En mi molesta opinión

Familias numerosas y ministras licenciosas: el día que Irene Montero se tragó un florero

Irere Montero
Familias numerosas y ministras licenciosas: el día que Irene Montero se tragó un florero. 
EFE

Me cuenta una joven amiga de treinta y pocos años que está harta de cómo la miran algunas personas cuando pasea por la calle. No, no es por unas miradas lascivas. Ni porque le digan inadecuados piropos. Ni tampoco porque la intenten robar el bolso. Sencillamente, es porque está embarazada y cuando pasea con sus otros cinco hijos el personal, una buena parte del personal, se escandaliza de lo que ve y sin disimular murmura: ¡Qué barbaridad! ¡Cinco hijos y embarazada de nuevo! Esto es inaudito en estos tiempos. Pobres vecinos de abajo; pobres abuelos canguro…

Mi amiga, que tiene las ideas claras y puede aguantar los carros y carretas que le echen los alérgicos a la maternidad -su prole es un ejemplo de ello-, está desconcertada con el modelo de sociedad que nos hemos dado en los últimos tiempos, y sobre todo con la falta de libertad individual. Mucho gritar: nosotras parimos, nosotras decidimos, pero a la hora de la verdad fastidian algunas decisiones. La dictadura de lo políticamente correcto es la que impera socialmente, y ahora no está bien visto tener hijos, a pesar de ser un claro gesto de generosidad y sacrificio, actitudes que no se llevan mucho en estos tiempos jorobados.

Mi amiga, no reivindica que la lleven en hombros o que le abran la puerta cuando entra en el supermercado o sube al autobús con su embarazo -allá ella por jugar a papás y mamás-, solo pide que la dejen en paz y no la miren mal ni le sugieran con frecuencia que hay métodos anticonceptivos. Vivimos en una sociedad que celebra por todo lo alto las bodas “lgtbi” pero condena por lo bajo a las familias numerosas, y luego se plantea cínicamente cómo conseguir que prospere económicamente el país y quién, sobre todo, pagará nuestras pensiones. A este paso las pagarán los perros, que son los únicos que no paran de crecer y mejorar en España. Menos bozales y más pañales.

Mi amiga no es ingenua, aunque a veces sueña cosas raras y se cree lo que le dicen los políticos, y como algunos de ellos señalan -Isabel Celaá, sin ir más lejos-: “No podemos pensar de ninguna de las maneras que los hijos pertenecen a los padres”. Entonces, mi amiga, razona y cree en buena lógica que pertenecen al Estado, al menos una buena parte, y que por tanto “papá” Estado colaborará eficazmente en el mantenimiento de las criaturas, ya que además estas sí serán los cotizantes del mañana y los que darán de comer a los pensionistas del futuro, sobre todo con la escasez de natalidad que exhibe este país, que pone los pelos de punta: los nacimientos en 2021 marcaron un mínimo histórico, menos de 350.000.

Pero por si acaso lo de los críos no es ya un buen lío para los padres, va una ministra atropellada de fulgor exhibicionista, de nombre Irene Montero, y enreda las cosas un poco más en un claro ejemplo de que pertenecer al Gobierno no significa tener ideas claras ni saber expresarse bien. Quiero pensar que lo de Montero, una vez más, es un problema de luces y no de sombras, en este caso, sombras pedófilas. Aquí va textualmente la frase de la polémica que soltó hace unos días la titular de Igualdad en el Congreso de los Diputados: “La educación sexual es un derecho de los niños y de las niñas independientemente de quienes sean sus familias. Porque todos los niños, las niñas, les niñes de este país tienen derecho a conocer su propio cuerpo, a saber que ningún adulto puede tocar su cuerpo si ellos no quieren y que eso es una forma de violencia. Tienen derecho a conocer que pueden amar y tener relaciones sexuales con quien les dé la gana, basadas, eso sí, en el consentimiento. Y esos son derechos que tienen reconocidos”.

A Irene Montero se le calentó la boca y empezó a soltar todo tipo de frases disparatadas, que daban a entender cosas que quiero pensar que ella no quería decir, pero se expresó muy mal. Cuando dice “a saber que ningún adulto puede tocar su cuerpo si ellos no quieren y que eso es una forma de violencia”, bastaba con retirar la frase “si ellos no quieren”, y mantener todo lo demás para conseguir un enunciado lógico y legal, sosteniendo claramente que lo contrario es una forma de violencia. El despropósito continua cuando añade que “Tienen derecho a conocer que pueden amar y tener relaciones sexuales con quien les dé la gana, basadas, eso sí, en el consentimiento”. Pero le faltó añadir: "y en su mayoría de edad", que es el quid de la polémica y de la cuestión. Los menores no pueden mantener relaciones sexuales no sólo porque lo prohíban sus padres, también lo prohíbe la ley, el sentido común y la dignidad humana.

La ministra fue abordada en el Congreso, y además de soltar la tópica frase “me da vergüenza esta campaña de la ultraderecha”, aclaró que lo que defiende ella es “el derecho de los niños a una educación sexual integral”, algo positivo que nadie duda y que es imprescindible para un buen desarrollo humano; además, la inmensa mayoría de los progenitores apoya este tipo de educación si no se pretende con ella reconvertir la conducta sexual de los menores. Añadió también, Irene Montero, una nueva frase que encierra -esta vez sí- la clave del problema y que consiste en proporcionar a los pequeños “herramientas para poder en el futuro vivir su sexualidad y sus relaciones afectivas”.

El adjetivo de tiempo -“en el futuro”- que omitió en su anterior declaración es imprescindible para dejar claro que las relaciones sexuales no las propone la ministra ni sugiere que sean para hoy, sino para ese “futuro” que olvidó mencionar en su vehemente calentamiento en el Congreso. Le bastaba decir, desde esa humildad que en política tanto escasea y tan necesaria es, que errar es humano, que equivocarse es algo intrínseco a las personas; que tal vez no se explicó del todo bien, pero que por supuesto se refería a las relaciones sexuales de los niños en un futuro de madurez, no ahora. Así de simple, y usted y miles de españoles que vieron y oyeron estupefactos sus palabras se hubieran evitado el sofoco y la indigestión de tragarse unas palabras muy mal expresadas que daban a entender lo que la ministra, además, no pretendía decir. Cuide la educación sexual de los niños, por supuesto, pero también cuide para usted el buen léxico, la buena inteligencia y la buena humildad.

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