OPINION

El estoicismo de Junqueras vence al egocentrismo de Puigdemont

Aunque hayamos cambiado la matrícula del calendario -ya respiramos en versión 2018-, la vida política sigue tan contaminada como la dejamos en 2017. De entrada puedo asegurarles que Puigdemont, que sigue viviendo mentalmente en su irrealidad habitual, ha perdido su aureola de exiliado presidencial y se está convirtiendo en un auténtico souvenir belga, como el “Atomium” o el Manneken Pis; pero, sobre todo, se está consagrando como un gran lenguaraz egocéntrico.

Esto último lo corrobora su discurso televisado de Fin de Año en el que no habló de ningún problema que afecte realmente a la sociedad catalana –crisis institucional, paro, terrorismo, sociedad dividida, fuga de empresas, descenso del turismo y del comercio, etc.- y sí de las complicaciones políticas y jurídicas que le atañen sólo a él, desde el día que dejó de respetar la legalidad estatutaria y proclamó la ficticia república catalana. República que por cierto abandonó horas después sin hacerse cargo de la misma y dejando el barco como las ratas y no como el capitán que se supone que era.

Además de no ser el presidente legal de Cataluña ni el electo, al menos de momento –en votos perdió ante Inés Arrimadas-, Puigdemont sigue con su grave problema de no tener resuelta su entrada en territorio español. Circunstancia que sus “amigos” de ERC, sin olvidar a Oriol Junqueras, aprovechan para marcarse el gran farol: confesar que apoyan la investidura del líder de Junts x Catalunya, a la vez que exigen que Puigdemont venga a tomar posesión del cargo de president... si se atreve, les falta añadir.

En caso de no comparecencia, el cargo de máximo responsable de la Generalitat pasaría a otro candidato. Ese otro pretendiente a tan jugoso puesto es el mismísimo Junqueras, eterno aspirante que desde el jueves “negocia” con la Sala de Apelaciones del Tribunal Supremo los posibles escenarios para convertirse en un político en libertad, o al menos con suficiente autonomía carcelaria para tomar posesión de su escaño, incluso de la presidencia, si llegado el caso Puigdemont no comparece. Esquerra entiende que su representante estaría legitimado a acudir a la investidura, ya que lograron 32 diputados frente a los 34 de JxCAT.

El día después de las pasadas elecciones, escribí en este mismo espacio que las malas relaciones entre los líderes de ERC y JxCAT iban a dificultar un acuerdo de investidura. Las relaciones no sólo no han mejorado sino que desde el 27 de octubre sus estrategias han sido divergentes, aunque sus adláteres políticos salgan en televisión contando posverdades sobre posibles acuerdos y apoyos. Por si fuera poco el lío, el tercer partido independentista en discordia, la CUP, siguen en su línea de no facilitar los pactos y exigir que se desarrolle la república catalana.

Aunque desde la cárcel de Estremera las cosas se ven de otro modo. Este miércoles pasado, el digital “elmati.cat” publicaba una carta del ex presidente Junqueras escrita con “actitud estoica” y que terminaba citando un texto del escritor portugués, Fernando Pessoa, que no tiene desperdicio: "Me clavo en el pecho la espada, que ya no me servirá para combatir. Si el vencido es quien muere y el vencedor quien mata, con ello, confesándome vencido, me instituyo vencedor".

Si no se produce un verdadero terremoto en el seno independentista, Junqueras será el vencedor, es decir, el próximo presidente de la Generalitat, ya que sus problemas con la Justicia parecen más solubles que los de Puigdemont. Un político fugado a Bélgica que prometió regresar a Cataluña si ganaba las elecciones, pero que ahora comprueba que sus promesas vuelven a ser irrealizables.

Las dos opciones a las que juega Puigdemont -lo de entregarse a la Justicia y pasar por la cárcel no lo contempla bajo ningún concepto-, son descabelladas por imposibles. Una intenta forzar su “investidura telemática”, pretensión que no tiene amparo en el Reglamento del Parlament, ya que exige que el candidato presente y defienda ante el Pleno su programa de gobierno. Y la segunda, más disparatada si cabe, es conseguir un “pacto político” previo con el Estado, que por supuesto incluiría el regreso de Puigdemont sin ser detenido. De ahí su eterna coletilla ante las cámaras: “el Gobierno de España debe aceptar el resultado de las elecciones”, ya que considera que el número de escaños obtenidos el 21 de diciembre le exonera de todas sus presuntas ilegalidades cometidas anteriormente.

En la trastienda política del separatismo se ha vivido y se sigue viviendo un duro duelo de ambiciones y egos políticos entre los dos líderes más representativos del “procés”. Al principio, parecía que el listo y vencedor iba a ser el fugado Puigdemont; pero con el tiempo y viendo como se suceden los acontecimientos Junqueras será quién se alce con la presidencia. Un Junqueras que desde el Gobierno de Madrid no ven con malos ojos, a pesar de sus ideas, porque se le considera más apto para las negociaciones y más capaz de liderar la vuelta a la normalidad.

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