OPINION

Un Gobierno propagandístico que confunde más que convence

Sánchez cierra la economía tras un duro dossier elevado por Sanidad y la presión de Iglesias
Sánchez cierra la economía tras un duro dossier elevado por Sanidad y la presión de Iglesias
Efe

El Gobierno de Sánchez & Iglesias sabe, aunque ellos viajen en blindados coches oficiales y con escoltas, que el maldito virus (que no es un maldito bulo, para su desgracia y la nuestra) les ha dado un mandoble XXXL y un revolcón difícil de encajar y de olvidar; y les ha dejado en medio de la escena política moviéndose como boxeadores sonados, que intentan agarrarse como pueden a las cuerdas del ring, al rival, al árbitro, a lo que sea y como sea, con tal de no caerse rendidos sobre la lona. Sánchez y su gobierno progresista propagandístico ansían mantenerse en pie haciendo de la necesidad virtud, pero saben que esto no puede tener un final feliz.

Lo que más destaca de este Gobierno son sus piruetas verbales. Ya que no puedes contener la realidad, ni eres capaz de mejorarla, invéntate otra paralela (y para lelos) que entretenga y distraiga a los pobres confinados. Como decía el pérfido Harry Truman: “Si no puedes convencerles, confúndelos”. Y en eso anda el Gobierno teledirigido de Iván Redondo y su pupilo Pedro Sánchez. Elevar los bulos a categoría de amenaza nacional y liar a un general de la Guardia Civil para que cuide de la buena imagen del Gobierno y persiga a los que la ensucian con sus bulos, es por lo menos patético, sino fuera porque está hecho con aviesa intención, y desde la mala costumbre de dedicar más esfuerzo a proteger la imagen del Ejecutivo que a mejorar su mala gestión en la crisis sanitaria del Covid-19.

Lo peor para Sánchez es que se lanzó a navegar la legislatura con una tripulación exigua y unos apoyos que ni el ejercito de Pancho Villa podría empeorar. La chalupa en la que viaja el Gobierno está remada por una coalición con neocomunistas de vocación populista, cuyos modelos sociales y económicos sintonizan con el paradigma bolivariano; le siguen los independentistas irredentos cuyo objetivo final es derrocar al Estado; también están los nacionalistas periféricos que husmean oportunidades según la tarifa del talonario; y por último están los partidos medio pensionistas que bailan y disparan según suene la música. En definitiva, una tripulación malavenida y perfectamente desafinada, que además va abandonando la nave, como cabía esperar, a medida de que esta hace aguas y se ven venir los densos nubarrones económicos.

Lo que acontece es demasiado para Sánchez, y demasiado, por supuesto, para Iglesias. Y eso que ambos son maestros, no de la gestión, pero sí del combate dialéctico, más Pablo que Pedro, ya que ambos conocen las reglas de la verborrea política y del escapismo periodístico que practican con gran fluidez. Si un periodista les pregunta -cosa nada fácil desde que hay racionamiento informativo- cualquier cuestión de interés pero que les comprometa, recibirá como respuesta una larga y absurda contestación que no tendrá nada que ver con la pregunta. Es una vieja estrategia para ejecutivos novatos que por lo visto también practica todo un Gobierno de España. Pero esto no va de juegos de palabras ni de fuegos artificiales. Aquí hay fuego real y España ha empezado a arder por los cuatro costados, sin que los bomberos del Ejecutivo encuentren la manguera idónea, ni tan siquiera las mascarillas preceptivas.

La lista de errores aflora cada día con más contundencia, y Sánchez y su equipo en vez de correr para solucionarlos intentan barnizarlos con largas peroratas que confunden más que tranquilizan. Los fallos más graves son la falta de material para sanitarios -con el lamentable récord de profesionales contagiados-, el número de fallecidos -otro triste récord mundial- y la ausencia de una suficiente cantidad de respiradores y de tests para la población que permita delimitar los contagios y facilitar la vuelta a la normalidad. A estos graves desmanes organizativos se le unen las torpezas propias de un Ejecutivo dividido, enfrentado en cuestiones económicas y sociales, escaso de luces y experiencia, y que no se aclara ni para decidir cómo deben salir los niños a la calle.

El consejo de Ministros decreta a mediodía unas medidas: que los menores puedan salir acompañados para ir a los supermercados, farmacias y bancos; una majadería tan grande que hasta un niño la detectaría. Cuatro horas después, tuvieron que salir a rectificar. “Somos un Gobierno que escucha”, dijeron como gran excusa. Pero lo que se necesita no es un Gobierno con buen oído sino con buen cerebro, que piense y que sea menos necio, y que actúe con mayor inteligencia y eficacia, contestaron los ciudadanos desde su confinamiento. Ni que decir tiene que si estas calamidades las realizaran partidos que no fueran de izquierdas tendríamos a estas horas, como mínimo, revueltas callejeras lideradas por Pablo Iglesias, seguido de una cohorte de socialistas y comunistas indignados pidiendo la cabeza del presidente de turno.

La cuestión a dilucidar no es sólo que ahora gobierna la izquierda y es más astuta y eficaz en cuestiones de propaganda y demagogia. El problema radica en que este Gobierno acaba de cumplir el miércoles pasado sus primeros cien días en el poder, y buena parte de su electorado, que tiene aún la miel en los labios, mantiene las esperanzas de que este barco no se hunda; y está dispuesto a concederle su apoyo, mientras el desastre de la gestión no supere determinadas líneas rojas. Aunque otra buena parte de los votantes de izquierda -más racionales- ha empezado a cambiar de opinión y a ponerse en modo crítico, visto lo visto en la gestión del Covid-19. A todo esto hay que sumarle un hecho que el Ejecutivo intenta ocultar, que en la Unión Europea no es que no se fíen de España a la hora de negociar, de lo que no se fían, principalmente, es de que haya un Gobierno socialista-comunista en el poder.

Las encuestas siguen favoreciendo a Sánchez, pero los apoyos que tiene son mínimos, y reflejan una gran desafección si los comparamos con los respaldos mayoritarios que reciben los principales líderes internacionales. En situaciones de emergencia nacional como la actual, la sociedad suele cerrar filas con sus mandatarios. Aunque es cierto que España arrastra desde hace años una enconada batalla política, que se traslada en buena medida a la población, y que dificulta cualquier proceso de entendimiento. Tampoco hay que ignorar que la oposición de derechas no despierta grandes pasiones más allá de sus acólitos. Pablo Casado no está actuando mal, pero tampoco hace nada especial para inspirar mucha más confianza. Quizá no le interese forzar las cosas para desgastar aún más al Gobierno, y desee que sea su rival, ahora en la Moncloa, quien se queme encabezando la gestión de una dura crisis llena de pobreza y recortes.

La teoría que circula estos días de balcón a balcón y entre las redes sociales hace hincapié en que ya nadie discute la mala gestión del Gobierno, y que esa es una polémica artificial e interesada. Todo el mundo conoce la realidad de la nefasta gestión que está haciendo Sánchez de la crisis. Ahora, el debate real está entre los que critican sin piedad al Gobierno y quienes ven la situación como un precio asumible mientras sigan gobernando los “suyos”. Así es España y así somos los españoles.

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