OPINION

El plan de Sánchez para hervir la rana a fuego lento sin que se entere

Se le conoce como el síndrome de la rana hervida. Si usted pone en una cazuela con agua hirviendo a una rana, esta saltará inmediatamente y huirá. Si en cambio, la pone usted en una cazuela con agua tibia, no se sentirá incómoda y no saltará despavorida. Luego, para hervirla sin problemas, sólo tiene que ir subiendo la temperatura lentamente -unos 0,02 grados Celsius por minuto-, de tal modo que la rana no pueda percibirlo ya que regula su propia temperatura al aumento del calor del agua. Cuando se dé cuenta del peligro, la rana ya no tendrá energía suficiente para escapar de la cazuela.

El primero en publicar esta analogía fue el escritor y filósofo suizo, Olivier Clerc, en su libro 'La rana que no sabía que estaba hervida… y otras lecciones de la vida'. Pedro Sánchez, que lleva un tiempo intentando cocinar su investidura, está aplicando desde el 10-N la receta de la rana hervida para lograr su objetivo. El principal obstáculo del candidato Sánchez es convencer a la sociedad española, a la opinión pública, de que sus pactos con Unidas Podemos y, sobre todo, con los independentistas de ERC, no son perjudiciales para España y están dentro de la legalidad constitucional.

Como estas dos premisas no van a ser fáciles de alcanzar, dada la naturaleza política y las intenciones de ambas formaciones, una neocomunista y la otra independentista, Sánchez echa mano de la estrategia de cocinar-convencer a fuego lento a la rana, que en este caso es la sociedad española. De ahí que el presidente en funciones se haya ‘olvidado’ de los argumentos que utilizó antes de las elecciones: “No podría dormir tranquilo con Pablo Iglesias en el Consejo de Ministros”; o su otra caldeada versión: “No te puedes fiar de los independentistas”, para pasar ahora a la estrategia del agua templada y luego subir la temperatura lentamente, de tal modo que la sociedad no note que se la está cocinando a fuego lento.

Por ejemplo, si antes el PSOE decía que en Cataluña había un problema de convivencia, ahora ya acepta, por exigencia de ERC, que hay “un conflicto político”. Con todo lo que ello implica. Entre otras muchas cosas, rebajar el papel del Estado y de la Justicia, en concreto, para pasar a negociar la situación desde una óptica más político-administrativa y con menos límites legales.

Amén de conceder a los partidos secesionistas algunas de sus duras exigencias, estando el negociador socialista en una situación de necesidad/debilidad electoral. Dato muy importante. Ya que en este caso no se negocia desde la autoridad de un Gobierno constituido que pretende encontrar una solución al problema catalán, sino que se negocia desde la debilidad de un partido para lograr la investidura del candidato Sánchez, tan escaso de apoyos como de escrúpulos.

El PSOE, a través del ministro en funciones Ábalos, aceptó públicamente tras su reunión con ERC que en Cataluña hay “un conflicto político”. La nueva versión socialista se lanzó sin alharacas ni gestos oficiales, para luego esperar y ver las reacciones: Si lo de “problema político” se asume sin trastornos ni grandes revueltas mediáticas, se habrá ganado un punto más y se avanzará hasta el próximo escollo, que puede ser el de incluir este reconocimiento político en un documento firmado por las dos partes.

Mientras, se va subiendo discretamente la temperatura de los temas a negociar -ahora ya se habla también de aceptar la mesa entre gobiernos que pide Junqueras-, para que la rana se vaya habituando al agua cada vez más caliente. O lo que es lo mismo, nos enteremos de los temas de negociación en cuentagotas, y no de golpe, que es cuando se vería la gravedad de las cuestiones pactadas y podría producirse una reacción en contra.

Los socialistas dirán que lo de ahora es sólo un ligero cambio semántico. Que nadie les puede acusar de conceder a los independentistas ningún privilegio -al menos por ahora-, que es un simple matiz verbal que les hace mucha ilusión a los de ERC; y a los socialistas, comprensivos siempre con los que cuestionan España, les preocupa menos que se llame de un modo u otro, siempre que consigan el apoyo para la investidura.

Craso error. Las palabras determinan el pensamiento y configuran la realidad. Y si un Gobierno, por muy en funciones que esté, decide -además de bautizar el problema como político-, negociar sus apoyos con un fugitivo de la justicia y con un preso por sedición, la imagen del candidato a la investidura pierde respetabilidad y entereza; y envía a Europa el mensaje de que los secesionistas que organizaron una sublevación institucional, derogando la Constitución y proclamando unilateralmente la independencia, no son tan delincuentes ni dañinos para la democracia y la unidad territorial de la nación.

Los organismos de Justicia europeos, que el día 19 deben dictaminar sobre el futuro del fugitivo Puigdemont y el recluso Junqueras, deben estar tomando nota de cómo funcionan las cosas en España: si el propio candidato a presidente y su partido negocian con los independentistas, quizá éstos no sean tan peligrosos ni deban ser condenados. Aunque un alto tribunal español haya dictado una sentencia por sedición y los acusados hayan repetido hasta la saciedad que volverán a proclamar la independencia. Si los jueces europeos dictaminan a favor de los políticos sublevados, será un gran descrédito para la democracia española. Y habrá que revisar las actuaciones de nuestros políticos.

Esta negociación en cómodos plazos entre PSOE-ERC busca mentalizar/calmar con calculada lentitud, tanto a la sociedad española como a la catalana. La rana no debe darse cuenta de que está siendo cocinada/engañada. Ese es el objetivo. Pero si el acuerdo con los separatistas de Esquerra sobrepasa la temperatura aceptable por la Constitución puede que la rana se dé cuenta de la emboscada a la que está siendo sometida y salte. Salte de indignación contra los negociadores y contra la manipulación política a la que le está sometiendo el presidente en funciones.

Confiemos en que esta estrategia de negociar a fuego lento no logre sus objetivos de adormecer los ánimos de una sociedad que está cada día más cansada de la mediocridad y peligrosidad de sus políticos. Y que lo que realmente provoque sea el despertar del espíritu crítico del pueblo español. Nos estamos jugando nuestro futuro como sociedad unida, democrática y de bienestar; lo malo es que quien maneja las cartas y toma las decisiones son ellos: unos políticos de escasa formación e inteligencia, y que inspiran muy poca confianza: según el último barómetro del CIS, son el segundo principal problema y preocupación de los españoles.

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