OPINION

El miedo al otro pesa más que las ventajas de un Gobierno de coalición

Las siglas del PSOE pesan mucho. Incluso para un líder que entró por la puerta de atrás, después de que le echaran del partido, y que tiene fama de ir por libre y de pocos escrúpulos. El propio Pedro Sánchez reconoció durante la sesión de investidura del pasado martes que el partido que hoy representa tiene sobre sus espaldas más de cien años de historia y eso no se puede olvidar. Y este ha sido uno de los aspectos que más han influido a la hora de formar (o no formar) un Gobierno de coalición con los comunistas de Unidas Podemos.

Estamos en una callejón con pocas salidas, por no decir sin salidas. Una de las cuestiones que han dinamitado el Gobierno de coalición es lo que representa realmente el partido socialista en España, más allá de quién lo lidere, y lo que representa Unidas Podemos. Los primeros son el partido de Estado que ha vertebrado y ha hecho realidad -junto al Partido Popular- los últimos cuarenta años de democracia en España. Para bien y para mal el bipartidismo PSOE-PP ha logrado los mejores años de la historia política, económica y social de España. Y eso acarrea tanto honor como responsabilidad.

Si se quiere podemos obviar el hecho histórico de que los partidos socialistas nacieron con el objetivo -entre otros- de frenar al comunismo, con el cual es antitético ideológicamente, a pesar de algunas coincidencias formales y sociales. Centrémonos en el hecho real e incuestionable de que el PSOE es un partido socialdemócrata, con lo que ello significa, muy alejado de los postulados comunistas y neocomunistas que propone Unidas Podemos. Permitir la entrada del partido de Pablo Iglesias y Alberto Garzón en el Gobierno no era sólo reconocerles una valía política y subirles de nivel, significaba también que el PSOE descendía de categoría política al asociarse/acostarse con partidos políticos sin experiencia de gobierno y con fama reconocida de antisistema.

Esta es la primera vez que en España un partido de Estado se plantea seriamente, hasta el punto de negociar con ellos, formar gobierno de coalición, pero ese otro partido con el que pensaba contraer nupcias políticas, aunque valorado y reconocido por una parte de la sociedad, lleva en su ADN ideológico el comunismo, y además va del brazo con otros partidos tan 'cuestionables' para la razón de Estado como son los separatistas de ERC, que a su vez han creado grupo único en el Congreso y Senado con EH Bildu, el partido de Arnaldo Otegi.

Quizá por ello, Gabriel Rufián se ha mostrado como uno de los políticos más decepcionados tras el no acuerdo de investidura. Y ha dicho que hará todo lo posible para que ese Gobierno de coalición de izquierdas prospere. Lo más sorprendente, por llamarlo de manera suave, es que bajo el adjetivo de izquierdas se engloban todas las formaciones políticas que no son de derechas, pero sin matizar las muchas diferencias e intenciones que tienen cada una de las izquierdas, que van desde la socialdemocracia del PSOE hasta el comunismo pasando por el separatismo vasco o catalán.

No digo yo que esta sustancial diferencia en el núcleo ideológico haya sido la única razón que ha hecho saltar por los aires el acuerdo, pero ha pesado mucho el miedo a romper este tabú histórico y seguirá pesando a la hora de pactar en un futuro. Del mismo modo, en Unidas Podemos, y sobre todo en el inteligente Pablo Iglesias, el hecho de entrar en un Gobierno controlado por el PSOE ha sido valorado como una decisión de alto riesgo. El propio líder de la formación morada dijo en la tribuna del Congreso que no querían ser un mero decorado político en un gobierno socialista. El temor a que Sánchez les fagocitara, les neutralizara, ha influido en las negociaciones hasta el punto de no aceptar las ofertas de ministerios que ellos consideran menores.

Pablo Iglesias recordará, como estudioso de la ciencia política, lo que pasó con el Partido Comunista francés cuando Francois Mitterrand le dio entrada en su primer Ejecutivo en 1981. Los tiempos son distintos, pero las situaciones pueden tener sus concomitancias. George Marchais, líder del PCF, tras perder la mitad de escaños decidió sumarse al carro vencedor y entrar en el poder a cambio de cuatro ministerios de poca importancia. El PCF se abstuvo de los beneficios de ejercer la oposición, lo mismo le pasaría a Unidas Podemos, que correría el peligro de convertirse en un partido domesticado y en un apéndice del PSOE. No olvidemos que Sánchez ya les ha ganado la batalla electoral y social. Del 'sorpasso' podemita hemos pasado al te invito a tomar algo en mi Gobierno.

La historia de 'amor' entre Mitterrand y Marchais terminó abruptamente en 1984 cuando el PCF renunció a sus ministerios para protestar por el cambio de la política económica del gobierno socialista. A partir de entonces el declive electoral del PCF fue cada vez mayor. La convivencia o cohabitación del PSOE y UP nunca será fácil, y más pronto que tarde las diferencias y enfrentamientos se harían patentes, para regocijo de la oposición de derechas.

Por todo ello, y por los desprecios sufridos, según palabras de Pablo Iglesias, el acuerdo de coalición ha sido imposible. Ahora les queda, como a los estudiantes flojos, la oportunidad de septiembre. Pero para desgracia de ambos partidos -PSOE y UP- las diferencias entre ellos seguirán siendo enormes y casi antagónicas. Lo único que puede darle vida a este gobierno Frankenstein -como lo bautizo el difunto Rubalcaba- es que ambos tengan más miedo a unas nuevas elecciones. La sombra alargada y populista de Íñigo Errejón y su nuevo partido podría provocar una mayor división en la izquierda, y junto a un grave descenso en la participación, hacer que la izquierda sume menos que una derecha ya dividida, acostumbrada a pactar, y en posición de remontada.

Mostrar comentarios