favor de Sánchez por ética y por considerar que prolongar la presidencia de Rajoy no aportaría nada ante las nuevas sentencias por corrupción de ex miembros del PP que se avecinan. “Alea jacta est”.

La suerte está echada. Previamente los vascos se habían garantizado que el PSOE mantendrían –oh, paradoja- los Presupuestos del PP que una semana antes decidieron votar en contra por malos y anti sociales. Incongruencias de la política que se suelen ignorar ante la obtención de un bien mayor, como puede ser la presidencia del Gobierno.

Ahora sólo quedaba saber si Mariano Rajoy daría un golpe de efecto, tan letal en consecuencia como el triunfo de la moción de censura, pero que contenía cierta amortiguación: presentar él la dimisión y provocar con ella que la iniciativa del PSOE decayera. Se convertiría en presidente en funciones, junto a su Gobierno, hasta que la Cámara eligiera a un nuevo presidente. Y después, que sea lo que Dios quiera, pero seguramente sería de nuevo Sánchez el elegido.

Mientras el PNV anunciaba que apoyaba al candidato socialista, el aún presidente del Gobierno estaba en un restaurante cercano al Congreso hablando con la secretaria general del PP, María Dolores de Cospedal. Ambos analizaban las consecuencias de dejar caer la guillotina o tomar la iniciativa. Sin embargo, el aroma de una amarga derrota política era lo que llegaba al olfato de todos los periodistas. La ecuación sólo tenía una resultante viable: ¿Dejar que la hendidura de la moción de censura acabara con la presidencia de Rajoy, o adelantarse para salvar los muebles y seguir controlando temporalmente el Gobierno?

Minutos después de la seis de la tarde del jueves, Cospedal daba la cara para anunciar que Rajoy no dimitiría. Repetía los argumentos que por la mañana había dado el líder del PP: “Sánchez quiere ser presidente sin pasar por unas elecciones”. “Rajoy no tiene motivos para dimitir”. La verdad de que el presidente no dimita está en que la cosas para el PP tampoco serían muy favorables en apoyos en una nueva elección de la Cámara.

Así las cosas. Hoy viernes, en el hemiciclo de la Carrera de San Jerónimo Pedro Sánchez tiene todas las papeletas para ser presidente del Gobierno. Salvo milagros no esperados, Mariano Rajoy es ya un cadáver político por culpa de su dudosa gestión de la corrupción de su partido y de una moción de censura socialista. Pero eso sí, a pesar de su admiración por Zidane, Rajoy ha decidido no emularle y morir con las botas puestas y de pie. A partir de hoy, España entra en una nueva dimensión.

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