En mi molesta opinión

España, el país de los grandes líos donde nadie se aburre... por desgracia

Nadia Calviño y Pedro Sánchez / EFE
España, el país de los grandes líos donde nadie se aburre, por desgracia.
EFE

Hoy en España, aquella máxima de que las buenas democracias son aburridas, no funciona. No funciona por culpa de los malos líderes políticos que interpretan y perpetran la democracia, o no funciona porque por aquí no gustan las vidas fáciles y tediosas, que también puede ser. Nos va la marcha, como dicen los posmodernos.

Sin habernos quitado aún el pesado y amargo yugo del coronavirus, ya estamos metidos de lleno en fregados políticos de alto voltaje. Empezando por el más reciente: el fiasco de la elección de Nadia Calviño. La pobre mujer, toda una 'supervicepresidenta' de Economía del Gobierno de Sánchez, iba ayer suspirando de tristeza por los micrófonos de las radios, sin entender por qué no había conseguido la presidencia del Eurogrupo. "Me bastaban diez votos, y los tenía comprometidos. Pero alguien no ha hecho lo que dijo que iba a hacer". No te puedes fiar de nadie, Nadia. Porca miseria.

Gente tan lista y con tantos estudios, y a la hora de la verdad no saben cuadrar sus apoyos ni atar sus votos. Pero quizá haya alguna explicación más solida a esta derrota no anunciada, pero sí avisada. Al tándem Calviño & Sánchez le ha pasado lo mismo que le ocurrió en 2015 al dúo De Guindos & Rajoy, que también pretendía lograr la presidencia del Eurogrupo para el primero: buscaron sólo el apoyo de los grandes -Alemania, Francia…- y se olvidaron de conquistar a los países más pequeños, cuyo voto vale igual que el de los grandes. Y si no, que se lo pregunten al ganador, el irlandés Paschal Donohoe, que sí supo jugar sus cartas y conseguir los apoyos necesarios.

Otro error que ha cometido Pedro Sánchez, y que también cometió Mariano Rajoy en su día, fue no cortejar el apoyo del otro gran partido, y que hoy día domina en la UE, el Partido Popular Europeo. Calviño criticó ayer viernes el empeño del PPE para que la presidencia del Eurogrupo se la llevara el rival de la candidata española. Una queja que en su día también hizo el Gobierno de Rajoy, cuando los socialistas europeos no apoyaron a De Guindos. Esta claro que los españoles no necesitamos muchos enemigos externos, nos bastamos nosotros mismos. Por si fuera poca la mala estrategia de Sánchez, esta misma semana declaraba en un diario italiano que él nunca realizaría un pacto de Gobierno con el PP, porque ello implica algunos riesgos de futuro, y ponía como ejemplo el caso del desaparecido PASOK en Grecia. Con el anuncio de unas relaciones políticas tan sectarias es difícil hacer muchos amigos, ni en Europa ni en ningún sitio.

El varapalo emocional y profesional a la señora Calviño, y por extensión al Gobierno de Sánchez y a España, ha sido la última guinda de un pastel repleto de turbulencias políticas. Pero el espectáculo no se detiene. La pista central la ocupa el vicepresidente Pablo Iglesias y su último gran éxito: "No le entregue la tarjeta del móvil a Dina Bousselham para no someterla a más presión porque distintos medios habían publicado que teníamos una relación y eso le supuso una presión enorme".

La explicación de Iglesias hizo retumbar todas la bóvedas feministas por su contumaz machismo y paternalismo, ya que la señora Bousselham tenía 25 años cuando sucedieron los hechos. No tenía ni diez ni quince. A pesar de estas palabras que no justificaban la retención de la tarjeta telefónica durante meses, y de la explicación bochornosa de sobreprotección, no se ha escuchado a ningún colectivo feminista lanzar un comunicado recriminando las palabras del vicepresidente. ¿Tanto miedo hay? ¿Tanto miedo inspira él? ¿O es que aquí no funciona la igualdad, sino el sectarismo; y si el autor del desastre es de los 'míos' está disculpado?

A este despropósito de Iglesias, que se enmarca dentro del nauseabundo 'caso Villarejo', que investiga el juez García-Castellón, hay que sumarle otro gesto que también pueda dar para una buena sesión de psicoanálisis político: el señalamiento y amenazas a periodistas. Un deporte no exclusivo del vicepresidente Iglesias, pero que en su caso, siendo la autoridad del Gobierno que es, resulta de una mayor gravedad. El respeto de los demás lo puedes conseguir casi siempre por tus acertados actos, y comportamiento ético. Pero cuando el respeto no llega porque la política es muy traicionera, y uno tiene unos comportamientos incongruentes, y además los medios de comunicación son libres de opinar lo que consideren, puede tener uno la tentación -Iglesias la tuvo- de meter miedo y presión para que esos periodistas libres, al menos, no se sientan tan 'libres'.

Y para que la tormenta política sea perfecta, y aquí nadie se aburra, ha entrado con fuerza esta semana también el caso de Juan Carlos I. El Rey emérito, su “amiga” Corina y los 65 millones de euros regalados por Arabia Saudí están poniendo a la monarquía de Felipe VI en un verdadero brete. De momento, la Casa Real capea el temporal como puede, pero la tormenta sigue y no tiene pinta de amainar. La ejemplaridad que se le exige a esta institución está en entredicho, al menos en la persona de don Juan Carlos. Y ese 'talón' hay que repararlo bien para evitar males mayores.

Además, como casi nada pasa por casualidad, muchos ven en este escándalo -presunto, pues aún está pendiente de juicio-, la gran oportunidad para zarandear el modelo de Estado, la propia democracia y, sobre todo, a la monarquía. Todo el mundo tiene sus enemigos, y a España desde hace siglos nunca le han faltado. No lo digo para que no se aplique la Ley al Rey emérito, sino porque hay muchas formas de hacer Justicia, y la mayoría de ellas sin necesidad de romperlo todo. Una vez más, hay que acudir a un extranjero, en este caso alemán, Bismarck, para recordar uno de nuestros grandes complejos: "Estoy convencido de que España es el país más fuerte del mundo. Lleva siglos queriendo destruirse a sí mismo y todavía no lo ha conseguido". Esperemos que nadie lo consiga, al menos en unos cuantos siglos más. 

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