En mi molesta opinión

Entre la guerra de Sánchez y la guerra para adultos de Feijóo

Pedro Sánchez
Entre la guerra de Sánchez y la guerra para adultos de Feijóo.
DPA vía Europa Press

Sigo teniendo ganas de llorar. Y lo malo es que no se me van. No sé si es por la propia guerra en Ucrania o por algo más profundo, por confirmar que la especie humana sigue instalada en su infamia infinita, y la tara mental de Vladimir Putin continúa sin aplacarse como es debido. Dicho esto, la guerra avanza con más muertos y heridos, y cómo no, con la aparición estelar del Gobierno español en calidad de melifluo actor de reparto que decide una vez más bajarse del carro de combate para subirse a una burda excusa timorata fraguada por Unidas Podemos y apoyada, eso es lo grave, por un presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. En pocas palabras: España no enviará apoyo logístico ni armas a Ucrania, sólo material defensivo y unas cajas de tiritas.

De nuevo, un gobierno del PSOE decide que nos ausentemos de la hora de la verdad y de la hora de apostar por la Historia de la libertad, y que dejemos a nuestros socios que hagan ellos el trabajo duro. Tanto Sánchez como la ministra de Derechos Sociales, Ione Belarra, han decidido coordinar sus frustrantes frases para repudiar de boquilla la atrocidad de las tropas rusas, para luego rápidamente apostar que la UE debe desescalar el conflicto para que pueda actuar la diplomacia. Pretenden camuflar que “tanto monta tanto” el agresor como el agredido, y eso por mucha propaganda rusa que nos invada no se lo cree nadie, y menos con los precedentes de un Putin que no se cansa de abusar y de avasallar todo lo que desea al precio que sea, aunque corra la sangre.

Una vez más la izquierda inflamada de equidistancia quiere sugerir que la culpa es de todos, unos por poner su cuello y los otros por cortarlo, da lo mismo quién agreda o quién se defienda, hagamos tabla rasa y, de paso, acusemos a la Unión Europea por aprovechar la ocasión y rearmarse reforzando la escalada bélica. Lo malo es que el presidente del Ejecutivo ha entrado en el juego de la izquierda comunista, Unidas Podemos, y ha decidido poner el freno de mano ante el irremediable atropello que sufre Ucrania, y al que todos los demás países europeos han acudido en su auxilio total, y no sólo como en el caso del Gobierno español que sólo acude en calidad de figurante defensivo. La brutalidad rusa no se puede justificar por mucho que la izquierda la intente equiparar con la víctima, la malherida Ucrania.

Pero hay más guerras que contar, en el mundo global también, pero la que nos ocupa ahora está en el PP. Si Pablo Casado y García Egea no se hubieran precipitado con el cuello de Díaz Ayuso -qué mala es la impaciencia juvenil-, hoy seguirían ambos gobernando el partido y con larga vida ya que la guerra de Putin hubiera abortado cualquier situación de cambio. Pero no, la realidad es la que es, y la "lucha armada" vivida la semana pasada en Génova 13 ha dado pie a una revolución interna en el Partido Popular.

Ayer, Casado entonaba de nuevo su ignorancia ante los hechos sufridos por él (es hora que alguien se lo explique de una vez por todas), y daba paso a uno de sus últimos discursos ante la Junta Directiva Nacional. La que no parecía tan serena y quería guerra de verdad era Díaz Ayuso, que cargó duramente contra su partido y pidió "expulsar" a todos los que hayan formado parte de la "campaña" contra ella. Ayuso insiste en la gravedad de los hechos y en que hay que depurar responsabilidades, y puede que tenga razón.

A pesar de todo, la guerra del PP ha terminado. Al menos en primera instancia, ahora quedan los coletazos de las heridas. Ni Maquiavelo en sus mejores tiempos hubiera sido tan hábil de ejecutar un cambio de "príncipe" en menos de quince días, y sin que la sangre llegara al río. Es el momento de unir fuerzas en torno al nuevo líder en un Congreso Ejecutivo a celebrar el 2-3 de abril, en Sevilla. Pero toca saber lo fundamental: ¿quién será el elegido, o habrá algún osado competidor?

El principal actor del nuevo PP, por el que apuesta la mayoría de barones y compromisarios, Alberto Núñez Feijóo, continuó ayer con su proceso de marcar bien los tiempos, sin prisas y siguiendo el reglamento, "la forma es la garantía de las cosas", llegó a decir ante la impaciencia de la prensa por saber cuál es su futuro; y anunció que hoy miércoles a las 17:30 se iba a reunir con su Junta Directiva en Santiago para decidirlo. Sin embargo, todos lo tienen claro, el aún presidente gallego llegará a ser presidente del PP nacional como él mismo soñó un día: por aclamación y sin que nadie le cuestione. Empieza a funcionar el estilo Feijóo, discreto y sibilino pero siempre eficaz para sus objetivos

No se precipitó cuando la guerra de las "herederas" de Rajoy se empeñaron en nombrar por eliminación al tercero en discordia, Casado. Y supo esperar otro momento con menos tensión y menos nervios, dejando cicatrizar las heridas pendientes. Ahora, las cosas han cambiado. Todos saben que Feijóo es el único capaz de unir al centroderecha y guiar al PP hacia otra mayoría, nadie puede hacerlo sino él. Además, sus allegados ya anuncian un nuevo estilo de partido, con una organización más descentralizada y un PP opuesto al que Casado intentó en 2018. Nadie duda de que él es el hombre elegido y bendecido por todos. Nadie le tose ni le cuestiona, todos saben que el nuevo líder del PP ya tiene nombre: Alberto Núñez Feijóo. Y su próxima “guerra” ya no será contra su partido, sino contra su enemigo natural, la izquierda equidistante que no se atreve a defender Ucrania.

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