OPINION

El Pacto de Andalucía como ensayo real para las elecciones de mayo

Pedro Sánchez hace balance de gestión tras pasar seis meses en la Moncloa
Pedro Sánchez hace balance de gestión tras pasar seis meses en la Moncloa
Ricardo Rubio - Europa Press

La vida sigue, pero no sigue igual. Ahora le toca entrar en escena a la Nochevieja, y con ella llega un año nuevo -¡Feliz 2019!- repleto de malos augurios e incertidumbres turbadoras, tanto en lo económico como en lo gubernamental. Quizá haya que aplicar el proverbio gitano de que no son buenos los hijos (ni los años) con buenos principios. Hace sólo seis meses, cuando Pedro Sánchez arribó al poder gracias a un hábil exorcismo político contra Mariano Rajoy, todo el patio mediático comenzó a dar señales de humo sobre el esperanzador futuro de la izquierda. Entonces nadie daba un duro por la derecha, que olía a fracaso perenne.

Tanto el Partido Popular como Ciudadanos parecían de repente tocados por una muerte súbita y el exitoso mañana sólo se antojaba encadenado a las riendas de un Sánchez sobredimensionado por los falsos apoyos del resto del Hemiciclo. Las victorias, aunque sean con fórceps, siempre engrandecen al elegido, al menos durante un tiempo de gracia, pero luego llega la cruda realidad del día a día, y allí todo vuelve a su tamaño natural.

Han bastado unas elecciones autonómicas en Andalucía, en las que las derechas han cosechado buenos resultados, para sorpresa de muchos y escándalo de no pocos, y el panorama vuelve a cambiar radicalmente. Es ahora la izquierda quien aparece herida y reducida, y se ve obligada a dejar paso a la alternancia, después de 36 años de monopolio socialista que no han conseguido sacar al sur de España del furgón de cola de Europa.

Tras varias semanas de postureo negociador entre PP y C’s, con la sombra alargada de Vox al fondo, hay acuerdo para un nuevo Gobierno en Andalucía. Primero se reparten la Mesa del Parlamento, presidida por el partido de Albert Rivera. A cambio, el PP pondrá a Moreno Bonilla de presidente de la Junta. Quién se lo iba a decir a este joven candidato que hace unas semanas tenía hechas las maletas para pasar a la reserva. Y quién le iba a decir a Pablo Casado que su primera gran batalla electoral la ganaría en un territorio tan hostil e irreductible como Andalucía. Lo reconozcan o no los dirigentes del PSOE, es un síntoma alarmante que en el mayor granero de votos socialista vaya a gobernar ahora la derecha. Un aviso para navegantes zurdos y para un Sánchez que se lava las manos ante el fiasco andaluz, y que deja que sea la reina del sur la que se coma tan humillante derrota.

Susana Díaz lleva mucho tiempo transitando de fracaso en fracaso. Y por mucho que hable de “un pacto de la vergüenza” entre las derechas, sus heridas no se cerrarán fácilmente con tan banales argumentos, y menos teniendo en Madrid a su enemigo número uno, controlando el partido, el Gobierno y su destino. Es cierto que Vox ha surgido como una anomalía, o quizá más bien ha prosperado tanto por las muchas anomalías democráticas que los políticos han ido desparramando en estos últimos años. Vamos a ver si el cuento de que viene el lobo disfrazado de extrema derecha atemoriza realmente a los españoles, o por el contrario les deja indiferentes o con la curiosidad detrás de la oreja.

No son pocos los analistas políticos que alzan la voz acusando a PP y C’s de pactar con Vox, advirtiéndoles de que ya no podrán acusar a Sánchez de sus arriesgados pactos con partidos extremistas y aspirantes a destruir el Estado. Aunque muchos olvidan que el primero en instaurar la barra libre de los acuerdos con todo tipo de partidos -incluidos independentistas y de extrema izquierda-, fue el propio Pedro Sánchez con su moción de censura. Y mucho menos se podrá olvidar su reciente y extraña reunión con Quim Torra, un presidente catalán que ha demostrado con sus declaraciones ser un gran xenófobo, y tener una vocación constante de destruir en Cataluña todo lo que huele a España.

Ya somos, para bien o para mal, como la mayoría de los países europeos. Tenemos partidos políticos para todos los gustos, incluso gustos raros, que van de la más extrema izquierda a la más extrema derecha, aunque todos afirman respetar la Constitución y las reglas del juego democrático. ¿Pero quién es realmente la autoridad moral que reparte las etiquetas homologadas para definir los extremismos? A Vox le empaquetan siempre en el córner de la derecha, mientras a Podemos y a los de IU los dejan corretear sin recordarles su extremo posicionamiento ideológico. Veremos con el tiempo y las futuras elecciones como avanza este fenómeno de polarización.

Aunque habría que tener en cuenta algunos datos demoscópicos para no llevarnos muchos sustos electorales. Por ejemplo, que las mayorías absolutas se han acabado, hoy por hoy, y que los pactos entre partidos serán el pan nuestro de cada elección. Que el voto en municipales es distinto al de generales, aunque siga una cierta tendencia. El apoyo a Vox, Podemos y C’s es menor en las elecciones locales. La autonómicas guardan un matiz más regional, pero sirven también para castigar a los grandes partidos, como ha sucedido en Andalucía. Cuarta incógnita, no está nada claro el papel de Vox en las grandes capitales de Cataluña o País Vasco, donde sus propuestas suenan con mayor antagonismo, pero no están bien vistas en general y no parece que vaya a lograr en estos territorios grandes apoyos.

De aquí a mayo, que es cuando se celebrarán las próximas elecciones municipales, autonómicas y europeas -algunos añaden las generales, pero Sánchez no está por la labor-, veremos como funcionan y qué aportan esos partidos extremos, pero sobre todo veremos la primera gran coalición entre PP y C’s. Un experimento político que servirá, no tanto en las municipales y europeas, pero sí en los otros escrutinios, para comprobar sí este matrimonio de conveniencia entre Casado y Rivera puede funcionar en otras latitudes.

Lo qué hagan Juanma Moreno Bonilla y Juan Marín como socios políticos en Andalucía, será lo que toda España, no sólo los partidos de la oposición, mirará con lupa y taquígrafos. No tanto por la preocupación de que pueda causar una buena o mala gestión gubernamental en la Junta, sino más bien para comprobar si este experimento de las tres derechas divergentes en un sólo Gobierno verdadero puede funcionar también más arriba de Despeñaperros.

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