En mi molesta opinión

El día que Occidente confirmó su debilidad

Vista de una patrulla de los talibanes en la ciudad de Kandahar.
El día que Occidente confirmó su debilidad.
EFE/STRINGER

Con su permiso voy a conectar el aire acondicionado. Esto de tener que escribir de Afganistan y de los talibanes en pleno mes de agosto puede llegar a ser abrasivo, por no decir también frustrante, o ambas cosas a la vez. Menos mal que en medio de este jaleo ha salido una voz clarificadora, la de Yanis Varoufakis (sí, mujer, Varoufakis, ese político con ínfulas de gurú comunista que ayudó a Alexis Tsipras a hundir la economía griega, y que en España equivaldría a un ministro estilo Garzón)…

Pues ese mismo señor Varoufakis que vive como una estrella de Hollywood está soltando unas sentencias a través de twitter que pueden cambiar el curso de la Historia. Pasen y lean: “¿Quién respalda que todas las mujeres afganas refugiadas entren en la UE? Mi partido, DiEM25, lo hace”. Otro mensaje: “Después de pasar 12 horas derramando lágrimas de cocodrilo sobre los afganos abandonados a las hordas talibanes, ahora prometen detener la llegada de refugiados afganos a nuestras fronteras”. Uno más: “El día en que el imperialismo liberal neoconservador ha sido derrotado de una vez por todas, los pensamientos de DiEM25 están con las mujeres de Afganistán. Nuestra solidaridad probablemente signifique poco para ellas, pero es lo que podemos ofrecer, por el momento. ¡Aguanten hermanas!

Este ¡aguanten hermanas, aguanten!, suena más a un “agua y ajo” estoico que a una fraternal y esperanzadora invitación a resistir mientras regresan los buenos, los progres, a poner orden ‘porque no os vamos a dejar solos ni solas’. Pero claro, solucionar con twitter y demagogia las consecuencias de siglos de historia afgana repleta de guerras, revoluciones, invasiones, se antoja imposible. No olvidemos que la comunista URSS invadió en 1979 Afganistán hasta que EE.UU. decidió frenar en 1986 su expansión. Y de ahí que hoy los huérfanos y nostálgicos de un comunismo antiliberal y antinorteamericano saliven gustosos y aplaudan cuando Occidente mete la pata y debe salir corriendo con el rabo entre las piernas de un territorio al que, quizá, nunca debió entrar de una manera tan explícita, y a la vez tan mal organizada.

El problema son los talibanes, sin duda, pero el odio a Occidente se ha hecho global y contribuye a magnificar la decepción; nada mejor que un fracaso de estas características para exacerbar los ánimos y hacer resurgir viejos fantasmas, y algunos nuevos. Por ejemplo, China está vendiendo la imagen de ser una potencia vecina y amiga de Afganistán que no quiere aprovecharse de la situación. No se lo creen ni ellos. Hemos entrando en una era que incluye un nuevo Orden Mundial y una nueva versión de la ‘Guerra Fría’, ahora entre EEUU y China como cabezas de serie. La situación del mundo le da a la potencia asiática la opción de vender su sistema autoritario (comunismo travestido en falso capitalismo) como un modelo alternativo de progreso, sin que por ello nadie proteste ni se alarme.

En menos de un mes se celebrará el 20 aniversario del 11-S. Sin embargo, ni EEUU ni Europa podrán celebrar que el planeta es más seguro ahora. Afganistán tiene todas las papeletas para convertirse de nuevo en un santuario del terrorismo yihadista, y todo lo que ello implica para un mundo en declive existencial en el que el humanismo y la democracia se enfrentan cada día a mayores retos. En su libro 'Occidentalismo. Breve historia del sentimiento antioccidental', Buruma y Margalit -sus autores- advierten de que la naturaleza antiheroica y antiutópica del liberalismo es el mayor enemigo de los radicales islámicos, su calidad de vida real y sus libertades individuales debilitan las promesas utópicas de los talibanes. Las mujeres afganas serán las primeras en comprobarlo y las más perjudicadas en este regreso al pasado.

Como en su día observó Benedicto XVI, el islam no ha pasado por la criba de la razón ilustrada, y la distinción entre lo político y religioso -que sí está hoy presente en el cristianismo- no está delimitada, y lo público y lo privado pertenecen al mismo orden de la existencia. EEUU y la coalición occidental se van de Afganistán por la puerta de atrás, sin conseguir algo positivo y dejando a la población en manos de sus enemigos. La derrota es evidente, no sólo por la entrada de los talibanes, sino por no conseguir en estos años crear una sociedad capaz de defender sus ideales ajenos al islamismo radical.

Afganistán seguirá siendo un Estado fallido en el que la corrupción y el narcotráfico campen a sus anchas, mientras las potencias vecinas -China, Rusia, Pakistán- se reparten el botín de sus intereses geoestratégicos y se frotan las manos viendo como Occidente choca con su impotencia demostrando una vez más que las buenas intenciones y el dinero no bastan para transformar la barbarie en una democracia.     

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