En mi molesta opinión

Fuera los niños marroquíes; que pasen los afganos

Menores marroquíes
Fuera los niños marroquíes; que pasen los afganos.
Europa Press

En fútbol siempre se ha dicho que no es lo mismo ganar tú el partido a que lo pierda el rival. Es lo que en tenis se conoce como “error no forzado”: tú metes la pata -fallas y pierdes- aunque el rival no te haya obligado a ello, pero se lleva él el gato al agua. Con las cosas bélicas sucede igual. Los talibanes no han ganado ninguna guerra, ha sido la atolondrada coalición internacional de Occidente -en la que se incluye España y sus 104 militares muertos- la que ha perdido la batalla de la dignidad y la libertad por su escasa clarividencia en asuntos estratégicos y por su gran miopía en todo lo que hace referencia al mundo islámico y afgano.

También se suele decir que en las democracias liberales las elecciones nunca las gana la oposición, siempre las pierde el Gobierno de turno por no haber hecho bien los deberes, es decir, no haber resuelto durante su mandato los problemas que han ido surgiendo, o por no saber aprovechar las ventajas de las que se disfruta estando en el poder. No hablemos hoy de elecciones, falta mucho aún para ello, pero sí analicemos qué significa resolver problemas y aprovechar las ventajas.

Todo el mundo (al menos los residentes en España) tiene claro que Pedro Sánchez ha disfrutado este verano de unas buenas vacaciones. No sólo lo sabemos porque ha estado desaparecido mientras otros políticos europeos daban la cara y ofrecían ruedas de prensa para explicar la crisis de Afganistán, también lo sabemos por esa foto 'traidora' en la que el presidente Sánchez (en funciones vacacionales) aparece con alpargatas blancas calzadas a pie de traje mientras despachaba por videoconferencia con alguno de sus ministros. Menos mal que no se atrevió a ir a la reunión con chaqueta y pantalón corto, o con chanclas de playa, o esas nauseabundas sandalias con calcetines que suele llevar todo guiri que se precie; no olvidemos que la estética tiene mucho que ver con la ética, o sea, con el interés que ponemos en las cosas.

También sabemos de las vacaciones presidenciales por el buen color de piel -tono morenazo- que ha lucido sin disimulo Pedro Sánchez desde que sus asesores le hicieron ver que ya iba siendo hora de dar la cara y dejar La Mareta, por mucho que le entusiasme vivir en ese fantástico palacio de Lanzarote que el Rey Hussein de Jordania regaló al Rey Juan Carlos. A Sánchez le ha costado regresar a la cruda realidad de los incendios, el precio desorbitado de la luz, de la gasolina y demás productos básicos que suben y suben sin parar, sin olvidar la dolorosa crisis de Afganistán y los incordios y contagios de un Covid que no cesa.

Visto lo visto estos últimos días, queda claro que resolver los problemas internos de España siempre es más difícil que lucirse en misiones internacionales, donde casi siempre es el buen hacer del Ejército español quien actúa con brillantez y saca las castañas del fuego al Gobierno de turno; de ahí que Pedro Sánchez y su Ejecutivo de verano hayan elegido poner toda la carne (la del Ejército, se entiende) en el asador con el tema de los refugiados de Afganistán, y así colgarse alguna medalla estival.

La estrategia a seguir ha sido aprovechar la idea del Alto representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, el amigo y socio político Josep Borrell, que les sugirió la fórmula ideal para disimular el retraso de Sánchez en esta crisis humanitaria: para que no se note que llegáis tarde, montad un súper dispositivo que impresione a los periodistas y a los socios europeos, llamadle “hub” logístico para la acogida de afganos y que parezca que España es el nuevo paraíso de los refugiados. Traducido a palabras reales de Borrell: "Quiero agradecer a España que esté preparada para ofrecer un 'hub' para recibir a estas personas y que después sean repartidos entre los diferentes Estados miembros que les ofrezcan visados”.

Todo muy guay, muy 'cool', si no fuera porque en medio de este lío ha surgido una profunda paradoja que provoca cierta desazón: mientras numerosos ministros acudían a la base de Torrejón y se abrían de brazos para recibir a unos pobres seres humanos afganos; por la puerta de atrás, el mismo Gobierno expulsaba a niños marroquíes que habían entrado en Ceuta, y los devolvían sin analizar ni estudiar previamente sus expedientes de manera individual.

Por lo visto y oído, con estas expulsiones se han incumplido las leyes y las reglas fundamentales y un juzgado de Ceuta ha decidido suspender las repatriaciones, en contra del criterio del propio Ministerio del Interior. Alguien se ha pasado por el forro la legislación española, es decir, las leyes de un Estado democrático y de Derecho -quizá sepa algo de ello el ministro y ¡juez! Grande Marlaska-; por no hablar de esos valores humanos -justicia, igualdad, libertad- tan fundamentales como esas mismas leyes que representan y que han quedado menospreciados con la expulsión de los menores marroquíes. Será esto también un ejemplo del alma de Europa, como dijo el pasado lunes en Torrejón, Ursula Von der Leyen. Me temo que sí.

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